Hay que pagarle 200 años de deuda a un héroe de la patria

Hay que pagarle 200 años de deuda a un héroe de la patria

Héroe: Persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble. (Primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española)

El 24 de marzo pasado sumó una segunda infamia a su oprobiosa carga histórica: se cumplieron 200 años del fusilamiento de Bernabé Aráoz. El patriota que hizo posible mucha de la declarada independencia de las Provincias Unidas. El hombre que todo arriesgó nada menos que para frenar el avance de los realistas en el territorio que hoy compone la Argentina. El tucumano a quien la Nación posterior le adeuda, en enorme medida, su actual límite septentrional. El protagonista de la historia al que la historia no le tributa reconocimiento. El comprovinciano que, además, fue gobernador.

El martes pasado, en el Congreso de la Nación, comenzó a escribirse un nuevo capítulo en la búsqueda de la reparación de la memoria de Aráoz. La senadora Sandra Mendoza presentó un proyecto de ley para declararlo “héroe de la patria”. La acompañó en la iniciativa su par, Juan Manzur. El antecedente más reciente fue una iniciativa similar impulsada por la ex senadora Silvia Elías de Pérez, que llegó a tener media sanción de la Cámara Alta, pero que no fue tratado en la Cámara de Diputados y, por ello, con el paso del tiempo perdió estado parlamentario.

La figura de Aráoz no genera “grieta” ideológica. De la presentación participaron los legisladores y ex intendentes peronistas Francisco Serra, de Monteros (allí nació el prócer) y Roberto Moreno, de Trancas (allí lo ultimaron). Y también los diputados radicales Roberto Sánchez y Mariano Campero.

Sin embargo, sí hay (o cuanto menos, ha habido) “grietas” provincianas al respecto. Las peleas del tucumano con el salteño Martín Miguel de Güemes y con el santiagueño Juan Felipe Ibarra han obturado que se dé a Aráoz el lugar que con justicia merece ocupar en el panteón de los hombres que forjaron este país. Justamente, recordar tan sólo su participación en la Batalla de Tucumán, del 24 de septiembre de 1812, dimensiona su aporte a la causa de una patria libre y soberana.

En las páginas de LA GACETA, el historiador tucumano Carlos Páez de la Torre (h) plasmó muchos pormenores que hicieron de aquella lucha un momento en el que la historia cambió su rumbo.

El adversario que acecha es el ejército realista, al mando del peruano Juan Pío Tristán. Es una fuerza militar regular, largamente mejor armada y entrenada que las huestes a cargo de Manuel Belgrano. El Ejército del Norte viene en retirada. No estaba en condiciones de enfrentar al enemigo en Jujuy, y cumpliendo órdenes del Triunvirato de replegarse hasta lo que hoy es Córdoba, se emprende el Éxodo Jujeño. Es una muestra de sacrificio y patriotismo única. Civiles y militares lo abandonan todo y queman lo que no pueden llevarse. La amarga marcha comenzó el 23 de agosto y cuando Belgrano llega a estas tierras, Bernabé Aráoz lo encuentra en la localidad de La Encrucijada. Allí le plantea que aquí es donde hay que dar la pelea. El “Padre de la Bandera” expone cuántos hombres y recursos necesitaría. Aráoz le ofrece el doble. Y el curso de los acontecimientos comienza a crujir…

Pío Tristán ignora que Belgrano va a obtener tamaños refuerzos: San Miguel de Tucumán es apenas una plaza de 5.000 habitantes. Cuenta con espías que le informan que se ven algunos soldados, pero imagina a Belgrano marchando hacia el centro de lo que hoy es Argentina. Esa circunstancia no es menor. De hecho, le va a costar la batalla misma.

El enemigo marcha hacia Tucumán para reducirla a cenizas: “para hacer tronar el escarmiento”, dice el historiador tucumano José María Posse. Hace hincapié en que el Cabildo local ha sido el primero en manifestar su apoyo a la Revolución de Mayo de 1810. Y los realistas ya han mostrado su sed de sangre en la masacre de La Coronilla, nombre que recibe la cima de la colina de San Sebastián en la actual Bolivia. Allí, tras atacar la ciudad de Cochabamba, el 27 de mayo de 1812, el general José Manuel de Goyeneche ultima a una treintena de mujeres que decidieron resistir a los españoles.

La mañana del 24 de septiembre, la artillería patriota (muy inferior a la del enemigo) ha sido desplegada en las inmediaciones de la actual plaza Urquiza. Los realistas vienen del norte, pero el incendio a gran escala que desata Gregorio Aráoz de La Madrid (por entonces, teniente) en los pastizales de Los Nogales los obliga a desviarse al viejo Camino Real (el Camino del Perú actual). Seguirán hasta El Manantial, para entrar a la ciudad por detrás. Belgrano resuelve mover sus fuerzas hasta el viejo Campo de las Carreras, cerca de la hoy Quinta Agronómica de la UNT.

Pío Tristán separa un batallón para dejarlo en el sur y tapar cualquier comunicación con Santiago del Estero y Córdoba. Y marcha con el resto a San Miguel de Tucumán. Pero como no espera resistencia, no ha armado su artillería. Sus cañones siguen desmembrados y transportados en mula. Pero lejos de sus expectativas, aquí lo reciben a cañonazos. Como agravante, Juan Ramón Balcarce, desde el flanco derecho, les cae en encima con sus tropas. A sangre y fuego, el regimiento de Dragones y los Decididos de Tucumán se cubren de gloria. El medio de la línea también triunfa, con los tucumanos y con los jujeños y con los salteños. De esos compatriotas también es la victoria.

Los realistas se desbandan y arrastran a su jefe de vuelta hasta El Manantial. Pero el batallón que ha quedado apostado al sur, debidamente desplegado, se suma al combate y lastima seriamente el ala izquierda de los nuestros. Ellos también se desbandan y arrastran consigo a Belgrano.

El saldo es igualmente positivo para los patriotas y el mayor general Eustaquio Díaz Vélez decide replegarse a la ciudad fortificada: se lleva 600 prisioneros y la mitad de sus cañones. La batalla está terminada. Por la noche, Pío Tristán cañonea el viejo campanario de Santo Domingo y amenaza con quemar la ciudad. Díaz Vélez, avalado por Aráoz, contesta que si lo hacen, degollarán a los prisioneros.

En la mañana del 25, Belgrano regresa con 600 hombres a caballo y exige la rendición realista. Le recuerda a Pio Tristán que él es americano. Su enemigo se indigna, pero toma una decisión que le tuerce el brazo al destino: decide retirarse a Salta. La batalla está ganada.

En la Batalla de Tucumán, y gracias a Aráoz y sus hombres, cesa la penetración realista en lo que hoy es nuestro territorio nacional. El tucumano también irá con sus huestes a librar la Batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813, cuando finalmente ocurrirá la capitulación realista. Pero aún si hubiera muerto en la pelea del 24 de Septiembre, ya sería todo el héroe que la patria demanda.

Precisamente, no se está pidiendo la canonización de Bernabé Aráoz, ni que se lo designe egregio paradigma del humanismo y la cultura. Lo que se reclama es el pago de una deuda de 200 años: su reconocimiento como héroe de la patria. Si no será así, hay que pleitear el concepto de “héroe” con la Real Academia Española…

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