Javier Milei afirmó en Roma hace unos días que su “admiración” por esa ciudad le viene desde hace “muchos años” y seguramente debe ser así, ya que muchas de sus actitudes de gobierno bien pueden emparentarse con aquella historia, aunque más con los tiempos del Imperio que con los de la República. Aunque no estaban tan definidos como en las democracias modernas, la Roma republicana tenía una suerte de separación de poderes que impedía que cualquier individuo o grupo tuviese demasiada supremacía en las decisiones, mientras que a partir de Augusto –un autoritario en toda la regla- se sucedieron muchos emperadores que concentraban el mando de un modo más que autoritario. Liberales no eran.
Esta deriva que muchas veces ataca al Presidente, se torna más que evidente cuando se hace el balance del año de gobierno que él ya tiene sobre sus espaldas, con éxitos conseguidos casi sin equipos, sin mayores anclas legislativas y a pura prueba y error, con importantes dosis de convicción que la ciudadanía parece reconocer.
Así, del lado del haber, Milei tiene logros económicos concretos en lo fiscal y en materia de inflación, algunos atisbos de mejoras tangibles, aunque desparejas, en los índices productivos (comercio exterior, consumo e inversión) y en los sociales (salario, empleo y pobreza) y una vocación que parece inclaudicable para no salirse de la línea, sostenida en un férreo control de ciertas variables que prometen un mejor 2025.
La moneda presenta esa cara de evidentes aciertos, que no son nada más ni nada menos que lo que votó la gente para salir de una buena vez del sistema kirchnerista de repartir lo que no hay. El mérito es haber cumplido sin haber engañado a nadie y probablemente, ésa sea la gran virtud que las encuestas premian.
Sin embargo, si se le da vuelta, allí aparece la ceca que no es otra cosa que el debe de un Milei apegado al caos más que a la construcción en materia institucional, lo que evidentemente le baja el promedio. Esa preferencia del Presidente por romper con las formas, sin advertir quizás que la tensión de su individualismo a veces extremo erosiona también el fondo democrático, es el gran elemento que lo emparenta con buena parte del absolutismo de la Roma imperial.
Siempre es bueno recordar que a todo período de expansión le sigue otro de deterioro y declive, en cada caso con sus propios problemas y sobre ese aspecto, el kirchnerismo puede dar fe, ya que Milei es su producto. El derrape de la Roma que admira el Presidente se dio a lo largo del tiempo y los libros dicen que en el tobogán hubo problemas económicos (inflación por el financiamiento de campañas de guerra, desigualdad, menor productividad agrícola, concentración de la riqueza, etc.), políticos (corrupción, militarización, luchas internas por el poder, guerras civiles que facilitaron las invasiones bárbaras) y sociales (pérdida de valores, tendencia a la esclavitud, hacinamiento y presión migratoria), una serie de factores que no actuaron en forma aislada, sino que se entrelazaron y se reforzaron mutuamente. Así suele suceder, a veces con mayor lentitud y otras con la velocidad de la explosión de una bomba inesperada, pero fatalmente la decadencia llega.
No hay casi ningún gobernante que esté exento de toparse con cisnes negros y hasta casi podría decirse que con uno solo podría bastar y sobrar, ya que a la hora de los tropezones la secuencia siempre termina con la boca estampada contra el pavimento. Sin embargo, tomar recaudos para prevenir estas apariciones se hace más evidente en la paranoia que suele atacar a los gobiernos autoritarios (la historia pone a Calígula, Nerón y Domiciano como ejemplos elocuentes), paradójicamente las mismas precauciones que los lleva a seguir trastabillando. En ese aspecto, habría que ver si los consejos del llamado “triángulo de hierro” lo ayudan al Presidente o si son parte del problema.
Lo concreto es que durante este primer año, hubo quienes soñaban que la bajadita de Milei iba a empezar en marzo o abril cuando las tensiones por el “ajuste” se iban a hacer insoportables. Quienes así opinaban –después de inocular durante años el virus de esa palabra como algo maldito- no se dieron cuenta de que el electorado no sólo quería que haya un ajuste, sino que apareciese alguien que tuviese lo que había que tener para hacerlo de una vez y que, por eso, votó a Milei. De allí, que los profetas del pochoclo fueron corriendo la fecha de la crisis y pusieron la mira en este fin de año, con el triste recuerdo de 2001. Pues bien, hasta aquí llegó el gobierno nacional y no ha pasado nada en ese sentido, no hubo revueltas, ni acciones destituyentes.
