Miden el defectuoso diseño de la sociedad y del país

Miden el defectuoso diseño de la sociedad y del país

Entre el calvario del pequeño Loan, desaparecido hace dos semanas en Corrientes, y la telenovela política en torno de la jibarizada Ley Bases y el desastrado Paquete Fiscal, una noticia oficial pasó inadvertida en la Argentina. Peligrosamente inadvertida.

El Indec publicó su informe sobre “Evolución de la distribución del ingreso” correspondiente al primer trimestre de este año. El estudio abarca los 31 conglomerados más poblados de la Argentina. Los datos que tuvieron mayor difusión fueron los referidos a lo que ganan los argentinos. El relevamiento determinó que en la población con ingresos (son el 62% del total de las personas que viven en esas urbes) el promedio individual es de $ 369.085 mensuales. La cifra poco menos que alarmante. El costo de la “canasta básica”, que marca la “línea de pobreza”, fue de $ 851.350 en mayo para familias de dos adultos y dos menores. El monto no incluye alquiler. Así que, teniendo en cuenta el promedio, una familia “tipo” en la que trabajan los dos adultos es una familia pobre. Y en el caso de que sólo tenga trabajo un adulto, esa familia cae bajo la “línea de indigencia”, porque el costo sólo de la “canasta alimentaria” es de $ 387.000.

Pero la noticia más trascendente no pasó por estos números absolutos. El informe dio cuenta de cómo quedó el Coeficiente de Gini. ¿El resultado? Tenemos un diseño defectuoso de sociedad.

El de Gini es un indicador de la desigualdad en la distribución del ingreso, cuya progresión se da en decimales. Parte desde el valor “cero”, que corresponde al caso de “igualdad absoluta de todos los ingresos”, según explica el Indec; y llega hasta el valor “uno”, el caso extremo contrario. “Donde todas las personas tienen ingreso 0 y una sola persona se lleva el total”. Es la desigualdad más manifiesta. Nuestro país se encuentra peligrosamente cerca del medio camino entre ambos polos.

La aguja del Coeficiente de Gini marca 0,467 en la medición oficial. Es un número para el fracaso social. El Indec enciende la alarma en su informe, además, porque en el primer trimestre del año pasado la cifra era de 0,446, “lo que muestra un importante aumento de la desigualdad en la comparación interanual”. Estos también son los efectos del ajuste.

El Coeficiente de Gini, en rigor, no es un indicador simpático para muchos políticos y economistas liberales. Sin embargo, la cuestión trasciende ideologías y gobiernos. Por caso, en la serie estadística, uno de los agravantes es que, con altas y bajas, hace demasiados años que el coeficiente en cuestión no baja del rango del 0,4. Durante el arranque del cuarto gobierno kirchnerista, en el primer trimestre de 2020, se ubicó en 0,444, cifra casi idéntica al del primer trimestre de 2021. Entre finales de ese año y finales de 2022 se ubicó entre 0,413 y 0,417. Pero en 2023, el año de la campaña electoral, volvió a escalar hasta el 0,446 consignado en el párrafo anterior. Así que no hubo avances.

La cuestión no es igual en la región. En Uruguay, según da cuenta el Ministerio de Desarrollo Social de ese país, en 2009 el Coeficiente de Gini era de 0,438. Una década después, en 2019, se había desplomado al 0,383. En Chile, con un panorama menos alentador, también hubo progresos. En 2020 el indicador arrojó un escalofriante 0,509. En 2022 descendió a 0,470, prácticamente igualando el pico del primer trimestre de este año en Argentina.

Ahora bien, el Coeficiente de Gini no es, meramente, un cuestionador ético ni un interpelador moral sobre la equidad en la distribución de los ingresos. Es, también, un indicador manifiesto sobre la conflictividad social. En otros términos, la inseguridad no recrudece en contextos de pobreza, sino en contextos de desigualdad. El disparador de la criminalidad no es la carencia, sino la inequidad.

El documento “Cómo reducir los homicidios en un 50% en los próximos 30 años”, del investigador Manuel Eisner, de la Universidad de Cambridge, y citado por el sitio Chequeado.com, sostiene que la desigualdad es clave para evaluar los homicidios. “Los estudios que comparan países en un mismo período constatan repetidamente que los niveles de homicidios se correlacionan con niveles de desigualdad económica medidos por el coeficiente de Gini”. Y agrega que al comparar las bases de datos del Banco Mundial, surge que entre los 50 países con un indicador más igualitario, casi todos registran tasas de 1 o 2 homicidios cada 100.000 habitantes. Por el contrario, entre los 20 países más desiguales hay varios Estados con tasas superiores a los 20 cada 100.000 habitantes. En la Argentina, la tasa es de 4,2 homicidios cada 100.000 habitantes. Son, al menos, cinco asesinatos diarios.

La cuestión es inquietante para Tucumán: entre su poca superficie y su mucha población, la desigualdad es paisaje urbano. En las afueras de la Capital conviven “countries” con barrios pobres y hasta con asentamientos de emergencia. Y en la ciudad, si un turista equivoca el camino y se baja de cualquier avenida, a cualquier altura, a 10 cuadras terminará en zonas de solemne carencia.

Precisamente, lo que la desigualdad en la distribución de los ingresos revela no es sólo el diseño defectuoso de nuestra sociedad, donde a unos pocos les sobra mucho y donde a muchos les falta todo. También queda expuesto que la cronicidad de la inequidad ha convertido a la Argentina en un país defectuosamente diseñado. También hay zonas que nadan en abundancias, mientras otras se secan en carestías. Lo cual, por cierto, se explica a partir de constantes que no le caen simpáticas a los políticos ni a los economistas de lo nacional y popular.

El informe “La matriz de la desigualdad social en América Latina”, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), comparó los países latinoamericanos con los de la Organización para Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre la base de dos indicadores. Por un lado, el coeficiente de concentración territorial (mide la distribución territorial de la actividad económica) y el coeficiente de Gini territorial (mide la distribución de la riqueza, relacionando el PBI total de cada territorio con la participación relativa de su superficie geográfica).

El resultado es que en los países europeos, ninguna región acumula ni siquiera dos veces más que otra. En Francia, la “Región Parisina” es la más rica y tiene una brecha de 1,95 respecto de la más pobre: Languedoc-Roussillon. En España, la brecha entre Madrid y Extremadura es de 1,92. En cambio, en Argentina, Buenos Aires tiene una distancia de 8,09 con respecto a la pobrísima Formosa.

Estos datos, por cierto, corresponden a 2016, es decir, un año después de las tres primeras presidencias del kirchnerismo. La Argentina exhibe, para decirlo en términos de la Cepal, que la concentración territorial del PBI está acompañada por la inequidad.

La brecha en Brasil

Claro está, el fenómeno se da en todo el continente. Y hay casos peores que el nuestro. En Brasil, la brecha entre el distrito federal (en su territorio está Brasilia) y la paupérrima región de Piauí, es de 9,22. Debe ser un alivio para los que entienden que en la noción popular de que “mal de muchos, consuelo de tontos” se verifica, acabadamente, un caso cotidiano de redistribución y de equidad.

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