El primer libro de Nèmirovsky

Retrato social y psicológico de la Europa de la primera posguerra

10 Marzo 2024

La gran aceptación póstuma de las obras de Irène Nèmirovsky nos recuerda a la de otro escritor centroeuropeo, el húngaro Sandor Marai. Ambos huyeron del comunismo y sufrieron los embates del nazismo; vivieron en la Europa de principios del Siglo XX; en sus círculos intelectuales se dejaron seducir por las vanguardias, y alcanzaron un estilo capaz de contener sus profundas sensibilidades. Marai fue prohibido en Hungría y cayó en el olvido. La historia de Irène es aun más trágica. Ante la reiterada negativa del régimen de Vichy de otorgarle nacionalidad francesa, fue deportada y asesinada en Auschwitz, en 1942.

La chispa que encendió un nuevo interés sobre su obra se la debemos al casual hallazgo, por parte de una de sus hijas, de un manuscrito inacabado, con fuerte sesgo autobiográfico. Se editó como novela durante 2004 bajo el título de Suite francesa, y fue galardonado con el premio Renaudot, que por vez primera se le otorgara a un libro póstumo.

Asombra la precocidad de El malentendido, publicado a los 23 años en la revista Les Oeuvres Libres. Esta ópera prima es mucho más que el relato de una pasión furtiva. Se trata de un retrato social y psicológico de la Europa de la primera posguerra con sus aristócratas empobrecidos, burgueses que mitigan su ocio en hoteles de lujo o quintas de verano, y jóvenes que viven a costa de acaudalados parientes.

Yves y Denise se conocen en un hotel de la costa vasca, durante unas vacaciones. De regreso a su rutina parisina, surgen los malentendidos. La falta de diálogo los hará crear fantasmas y sumergir en el desasosiego.

La narración se adentra en los dos protagonistas, individualmente (los otros personajes sólo se delinean), con una focalización en sus pensamientos, que ominosamente nos hacen intuir el desenlace. Sus experiencias sensoriales se recrean en imágenes intensas, cercanas a las del flaneur simbolista, como las de Denise frente al Sena, hacia el final del relato, en la página 157: “Caminaba a lo largo de los muelles. De vez en cuando cerraba los ojos cansados, deslumbrados por los destellos que el sol arrancaba a la corriente, y percibía con repugnancia el hedor del carbón que ascendía de las orillas. En una tienda de animales, los loros chillaban. De la puerta abierta de las tabernas le llegaban bocanadas de aire que olía a vino agrio. Un recuerdo repentino, vago como un aroma, la obligó a detenerse. Miró alrededor con atención, Sí, se acordaba”.

© LA GACETA

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