LA GACETA en Malvinas: la Guerra del 82 “reside” para los kelpers en una sala de Goose Green

El área rural ubicada al sudoeste de Puerto Argentino/Stanley fue el escenario del primer choque entre las fuerzas británicas y las argentinas. Tras la rendición del vicecomodoro Pedrozo, los paracaidistas liberaron a 114 kelpers que habían sido retenidos durante 29 días en el Centro Comunitario, hoy Club Social de Goose Green.

EL ANTIGUO CENTRO COMUNITARIO, HOY CLUB SOCIAL. El edificio donde fueron apresados los kelpers. Fotos gentileza Irene Benito EL ANTIGUO CENTRO COMUNITARIO, HOY CLUB SOCIAL. El edificio donde fueron apresados los kelpers. Fotos gentileza Irene Benito

PRADERA DEL GANSO/GOOSE GREEN.- Esta casa que parece una iglesia, con sus paredes de tablas blancas, sus techos rojos y su cerca verde, alberga todavía el padecimiento que los habitantes de las Islas Malvinas sufrieron durante la Guerra de 1982. Si no fuera por el museo ubicado en un cuartito del fondo que despliega, entre otros objetos, una carta de la primera ministra británica Margaret Thatcher enviada tras su visita de 1983 o por algunas pocas alusiones, como el banner verde colocado casi a la altura del techo con la leyenda “From the sea, freedom. 40 years” (“Desde el mar, libertad. 40 años”), sería difícil imaginar que en ese edificio convivieron durante casi un mes 114 civiles apresados por las fuerzas argentinas. El clima de Club Social del caserío de Pradera del Ganso/Goose Green, función que el recinto cumple en el presente, choca con lo que se espera que sea la memoria de un centro de detención. Pero quizá ese contraste es lo que torna a este espacio tan escalofriante.

Es necesario un rato para que la cabeza se acomode a la idea de lo que hace 42 años sucedió en el entonces Centro Comunitario de Goose Green, sitio que LA GACETA visitó durante el mes pasado en un viaje de prensa de cinco países sudamericanos organizado por el Gobierno de las Islas Falkland (FIG por sus siglas en inglés). Los relatos evocan el hacinamiento, el frío, el hambre, el miedo, las lágrimas de los niños, la locura del encierro en el medio del Atlántico Sur y la sensación de que el tiempo se agotaba para todos: los kelpers y los soldados argentinos que los custodiaban. Algunas imágenes ayudan a proyectar las mantas y los colchones ubicados sobre el piso de madera, y la rutina a punta de pistola. No resulta tan fácil entender cómo los rehenes, la mayoría vinculados a la cría de ovejas, sobrevivieron en condiciones tan adversas. Para salir de la pesadilla de Goose Green hay que mirar hacia el cielo: de allí vinieron los paracaidistas británicos que el 29 de mayo de 1982 abrieron la puerta de la sala y sacaron a los kelpers del cautiverio.

“UNION JACK”. La bandera del Reino Unido luce en el interior del museo. “UNION JACK”. La bandera del Reino Unido luce en el interior del museo.

La liberación de los civiles ocurrió luego de que británicos y argentinos se enfrentaran por primera vez en lo que fue un combate por aire, tierra y mar “como no se veía desde la Segunda Guerra Mundial”, según tituló The New York Times en la edición del 31 de mayo de 1982. El ex jefe del Ejército argentino y veterano de Malvinas, Martín Balza, describió en diferentes columnas de prensa que el choque había durado 36 horas y que Omar Parada, el general a cargo de la defensa de esta zona estrecha ubicada en el medio de la Isla Soledad/East Falkland, intentó dirigir las operaciones por radio “desde una calefaccionada oficina” de Puerto Argentino/Stanley, a 90 kilómetros de distancia.

Más allá de la desigualdad de armamento, de estado de ánimo y de profesionalismo, la de Pradera del Ganso/Goose Green fue una batalla difícil donde, según los registros oficiales, cayeron 50 argentinos y 19 británicos, entre ellos el superior del Regimiento de Paracaidistas y uno de los estrategas del ataque, el teniente coronel Herbert Jones. El vicecomodoro Wilson Pedrozo firmó la rendición. Dice la crónica de The New York Times que los casi 800 soldados argentinos al mando de Pedrozo arrojaron las armas y los cascos al piso, y no se molestaron en ocultar la alegría que sentían ante la perspectiva de regresar al continente.

RECORDATORIO. El cuadro reúne los nombres de quienes protagonizaron aquellos dramáticos días de 1982. RECORDATORIO. El cuadro reúne los nombres de quienes protagonizaron aquellos dramáticos días de 1982.

