Entonces, si John Fitzgerald Kennedy hubiera escapado con vida, ¿el mundo habría sido un poquito mejor? No todos están convencidos de eso, pero desde que al presidente estadounidense le volaron los sesos en Dallas -un día como hoy, pero de 1963- lo que se alimentó fue un mito casi hagiográfico. Como si Kennedy hubiera aceptado mansamente el martirio a cambio de transformarse en un santo sin pecados ni flaquezas; sin Marilyns que salieron de la torta para cantarle el feliz cumpleaños ni Papas empeñados en engorrosos trámites de canonización. La cuestión es que el 22 de noviembre alimenta el almanaque de cierta historia universal de la infamia, uno de esos días oscuros en los que conviene quedarse en casa a leer, por ejemplo, “11/22/63”.
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Con justificadas aspiraciones de gran novela americana, la que cuenta Stephen King es la historia de una causa perdida. Su alter ego en este relato es un profesor de literatura llamado Jake Epping, un hombre con una misión: evitar que maten a Kennedy. Luego de descubrir un portal que le permite retroceder en el tiempo, Epping hará todo lo posible para impedir que Lee Harvey Oswald deje viuda a Jackie Bouvier y huérfana a una nación. Pero suceden muchas cosas en “11/22/63”, episodios que trascienden largamente el fantástico para hurgar en las contradicciones de un país que salía de los años felices (los 50) para transitar una época turbulenta (los 60). Y hay, cómo no, una bella pieza romántica en el medio. Pero entre las permanentes vueltas que King le va propinando a su novela flota un pasaje de lo más oscuro. Un futuro en el que Kennedy salió ileso de la calle Elm, para torcerse por completo a partir de allí. Tras el atentado (fallido) King habla de unos Estados Unidos que se van a pique, mientras Kennedy naufraga por razones varias y de lo más imaginativas. Una ucronía distópica que quiebra esa certeza de que con Kennedy todo iba a salir mejor. De “22/11/63” se hizo también una serie de TV, disponible en Disney+. James Franco hace de Epping y, la verdad, está bastante bien.
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A mucha gente Kennedy no le caía bien. Esos carteles que proliferaban por los Estados del sur (con su cabeza como un blanco, toda una premonición; o bajo el título de “Buscado”, como aquellos bandidos del far west) no eran un chiste. Por más charme y sofisticación que portara, no le había sido fácil al presidente empatizar desde su pertenencia a las arrogantes elites de la costa este. Y además, era un liberal católico. En cantidad de votos, la elección de 1960 había sido un empate con Richard Nixon, dirimido en el Colegio Electoral. Y estaba, claro, ese festival de enemigos entre reales, exagerados o inventados: la CIA, Hoover (o sea el FBI), el todopoderoso complejo militar-industrial, la mafia, los comunistas, los cubanos de Miami... Un banquete para armar y desarmar todas las conspiraciones posibles. Aunque la cuestión de la bala mágica escapa a todo razonamiento.
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Porque todo el andamiaje que sostiene la culpabilidad de Oswald y su carácter de “lobo solitario” se basa en un estudio de laboratorio. Una prueba según la cual una de las tres balas que disparó Oswald desde la ventana del depósito de libros completó un viaje loquísimo causándoles multitud de heridas, a Kennedy y al gobernador texano John Connally. Todo lo referido a la bala mágica es insólito y cuestionable, aunque la comisión que investigó el magnicidio -encabezada por Earl Warren, presidente de la Corte Suprema- dio por aprobada la opinión de un grupo de expertos. Sin bala mágica no hay “lobo solitario”, sino complot. De un complot había sido víctima Abraham Lincoln, pero Estados Unidos acababa de salir de una guerra civil y había una lógica de por medio. La comprobación de un complot en 1963 podía tumbar todo el sistema, lo que representa en sí mismo una ucronía. Otra más, de las muchas que propone el kennedycidio.
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De futuros sombríos se encargaron de escribir Aldous Huxley y Anthony Burgess, ambos fallecidos un día como hoy. La muerte de Huxley quedó chiquita en los diarios: su último suspiro coincidió con el de Kennedy. Misma jornada, mismo año, toda una senal. La utopía de Huxley en “Un mundo feliz” está construida sobre el engaño. Hay algo podrido debajo de esa sociedad en apariencia perfecta, sostenida no por una bala mágica, sino por una píldora mágica. Un universo de seres dopados y distraídos, impresionante anticipo de la sociedad de consumo actual. Psicofármacos y redes sociales que funcionan con la misma efectividad de aquellas pastillas de la felicidad pergeñadas por Huxley; todos escenarios de cartón que intentan tapar el mundo que se cae (o ya se cayó) a pedazos. Burgess -fallecido en 1993- se puso orwelliano para castigar la violencia descontrolada de “La naranja mecánica”. De uno u otro modo pensó un deprimente futuro distópico, un callejón social sin atajos. La tortura a la que es sometido Alex en el afán de socializarlo impacta tanto a través de la lectura como desde la imaginería visual que Stanley Kubrick puso al servicio de la adaptación cinematográfica. El final de la novela es mucho más escalofriante que el de la película (el famoso capítulo 21 que Kubrick desechó). Porque allí Burgess nos presenta a un Alex redimido, padre de familia arrepentido de sus tropelías juveniles y dueño de un discurso moralizante. En el fondo, un hombre quebrado e insertado con fórceps en el sistema.
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Lo que Kennedy se preparaba para afrontar en 1964 era otra campaña electoral, esta vez en procura de la reelección. Al momento del tiroteo en Dallas las perspectivas eran inmejorables, por aciertos propios y vacíos ajenos. El Partido Republicano había cerrado una etapa con la derrota de Nixon; muchos halcones de los tiempos de Eisenhower estaban cediendo posiciones y asomaba una renovación dirigencial. El peor momento para competir con un mandatario popular, habilísimo relacionista público. Kennedy le dejó servido el banquete a su vice Lyndon Johnson, al punto de que aniquiló a Barry Goldwater (61% a 38%) el martes 3 de noviembre de 1964. JFK ya no estaba ahí, pero sí su fantasma. Después escaló Vietnam, el Apolo 11 alunizó y pasó todo lo que pasó. Pero, ¿quién le quita lo seductor a las especulaciones?