Curiosamente, en la semana más fría del año empezó el deshielo de la política tucumana. El 9 de Julio y la firma del Pacto de Mayo en esta provincia parecen haber acelerado las pulsaciones de oficialistas y opositores, muchos de los cuales habían permanecido inmóviles en la primera parte del año.
Lo primero para concluir es que el azar terminó por premiar el esfuerzo y la persistencia que había exhibido Osvaldo Jaldo por sostener su perfil dialoguista. Pese a los reparos internos y a las dudas sobre la conveniencia de haber desairado al perokirchnerismo para mostrarse como un sostén de Javier Milei en el Congreso, el gobernador logró su cometido. Al menos, en el corto y mediano plazo consiguió con esa estrategia lo que se había propuesto: llevar adelante la gestión provincial sin mayores sobresaltos. Hasta aquí, principalmente, pudo sacarse de encima la mochila de la deuda que había heredado del Fondo Fiduciario para el Desarrollo Provincial, además de aparecer siempre entre las prioridades nacionales para la ejecución de obras públicas. Pero claro, las postergaciones en la firma del Pacto de Mayo, por factores ajenos a él, terminaron por darle un marco más imponente a su anhelo.
Incluso, las fotos de la helada madrugada del martes terminaron sirviéndole más al anfitrión que al propio Presidente. Principalmente, porque el jefe de Estado esperaba que tras la firma del Acta y del retrato con 18 de los 24 gobernadores, los mercados comenzaran a creer en su capacidad de conducción y sintieran garantías de gobernabilidad. Al menos en las horas que sucedieron al evento, nada de eso ocurrió y la inestabilidad cambiaria se profundizó. Incluso, el líder libertario parece haber perdido a uno de los mandatarios firmantes: en menos de 72 horas, el santiagueño Gerardo Zamora pasó de rubricar los 10 puntos del Pacto impuesto por Milei a mostrarse con los cinco jefes provinciales que no habían venido a Tucumán, en un evento con gremios que rechazan la Ley Bases y el Paquete Fiscal.
¿Crisis de identidad del ex radical? De ninguna manera, lo que exhibe la postura de Zamora es lo que las imágenes de la noche tucumana no pudieron ocultar: muchos de los gobernadores se sentaron con muchas dudas en las sillas apostadas a la intemperie debido a la necesidad de fondos, pero se levantaron con la certeza de que consensuar con el Gobierno libertario es casi imposible. La puesta en escena presidencial fue grotesca: a la vez que les agradeció por haber firmado un compromiso, los maltrató de pie, por cadena nacional y teniéndolos sentado a un lado con temperaturas extremas. Aún más, al único ex presidente elegido por la voluntad popular que se dignó a venir –y desde España- se encargaron de hacerle sentir el frío de la política. Mauricio Macri no tuvo ni siquiera una foto con Milei y la señal oficial se encargó de invisibilizarlo por completo. Extraña manera de parir un nuevo intento de refundación nacional.
Como contrapartida, para el tucumano Jaldo todo fue ganancia. Primero, porque los abrazos y las sonrisas cómplices con Milei le permitieron completar el primer objetivo de gestión: el de la emancipación de Juan Manzur. Hoy, “El Comisario” tiene roce directo con el poder central y mayor trascendencia nacional que la que cualquier dirigente peronista local hubiese imaginado en octubre del año pasado. Segundo, porque las postales del 9 de Julio desacomodan aún más a la oposición tucumana. Jaldo se encargó de aprovechar ese envión con la convocatoria a la firma de un pacto de entrecasa. ¿Con qué argumento sensato rechazarían los opositores esa citación, si vienen de festejar el llamado de Milei a nivel nacional y de cuestionar a quienes no aceptaron el convite? Ni siquiera en los años más potentes del alperovichismo, cuando el gobernador verdaderamente tenía a la provincia en un puño, había tanta tibieza de la oposición legislativa. Y eso que 15 parlamentarios fueron electos por partidos que enfrentaron a Jaldo.
