El más grave problema que puede enfrentar un joven en la sociedad moderna es la exclusión y las escasas oportunidades de ser oído, de participar, de acceder a una buena nutrición, a la salud, a la educación, al trabajo, al deporte, a la recreación y a la cultura. Se dice, que la actual generación de jóvenes vive en un clima de apatía y desesperanza que los coloca en una situación de aislamiento generacional, con pocas posibilidades de participación en la construcción de su propio futuro, esto se debe y puede revertir, si logramos generar mejores condiciones para que asuman responsabilidades en su cuidado y protección. La juventud se ve avasallada por un caos de valores generado por la rápida sucesión de situaciones sociales; la versión deformada del mundo que se les presenta a los jóvenes, como una feria de consumo, cayendo a veces a una verdadera anomia social o generacional. Las urgencias provocadas por otras prioridades hacen que el estado, la sociedad y sus organizaciones, no se plantee de manera consciente la necesidad de atender a algunos sectores de la población, entre ellos a los jóvenes, especialmente los más excluidos y especialmente a los de mayor riesgo, como se merecen. Es necesario entonces, rediseñar y generar espacios para que los jóvenes ejerzan su capacidad de autodeterminación y que a través de sus propias acciones e iniciativas, tanto individuales como colectivas, pueden influir en su entorno, abrirse oportunidades y actuar de manera protagónica en la realización de sus proyectos de vida y en la construcción de un futuro mejor. Las políticas de juventud (hoy recortadas y exiguas) deben contener la concepción del joven como un actor social, agente de su propio desarrollo y del desarrollo de la sociedad en la que vive. Un joven protagonista, con obligaciones, que valore su vida y que en función de esos sentimientos intervenga de manera activa, eficiente y eficaz en los procesos decisorios relativos a los asuntos públicos de su barrio y su ciudad .
Rubén Ricco