El fútbol, la corrupción y la motosierra

El fútbol, la corrupción y la motosierra

“El éxito define la gravedad de una falta”. Esta relativización de un delito fue planteada por el jurista Luis Moreno Ocampo, quien saltó a la palestra al ser el fiscal adjunto del Juicio a las Juntas en 1985, donde se juzgó por primera vez a los máximos responsables de la última dictadura argentina, que tuvo lugar entre 1976 y 1983.

En su libro/tesis “En defensa propia. Cómo salir de la corrupción”, publicado en 1993 por Editorial Sudamericana, Moreno Ocampo comienza su trabajo trazando un paralelismo entre el fútbol y la política.

Él analiza que los intereses y las pasiones personales están por encima de las reglas o las leyes y que los límites, morales o éticos, se tornan difusos cuando los resultados benefician a nuestro equipo o partido político, y sostiene que las infracciones en el fútbol sirven para entender el proceso de la corrupción política.

Obviamente, el abogado es consciente de que se trata de magnitudes muy diferentes, ya que no hay relación en cuanto a la gravedad que tiene hacer un gol con la mano que robar un millón de dólares que estaban destinados a comprar leche para los niños.

El primer fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (2003-2012), donde procesó y condenó a decenas de personas por delitos de lesa humanidad, entre ellos a tres jefes de Estado, recuerda en esa obra que “en el partido contra Inglaterra, durante la copa del mundo de 1986, Diego Maradona convirtió dos goles. El segundo fue una obra de arte; el primero fue ilegal: le pegó a la pelota con la mano. Con gracia dijo que fue obra de “la mano de Dios”. Por supuesto que la Asociación del Fútbol Argentino no reclamó por la infracción que le permitía llegar a la final del campeonato. Ningún cronista deportivo argentino propuso que eso fuera una indignidad; no hubo cartas de lectores escandalizados. El éxito de nuestro equipo lo justificaba”.

Y continúa Moreno Ocampo con otro ejemplo: “En el mundial de 1990, todo Brasil le reclamó a Alemao, uno de sus jugadores, por no haberle hecho una zancadilla a Maradona, quien gambeteó a tres jugadores y le dejó el gol del triunfo a Caniggia. Le reprochaban no haber cometido una infracción”.

Es porque los jugadores, como los políticos, sienten más lealtad a su éxito personal y al de su equipo que al cumplimiento de las reglas.

Nadie imagina a un delantero que se cae solo dentro del área contraria, sin que nadie lo toque, levantarse y decirle al árbitro que no cobre penal, que se tropezó. Por el contrario, lo habitual es que se revuelque por el pasto como si le hubieran cortado una pierna.

Ganar, mal o bien, pero ganar

El cumplimiento de las reglas no garantiza el éxito. Ningún equipo gana un campeonato o pasa a la historia por cumplir con la ley o por ser cortés con sus rivales. En la política ocurre lo mismo.

Ningún político en campaña se cuestiona por el origen de los fondos que le permitirán ganar una elección. Provengan de donde provengan.

Si a las infracciones las comete nuestro equipo son simples “picardías” propias del juego y hasta provocan sonrisas. Si las comete el equipo contrario lloverán los insultos desde las tribunas. Cuando no objetos contundentes.

Moreno Ocampo, quien también llevó adelante los juicios por negligencia militar a los máximos responsables de la guerra de Malvinas, casos de corrupción contra altos funcionarios gubernamentales, y los juicios por las rebeliones militares de enero de 1988 y diciembre de 1990, se pregunta si acaso Collor de Melo hubiera resuelto los problemas económicos de Brasil habría sido echado por los actos de corrupción que se le comprobaron. “No lo creo”, se responde el abogado, "porque cuando entra en juego la competencia, sea política o deportiva, el pecado más grave es el fracaso”.

No existen hinchadas que alienten o aplaudan el juego limpio cuando su equipo está siendo goleado, como tampoco hay militantes que celebren la derrota de su candidato honesto.

