Cómo el #NiUnaMenos está cambiando la Argentina

José Alperovich, mientras dictaban la sentencia en su contra. José Alperovich, mientras dictaban la sentencia en su contra.

Una joven de 17 años va caminando por la vereda de una comisaría; en la puerta de la misma hay un policía haciendo guardia. El día está gris, es feriado y llueve. En el momento en que la joven pasa por al lado del oficial escucha muy cerca de ella al hombre decirle “adiós, mi amor”. Esto no está basado en nada, es una anécdota real. Para esa joven esto no era algo raro, desde que cumplió alrededor de 13 o 14 años los hombres en la calle le gritaban cosas y en alguna oportunidad, hasta alguno, se animó a tocarla.

¿La joven puede denunciar esto? No. ¿En dónde va a denunciar? La comisaría en la que recibió un “piropo” no le genera seguridad. Claro que de esta anécdota ya hace más de 10 años y algunas cosas sí cambiaron. Por ejemplo el impacto que ha tenido el movimiento #NiUnaMenos y otras iniciativas de defensa de los derechos de las mujeres son muy importantes. Ni una menos ha fomentado el empoderamiento y la sororidad entre las mujeres. A través de sus acciones y discursos, muchas mujeres pudieron romper el silencio sobre la violencia que han sufrido, compartiendo sus historias públicamente y buscando apoyo en redes de solidaridad.

En Argentina, la problemática de los abusos sexuales es alarmante y creciente. Según datos del Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC), los casos de abuso sexual han mostrado un aumento sostenido en los últimos años. En el 2000 la cantidad de hechos de abusos sexuales con acceso carnal denunciados eran 3023; mientras que en el año 2.022 los casos denunciados ascendieron a 6.964. Más del doble. Sin embargo, el verdadero alcance del problema es aun más grave, ya que se estima que solo una fracción de estos delitos son denunciados. Un informe de la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia indica que más del 70% de las víctimas de abuso sexual no realiza una denuncia, debido al miedo, la vergüenza y la desconfianza en el sistema judicial.

Durante muchas décadas, la justicia en Argentina trató los casos de violencia de género bajo el paradigma de “crímenes pasionales”. Este enfoque, profundamente arraigado en una visión patriarcal y machista de la sociedad, consideraba que los actos de violencia contra las mujeres eran impulsados por emociones incontrolables y relaciones íntimas, minimizando así la responsabilidad del agresor y perpetuando la revictimización de las mujeres. En este contexto, las denuncias de violencia doméstica y feminicidios eran frecuentemente desestimadas o tratadas con una indulgencia que reflejaba la falta de reconocimiento de los derechos de las víctimas y la gravedad de los delitos cometidos. Las víctimas enfrentaban un sistema judicial no les podía brindar protección, y que además las sometía a una culpabilización indebida.

Dejar de ser Caperucitas

El cambio significativo comenzó alrededor del año 2009, con la sanción de la Ley 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, que estableció un marco legal claro para la protección de las víctimas y la persecución de los agresores. Unos cuantos años después, con la llegada del #MeToo primero y el #NiUnaMenos después, las mujeres empezamos un camino para dejar de ser las Caperucitas rojas de la sociedad y los hombres un potencial lobo feroz. Desde entonces, se han implementado diversas políticas públicas y reformas judiciales que buscan brindar un trato más justo y empático a las víctimas de violencia de género, promoviendo un sistema judicial más comprometido con la equidad y la justicia.

A pesar de esto, y por más sanciones de leyes o movimientos que existan, la revictimización es un fenómeno que sigue siendo común para las mujeres que deciden denunciar. En muchos casos, sus testimonios son puestos en duda, algo que puede ser tan traumático como el abuso mismo. A menudo a las víctimas se les cuestiona su comportamiento, vestimenta o decisiones, en lugar de centrarse en el acto delictivo del agresor.

En este contexto, la condena de José Alperovich, ex gobernador de Tucumán y ex senador nacional, por abuso sexual contra su sobrina, marca un punto de inflexión en la Justicia argentina. Este caso ha desafiado las expectativas prevalecientes sobre la impunidad de figuras poderosas en la sociedad.

La sorpresa no solo radica en la condena en sí, sino también en la naturaleza de la sentencia. Muchos pensaban que, en caso de ser condenado, Alperovich evitaría una cárcel común debido a su estatus y conexiones. Sin embargo, la Justicia decidió aplicarle una pena efectiva y con las mismas condiciones que cualquier otro ciudadano, lo cual es un hito en la lucha contra la impunidad.

Avance significativo

Este veredicto puede ser visto como un reflejo del impacto que ha tenido el movimiento #NiUnaMenos y otras iniciativas de defensa de los derechos de las mujeres. Estos movimientos han trabajado incansablemente para visibilizar la violencia de género y exigir cambios profundos en el sistema judicial.

Aunque la condena de Alperovich no soluciona de inmediato el problema estructural de la violencia de género y la revictimización en el sistema judicial, representa un avance significativo. Muestra que la justicia puede actuar imparcialmente y cumplir su rol protector, incluso contra aquellos que han ejercido poder y control durante décadas. Esta sentencia debería funcionar como un mensaje claro: la violencia sexual no será tolerada y todas las víctimas, independientemente del poder de su agresor, merecen justicia.

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