Los héroes no declararon la guerra de Malvinas

Los héroes no declararon la guerra de Malvinas

La conmemoración del Día del Veterano y los Caídos en la Guerra de Malvinas, esta semana, encontró al Gobierno argentino postulando un discurso en el que dos cuestiones centrales de la historia contemporánea no fueron diferenciadas con la claridad que ameritan. Por un lado está la valorable decisión de enaltecer la gesta de los combatientes que ofrecieron su vida en defensa de la patria, y que merecen todo honor y toda gloria. Por otro lado, de ningún modo se puede reivindicar a los responsables de haber conducido a la Argentina, en 1982, al conflicto del Atlántico Sur.

Los pronunciamientos deficitaron claridad en esa materia. Por momentos pareció mezclarse, en un infame “2x1”, ambos asuntos. “Inauguremos una nueva era de reconciliación con las Fuerzas Armadas que trasciende a este gobierno. Una era que rinda homenaje sincero a sus Héroes dándole a las Fuerzas Armadas el lugar el reconocimiento y el apoyo que se merecen”, propuso el presidente, Javier Milei. Puso en un mismo plano a los héroes de Malvinas con las Fuerzas Armadas de la época.

Mucho más allá, todavía, fue la vicepresidenta, Victoria Villarruel. “Una de las causas en la que tenemos que trabajar es Malvinas. Es la causa que nos une a todos los argentinos. Es la única en la cual, tengas las ideas que tengas y pertenezcas al sector que pertenezcas, vas a saber que el 2 de abril Argentina hizo lo justo, que fue defender su tierra”, sentenció. Es decir, consideró una guerra justa la que estalló hace 42 años, por decisión de la última dictadura militar.

Demasiadas situaciones se mezclan en las simplificaciones discursivas del oficialismo.

Por un lado, debe quedar establecido que los argentinos que combatieron en Malvinas, en lugar del olvido y el relegamiento que padecen desde hace cuatro décadas, merecen toda la memoria, todos los reconocimientos y toda la reparación. Tal vez el único caso en que se justificarían las jubilaciones de privilegio sería en el de los veteranos. Son 650 los compatriotas que no regresaron. A los que sirvieron a la patria y sobrevivieron, mínimamente, habría que arreglarles lo que les quede de vida.

Por otra parte, jamás debe ser dejado de lado el hecho de que la Argentina fue llevada al conflicto bélico por un gobierno de facto, conformado por militares que se hicieron del poder a partir de un golpe de Estado, y que luego fueron juzgados y condenados por la Justicia de la república por los más atroces delitos de lesa humanidad. Hasta el punto de ser declarados culpables de genocidio.

En el poco claro discurso libertario se olvida, por caso, que el propio “relato” de los golpistas del 70 consiste en que, en realidad, no estaba en los planes originales llegar a la instancia beligerante. Tanto actas y documentos de la época, como entrevistas posteriores, dan cuenta de que el fin perseguido era interrumpir la ocupación británica (iba a cumplir 150 años consecutivos en 1983) y, luego, forzar una negociación respecto de la soberanía de la islas. Por ello, el desembarco del 2 de abril se cuida de no provocar ningún derramamiento de sangre entre los ocupantes de las islas.

Pero, argumentaron los jerarcas del “Proceso”, tras la recuperación del archipiélago, se vieron desbordados por la reacción entusiasta del pueblo argentino y decidieron no sólo rechazar propuestas como las de una administración de “varias banderas”, entre las muchas que se barajaron en una primera instancia, sino que resolvieron quedarse en las islas. Pobres víctimas los golpistas: jamás les importó la voluntad popular para derrocar gobiernos democráticos, salvo esa vez…

De modo que no fueron los representantes del pueblo argentino los que decidieron ir a la guerra contra Gran Bretaña, usurpadora del territorio austral argentino, sino aquellos que se arrogaron por la fuerza de las armas el derecho de gobernar la Argentina sin importar lo que quisiera el pueblo. La Guerra de Malvinas fue el último intento de esos criminales por conseguir algo que los legitimara en el ilegítimo ejercicio del poder. Fracasaron estrepitosamente. Al año siguiente, desalojaron el poder.

El desarrollo del conflicto declarado por las juntas militares contra una de las mayores potencias bélicas de occidente no hizo más que engrandecer el papel de los combatientes. Y, a la vez, mostró otro rasgo de la miseria de la dictadura. En los 74 días que duró la guerra, prácticamente la mitad de los argentinos caídos pereció en el hundimiento del ARA General Belgrano: 323 muertos. Los británicos, en tanto, perdieron 250 hombres en las islas argentinas. Eso muestra que las batallas fueron parejas. La más cruenta fue Monte Longdon: hubo 52 muertos: 29 argentinos y 23 británicos. Pero tanto en ese enfrentamiento, como en el más prolongado (Pradera del Ganso fue la primera batalla terrestre y duró 33 horas), los argentinos se replegaban o debían rendir sus posiciones porque se quedaban sin municiones. Es decir, a 600 kilómetros de la costa patagónica, nuestras fuerzas se quedaban sin pertrechos. Eso no le ocurría al enemigo, a 13.000 kilómetros de su país.

Por cierto: la guerra no sólo fue catastrófica en términos de vidas humanas: significó un retroceso irreparable para la Argentina en su reclamo de soberanía. La Argentina del gobierno democrático de Arturo Illia supo elegir el camino de la diplomacia y el 16 de diciembre de 1965 obtuvo lo que todavía hoy es el mayor triunfo diplomático en la historia de este país, en su reclamo de soberanía sobre las islas. Entonces, la ONU dictó la resolución 2.065. Por esa disposición, la Argentina y el Reino Unido debían llevar las negociaciones en torno del conflicto por las islas al “Comité Especial encargado de examinar la situación con respecto a la aplicación de la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales a fin de encontrar una solución pacífica al problema”. Se debían tener en cuenta “los intereses” (no “la voluntad”) de la población isleña.

Cuando la dictadura decidió seguir el camino de las armas para resolver la disputa, todo lo logrado se esfumó. Lo dijo la canciller Diana Mondino. “Estamos trabajando muy intensamente en el tema. No es fácil: Argentina perdió la guerra”. Exactamente ahí es donde nos dejaron los golpistas.

Por todo esto, mezclar a los héroes de Malvinas con las planas mayores de las Fuerzas Armadas, o postular que “el 2 de abril Argentina hizo lo justo” en 1982, no sólo pisa en falso respecto de la conciencia colectiva: resbala en la verdad histórica. Cuanto más si todo ello viene de parte de un gobierno que postula como indispensables las ideas de Juan Bautista Alberdi. El tucumano fue testigo de la guerra de la independencia y de la guerra civil argentina, así como de la ominosa Guerra del Paraguay; y fue contemporáneo de la Guerra de Crimea, de la Guerra de la Secesión en Norteamérica, y de la guerra Franco-Prusiana. Frente a ello, declaró que la guerra es criminal. Y lo hizo desde el título de uno de sus ensayos más señeros: “El crimen de la guerra”.

El constitucionalista tucumano Luis Iriarte, en su ensayo “Alberdi por Alberdi”, recuerda una doble advertencia del máximo prócer de esta provincia. “Si falsificar la historia para servir a un buen fin es una inmoralidad, falsificarla para servir a un vicio, a una tendencia peligrosa, es doble inmoralidad. Doble crimen. (…) Acostumbrado a la fábula, nuestro pueblo no quiere cambiarla por la historia”.

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