Renunció a su trabajo, se fue a dedo hasta Rosario y sueña con ver campeón a San Martín

"Fui a todos los partidos de local de esta temporada y además viajé a varios de visitante; no podía no estar en la final", aseguró el joven.

FELIZ. Alejandro Cornejo llegó el jueves por la noche luego de una durísima travesía. Este domingo estará en la popular alentando a San Martín en la final por el ascenso. FELIZ. Alejandro Cornejo llegó el jueves por la noche luego de una durísima travesía. Este domingo estará en la popular alentando a San Martín en la final por el ascenso. LA GACETA / Diego Aráoz

Ser hincha no es solo alentar; es sentir cada latido al ritmo de los colores. Es despertarse en las noches de desvelo pensando en el próximo partido, dejar el corazón en cada grito de gol y hacer sacrificios que pocos entienden. También es el abrazo eterno a los sueños que nunca se rinden, el orgullo de saber que aunque gane o pierda el equipo, la camiseta estará siempre tatuada en el alma. Y la historia de Alejandro Cornejo con San Martín es una prueba fiel de ello.

El joven tiene 26 años y miles de kilómetros sobre su espalda. Conoció Santiago del Estero, Jujuy, Rafaela, Buenos Aires, Córdoba, San Juan y varias provincias más siguiendo al “Santo”. “Voy siempre; de local y de visitante porque San Martín es un sentimiento”, explica en diálogo con LA GACETA, luego de hacer su entrada triunfal en la zona del balneario La Florida, en el que durante la siesta rosarina comenzaban a juntarse algunos tucumanos.

Desde que el equipo de Diego Flores aseguró su lugar en la “finalísima” por el ascenso, Alejandro entró en una disyuntiva. Quería estar en el juego decisivo pero los números no le cerraban. Había renunciado a su trabajo y no quería deberle ningún favor a nadie. “En realidad intenté con mi viejo, pero me dijo que no me iba a dar plata; que nadie me había obligado a que renunciara”, ríe ya asentado en Rosario desde la noche del jueves. “A mi viejo le dije que si no me daba igual iba a venir, y que iba a llegar antes que él”, agrega. “Él viene mañana, en ómnibus. Es socio, tiene platea, se hace el ‘cheto’. Pero yo ya estoy acá”, remata mientras ensaya una especie de paso de baile.

El miércoles a la mañana Alejandro ya tenía su popular asegurada. Salió de su casa de Villa Muñecas únicamente con una mochila sobre sus hombros. Caminó hasta el empalme de la ruta 9 y comenzó a hacer “dedo”. Después varios intentos, un camionero lo subió y allí inició su sueño. “Me llevó hasta Recreo y ahí tuve que caminar otro tramo”, explica.

Siguió su ruta y a los pocos kilómetros encontró otra alma caritativa que lo acercó hasta Córdoba capital. La mitad del viaje ya estaba adentro, pero faltaban poco más de 400 kilómetros a lo largo de la autopista Córdoba-Rosario.

Bajo un sol inclemente, una temperatura prácticamente asfixiante, y viendo que no encontraba alguien que pudiera darle el último aventón decidió caminar al costado de la autopista. La energía iba decayendo y el cuerpo comenzaba a pasarle factura. “Me dolían los pies porque habían comenzado a salirme ampollas. No tenía agua, me estaba muriendo de sed y no había un auto que pudiera levantarme. Entonces me tiré a dormir un rato en el pasto, al costado de la ruta. Estaba muerto, débil, con calor y mucho dolor de pies", revela.

Con las pilas recargadas siguió su viaje. Caminó decenas de kilómetros hasta la altura de la entrada hacia Villa María en donde otro camionero lo llevó hasta la “tierra prometida”. “Fue muy difícil porque en la ruta no te alza cualquiera. No traje nada, ni siquiera el celular porque temía que en el viaje pudieran robármelo. Había estado en medio de la nada, a la intemperie e incomunicado. Pero acá estoy, en Rosario, listo para ver la final”, aprieta el puño y grita fuerte “vamo’ lo’ santo’”.

Al joven todo le salió redondito. Ya en la ciudad que tenía como destino final de su travesía, decidió acudir al rescate de uno de los tantos amigos que había hecho en uno de esos viajes para alentar a San Martín. Alejandro recordaba dónde vivía por lo que fue hasta la casa y ahí lo recibieron con los brazos abiertos. “Es un hincha de Rosario Central y está todo bien con ellos. Me dio alojamiento, comida y hasta me regaló una camiseta y un pantalón”, afirma.

Este domingo estará presente en la popular norte del “Gigante de Arroyito”, alentando al equipo que lleva en su corazón, como lo hizo miles y miles de veces. “Yo no molesto a nadie. Siempre me pagué mi pasaje y viajé por mis propios medios, pero esta vez no tenía. Me puse a pensar y dije: ‘fui a todos los partidos de local de esta temporada y además viajé a varios de visitante; no puedo no estar en la final’. Además, tengo un presentimiento de que esta vez se nos va a dar lo que todos queremos”, remata casi sin querer decir la palabra “mágica”/prohibida para los cabuleros.

“Ale” no piensa en el regreso, que puede llegar a ser tan difícil como la ida. “Nah… yo voy a ir a la cancha y listo. Eso es lo único que quería. Además, estoy seguro que algún ‘ciruja’ me va a llevar a Tucumán porque entre hinchas de San Martín no nos dejamos tirados”, dice con la misma fe con la que pronostica el desenlace de la final. “Vamos a ganar, nos merecemos estos milagros. Estoy muerto de dolor de pie, pero eso se me va a ir. En cambio la felicidad por el ascenso puede llegar a ser para siempre”, finaliza el joven que puso su amor por el “Santo” por delante de todo, y no le importó ni el calor, ni el dolor extremo, ni la incertidumbre con tal de estar en un duelo que pude darle a su equipo la posibilidad de volver a tocar el cielo con las manos.

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