Un par de noches más

Banderines con la Union Jack (pabellón del Reino Unido) decoran el interior del otrora Centro Comunitario. Las muros exhiben un tablero para dardos; cuadros con fotos de deportistas en escenas diversas (el juego de la carretilla, un partido de polo, una doma, y una carrera de caballos y otra de perros), y pósters de los certámenes campestres veraniegos que anualmente congregan a un número significativo de isleños en Pradera del Ganso/Goose Green. El salón está bien iluminado, y dispone de mesas y sillas que le permiten ser usado para comer y para el desarrollo de actividades culturales. El esparcimiento del presente y la tragedia del pasado coexisten sin fricciones en el hoy Club Social.

Los kelpers hicieron que la Guerra fuera parte de su vida y no tratan de separarla. Así es cómo Alisa Heathman, la guía turística local, se para en el salón del Centro Comunitario y con tranquilidad cuenta que entre los prisioneros civiles había bebés lactantes que hoy ya son adultos hechos y derechos. “Aquí se amontonaron personas que tenían entre cuatro meses y 87 años. Sólo había dos baños. Aunque los niños eran muchos y el espacio, muy reducido, se comportaban bastante bien. A veces se escuchaban llantos: tenían hambre. Los padres apenas probaban un bocado para que sus hijos pudieran recibir más comida”, expresa Heathman, quien pasó los bombardeos no muy lejos de Goose Green.

CARTA DE MARGARET THATCHER. La primera ministra visitó las Islas en el 83. CARTA DE MARGARET THATCHER. La primera ministra visitó las Islas en el 83.

Fueron 29 días en el infierno. “Pero, cuando los civiles recuperaron la libertad, se dieron con que sus viviendas estaban arruinadas. Sorprendentemente, algunos tuvieron que regresar al Centro Comunitario para dormir un par de noches más mientras acomodaban el desastre. El resto de los habitantes de las Islas no sabíamos sobre este encierro: nos enteramos cuando todo había pasado”, refiere Heathman.

Subsistencia no segura

La escuela rural de Goose Green desapareció tras las bombas. Pudo tocarle idéntica suerte al Centro Comunitario donde estaban retenidos los kelpers, pero los combatientes de ambos bandos lo preservaron y no hubo bajas. Ello no quita el sufrimiento de quienes escucharon durante un día y medio cómo los proyectiles iban y venían, y en cualquier momento podían impactar en el edificio utilizado como prisión. Los británicos sabían de la presencia de pobladores porque el de Goose Green era uno de los asentamientos ovejeros más poblados del “camp” (“campo”) de las Islas Malvinas. Además, hasta allí habían sido llevados moradores de la localidad de Darwin cuando las fuerzas argentinas cumplieron la orden del dictador Leopoldo Fortunato Galtieri y desembarcaron el 2 de abril de 1982 en el archipiélago cuya soberanía el país reclamaba por la vía diplomática desde hacía casi 150 años.

Los hechos del Centro Comunitario no forman parte de la narrativa oficial de la Guerra que construyó la Argentina y, por ende, no se sabe con precisión por qué se actuó como se actuó en Goose Green cuando en otros lugares se respetó el modus vivendi de los kelpers. Pero lo que sucedió en ese rincón de las Islas sigue siendo una experiencia penosa y traumática para la población local. Casi cualquier isleño conoce a alguien que estuvo encerrado ahí y escuchó hablar de las historias de terror de los cautivos, quienes, según surge de los testimonios, temían que los militares argentinos descargaran su furia contra ellos, cosa que por fortuna no ocurrió. Si el archipiélago hoy tiene 3.662 habitantes, y más o menos todos saben quién es su vecino, con más razón eso era así en los 80, cuando existía la mitad de los pobladores.

La subsistencia, además, no estaba asegurada para nadie. Los reportes de Guerra británicos describen que, en la necesidad de protegerse del clima y de alimentarse, los soldados argentinos apostados en Goose Green habían saqueado las granjas y vaciado las despensas de las casas. Tras el cese del fuego quizá ese estado de destrucción de la aldea, en el presente un casco de estancia bucólico, trascendió más que el hecho del encierro de familias enteras en el Centro Comunitario. En la cultura del trabajo a ultranza de los kelpers tiene sentido que al comienzo pesaran más los daños materiales. Pero, con el tiempo, el cautiverio de los civiles se impuso como uno de los capítulos más dramáticos de la Guerra y la prueba es que, si bien los rastros del 82 abundan por doquier, en ningún lugar de las Islas se palpa la herida que el “conflicto” (o “the conflict”) produjo a los lugareños como en la pradera de Goose Green.

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