Por eso no debe extrañar que desde adentro del peronismo emerjan las primeras piedras en la gestión del tranqueño. Si bien entre los más estridentes al declarar aparecen el dirigente Luis Romano y el legislador Gerónimo Vargas Aignasse, el más explícito fue el diputado Pablo Yedlin, que desde hace meses viene tratando de mostrarse como la antítesis de las posturas del gobernador. El ex senador, al que alguna vez Sergio Massa le había prometido el Ministerio de Salud en caso de ganar la Presidencia, viene de completar el álbum de figuritas del arco peronista: ya tenía postales con el tigrense y consiguió el retrato con Cristina Fernández de Kirchner hace un par de semanas. Además, concretó este jueves su jugada más osada, al tomar el control del massista Frente Renovador en Tucumán mediante un dirigente de su entorno, Samuel Semrik.
A modo de estrategia, Yedlin aspira a ser identificado como el más firme opositor a las políticas de ajuste de Milei que Jaldo apoya. Y desde esa catapulta, erigirse como una figura para los comicios provinciales de 2027, ocupando un lugar que hoy está vacante en el peronismo. Con Manzur prácticamente ausente y la mayoría de los dirigentes justicialistas locales en silencio, la libertad de acción que exhibe el ex ministro de Salud sobresale sin mayores dificultades. El problema de Yedlin es que deberá desandar un buen trecho todavía para quitarse de encima el mote de manzurista. De hecho, aunque él asegure que ni siquiera habla con el ex gobernador y aunque sea cierto que mantiene diálogo fluido y propio con el ex ministro de Economía, en la Casa de Gobierno están convencidos de que detrás del repentino impulso dado al massismo en Tucumán aparece la mano de Manzur.
Así se explica el previsible –y exagerado- despliegue de soldados jaldistas para denunciar que los hermanos Pablo y Gabriel Yedlin dividen el peronismo y que dejaron el Partido Justicialista para pasar a las filas del Frente Renovador. Ocurre que la cercanía política del gobernador con el espacio libertario confunde y desorienta hacia dentro del PJ, porque no son pocos los legisladores e intendentes justicialistas que temen por una alianza electoral entre Jaldo y Milei en las legislativas de 2025. En rigor, aunque el mandatario les aseguró que se mantendrá dentro del partido y que presentará lista el año que viene, el manzurismo residual se encarga de desparramar otra versión. Entonces, las teorías conspirativas y de dudosa concreción a futuro fluyen y se esparcen.
La más reproducida sostiene que Manzur, una vez que pasen las elecciones internas de noviembre en el PJ nacional y se posicione dentro de la conducción, propiciaría una intervención del distrito tucumano para retomar el control del partido y quitarle poder de fuego a Jaldo. Claro, esta aventura se completa con la eliminación de las Primarias, para evitar que el gobernador pueda competir por dentro del peronismo y que deba buscar otro partido para hacerlo. Como en todo mito, que intenta comprender un fenómeno real mediante una explicación sobrenatural, hay elementos de sostén y mucho de imaginación. Porque es cierto que hay un proceso de renovación de autoridades dentro del PJ, porque también es verdad de que está en debate terminar con el sistema de PASO, y porque también es evidente que el año próximo habrá ruidos electorales dentro del peronismo por la posición de Jaldo.
Sin embargo, es imposible presumir hoy si Manzur tendrá un rol protagónico en el rearmado del justicialismo en el país o si a los libertarios le darán los números para imponer un cambio electoral de esa envergadura. Ya lo intentó Macri sin éxito, y el antecedente de la Ley Bases no es alentador para Milei: le demandó seis meses de discusión conseguir un texto diezmado. Por último, ninguna de esas elucubraciones contempla la reacción que pueda tener Jaldo. Ni tampoco sus consecuencias. En ese sentido, la violencia de la interna de 2021 entre los ex compañeros de fórmula puede ser ilustrativa.
Por lo pronto, habrá que ver si el proceso de descongelamiento político de esta semana se sostiene en el tiempo, o sólo fue producto del inusual cambio climático de este invierno.