Por Cristina Bulacio
Para LA GACETA - TUCUMÁN
Iniciaré esta reflexión sobre peculiaridades del pensar en la obra de Borges, contando una experiencia. Hace un tiempo organicé, como otras veces, un Encuentro Borges en el cual actores importantes leerían, en un teatro, poesía y algún cuento breve. Entre el público estaba un amigo -al que invité especialmente- que le tenía cierto temor reverencial a Borges porque le resultaba difícil y hasta incomprensible su obra. El espectáculo fue excelente. Finalizado el mismo le pregunté cómo se había sentido escuchando poesía y cuentos de un genio. La respuesta me sorprendió por inesperada: “he sentido una profunda tristeza”, me dijo.
Nos preguntamos entonces: ¿la felicidad de leer a Borges puede esconder, subrepticiamente, una carencia, una nostalgia en el pensar? ¿Nostalgia de qué? ¿De algo profundo e inalcanzable que apenas sospechamos? ¿De un absoluto que haría comprensible el universo? ¿De algún tipo de certeza en la que pudiéramos hacer pie para pensar? ¿De mi propia identidad porque no sé quién soy? ¿De la “amorosa relación de las palabras y las cosas” siempre incierta?, como sostiene Kovadloff. ¿De la belleza -inalcanzable- en la escritura, en el pensar, en el mundo? ¿De la insondable distancia entre lo finito y lo infinito? ¿De ignorar la existencia de un Dios irónico?
Sólo algunas pistas
¿Nos entristece que la metafísica, saber buscado por los hombres a lo largo de los tiempos en pos de una salvación, sea, nada más que “una rama de la literatura fantástica”? ¿Nos desconcierta que palabras como infinito, eternidad, tiempo, cuando las pronuncio, estallan porque no hay ningún objeto mundano que se ajuste a ellas?
Naturalmente, no tengo respuestas ciertas sobre aquello que nos marca de este modo, solo algunas pistas sobre este territorio inmenso que, efectivamente, atraviesa la obra de Borges. Me abocaré a señalar las más obvias. En su lectura nos descubrimos prisioneros de un universo laberíntico del que es imposible huir. Constatamos que no hay pensamiento que pueda escapar a los bordes de nuestra experiencia vital. Sugiere que la obra de arte está siempre oscurecida por su contaminación con la ficción de un absoluto, por lo tanto nunca es perfecta. Experimentamos la libertad en algunos de sus escritos, pero también que esa libertad -tan deseada por los hombres y tan celosamente defendida por él- está velada desde su origen por los límites de nuestra propia condición finita. De allí esa profunda insatisfacción que nos revela el pensar.
Se desprende de su lectura el rechazo a pensar que el pensamiento puede ser manipulado a gusto por el poder político o religioso, ello sería darle entidad a los sistemas totalitarios de los cuales Borges siempre escapó. Pensar que el pensamiento solo puede ser fuerte, claro y evidente cuando se trabaja con la ciencia es desconocer el papel vital que juega el lenguaje para mostrar y ocultar la realidad al mismo tiempo. Ni siquiera en las matemáticas o en la lógica, la verdad es total.
Pensar es algo personal, intimo, por momentos abismático, con un perfil desconocido para nosotros mismos y por tanto misterioso. Sin embargo somos eso, “una cosa que piensa” y por ello vivimos en un infatigable preguntar que no tiene ni tendrá respuestas definitivas. Apelo a esta poesía de Borges en la esperanza de comprender alguno de los secretos de esta tristeza y esta nostalgia.
Soy
Soy el que sabe que no es menos vano/que el vano observador que en el espejo/de silencio y cristal sigue el reflejo/o el cuerpo (da lo mismo) del hermano./Soy, tácitos amigos, el que sabe/que no hay otra venganza que el olvido/ni otro perdón. Un dios ha concedido/al odio humano esta curiosa llave./Soy el que pese a tan ilustres modos/de errar, no ha descifrado el laberinto/singular y plural, arduo y distinto,/del tiempo, que es uno y es de todos./Soy el que es nadie, el que no fue una espada/en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
© LA GACETA
Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía, profesora consulta de la UNT. Autora de Los escándalos de la razón en J.L.Borges y De Laberintos y otros Borges.