En la maratónica sesión del Senado de la Nación del jueves esto que plantea Moreno Ocampo pudo verse de forma tan evidente que en un momento deliré: ¿y si hacemos al revés, empiezan votando lo que ya sabemos que van a votar y después, si tienen tiempo y ganas, sanatean para la tribuna?

Lo mismo con la anterior sesión de Diputados, de febrero pasado, aunque la masividad de ese cuerpo permite una mayor pluralidad de equipos.

Una cosa es un concepto como Patria, concreto, observable y palpable, y otra muy distinta es la Constitución, un conjunto de leyes abstractas, cambiantes y, por lo tanto, violadas sistemáticamente.

En “En defensa propia…”, a propósito de la diferencia entre Patria y Constitución, el jurista recuerda una famosa frase fascista: “Dar la vida por la democracia es como dar la vida por el sistema métrico decimal”. Un sinsentido.

Para el argentino el Estado es una abstracción con el que no se siente identificado, es impersonal, no concibe una relación individual con el Estado, con la cosa pública, es una entelequia que se puede saquear o malversar y por ello, como decía Borges, para el argentino robar dineros públicos no es un crimen. Es una de las razones por la que los gobiernos suelen ser pésimos, no están sujetos a controles efectivos y no hay división de poderes verdaderos.

En cambio, en la mayoría de los países europeos, el vecino concibe al banco de la plaza como propio, se siente dueño de los bienes públicos.

Incluso, para la política, como en el deporte, las reglas a veces pueden ser un obstáculo para llegar a la victoria.

El jueves quedó claro cómo los senadores defendían a su equipo por sobre las instituciones, por sobre el futuro del país, lo que importaba era ganar de cualquier modo, hasta con argumentos descabellados, chicaneros, mezquinos y sesgados; llegar a la verdad podía ser sólo por consecuencia del azar, un efecto colateral no buscado.

Las mentiras, por acción u omisión, la corrupción generalizada y las trampas electorales, por citar algunos ejemplos, son vistas como parte del “folclore de la política” y, como en el deporte, la violencia y el juego sucio en el fútbol no se termina cambiando jugadores, sino cambiando el sistema del juego.

“Híper corrupción”

Esto es lo que expresaron millones de argentinos el año pasado en las urnas, al extremo disparatado de preferir dar un salto al vacío antes que seguir caminando sobre las brasas encendidas por generaciones de fracasados. ¿Somos conscientes de que la gente eligió una motosierra antes que todo lo conocido? Una motosierra como plan de gobierno. Increíble. Si viajáramos al futuro y miráramos para atrás pensaríamos que los argentinos fuimos abducidos por una nave extraterrestre y luego escupidos como semillas de mandarina.

Pero si también vieran y escucharan los últimos debates legislativos entenderían por qué hace 70 años que nos empobrecemos a ritmos centroafricanos.

En su tesis escrita hace 30 años -donde no sólo nada cambió sino que todo empeoró- Moreno Ocampo aclara que corrupción hay en todo el mundo, así como jugadores que pegan patadas o meten goles con la mano, pero la clave está en la magnitud. En el fútbol se cometen faltas, pero al haber tantos sistemas de control, las tribunas, los árbitros, las cámaras, los periodistas, las infracciones son esporádicas y marginales. Si no existieran todos estos controles probablemente los partidos serían batallas campales. Y la política es sencillamente una batalla campal en Argentina.

En los países donde los índices de corrupción son bajos es porque los niveles de control, y de castigo, son muy altos.

El objetivo argentino debe ser -asegura el jurista- disminuir estos niveles exorbitantes de corrupción que hay en Argentina.

“En todos los países del mundo pueden detectarse actos de corrupción dentro del sistema: se trata de que cada vez sean menos y que no sea el sistema entero el corrupto. No es lo mismo un sistema de casos aislados, de otro donde el fenómeno está generalizado, al que llamaremos estado de híper corrupción”.

Por último, en el capítulo “El juego del todos pierden”, el ex fiscal y docente de varias universidades, entre ellas Harvard, Yale y Stanford, hoy radicado en California, cita un slogan de los alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires: “Yo coimeo, tú coimeas, él coimea, nosotros nos perjudicamos”.

Comentarios