Lo que sí han abundado en estos días han sido los cruces verbales entre miembros del mismo gobierno al más alto nivel, peloteras con otros actores de la política, cambios de camiseta, expulsiones legislativas y graves chisporroteos entre los jueces de la Corte, por ejemplo. La existencia de tensiones en una democracia es algo inherente al sistema, ya que la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) fue diseñada para evitar la concentración en uno solo y eso, inevitablemente, genera fricciones y desacuerdos.
Lo que en tiempos de Roma se dirimía con cicuta o con puñales de fina punta (el pugio) para generar o para evitar cambios de gobernantes, en estos tiempos de la Argentina en reconstrucción se plantea por suerte de modo más retórico, aunque se manifiesta en tensiones evidentes dentro de cada poder o en cruces verbales de ida y vuelta entre las personas. Es una suerte que sea así, aunque también representa pérdidas industriales de tiempo para un país que casi agotó el suyo.
El ruido más claro se observó (y aún se escucha) entre Milei y la vicepresidenta de la Nación, Victoria Villarruel, quien hace unos días hizo una profesión de fe mileísta que, en apariencia, se quedó en las gateras cuando la número 2 del Gobierno salió a cruzar a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich por haber dejado viajar a Venezuela al gendarme Nahuel Gallo. “¿Viste, te tira por elevación a vos? Te quiere limar” debe haber sido el ruido que escuchó el Presidente de sus consejeros: otra vez, la paranoia destituyente.
Tampoco le hacen mucho favor a Milei las declaraciones de funcionarios que lo ponen a él como el malo de la película. Si Bullrich en el caso Gallo o Guillermo Francos no se pueden bancar sus propias opiniones no deberían ponerlo a él como fronting de sus opiniones. Más allá del despropósito del Jefe de Gabinete de endilgarle a la Corte Suprema 20 años de atraso en juicios que por obra y gracia de los abogados van y vienen por sucesivas instancias, haber dicho que Milei “no entiende de política” generó otro cortocircuito interno.
Y si de la Corte se habla, más académica, pero no por eso menos grave, es la puja entre los tres miembros que tendrá el Alto Tribunal cuando Juan Carlos Maqueda se jubile la semana próxima. Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz no quieren que los dos jueces que busca nombrar allí el Ejecutivo lleguen por Decreto y se ocuparon de decirlo en una acordada (y en un complemento administrativo) en la que describen cómo en adelante el Tribunal puede funcionar con tres jueces. Horacio Lorenzetti, promotor del tan rechazado Ariel Lijo, salió a cruzar a sus pares con la desdorosa calificación de tener “ambición desmedida”. Ese lío tiene a Milei también contra las cuerdas institucionales y es más que probable que en ese tema su entorno también le caliente la cabeza y no lo deje pensar con holgura.
Técnicamente, la tirantez entre los poderes existe desde siempre por sus diferentes roles, por las prioridades que cada uno expresa en relación a su base electoral, pero también por las ambiciones personales y partidarias que tienen los políticos, apetencias que pueden entrar en conflicto con el interés general. El punto es alinear los objetivos y no usar esas diferencias para pensar (o querer convencer) que son mejores los regímenes imperativos. Los gobernantes pueden apelar a mecanismos y valores que ayuden a fomentar la cooperación y el consenso, como el diálogo, la negociación o algo que tenga que ver con el respeto a las instituciones o al interés general, pero cuando hay prejuicios y/o amor por el autoritarismo todo se hace más difícil. Éste es claramente un desafío constante para cualquier democracia.
Está claro que los políticos deben priorizar el interés general por encima de los intereses particulares, ya que la transparencia en la toma de decisiones fomenta la confianza y la participación ciudadana. Tener control y equilibrio y adoptar una cultura política basada en el consenso, el respeto y la tolerancia resulta algo esencial para superar las diferencias y construir una democracia saludable y sólida. El punto es que los gobernantes lo adviertan o que sus entornos no les estimulen las broncas que los sacan de caja y le hagan así perder no sólo tiempo, sino su foco prioritario de atención.
Los misiles dialécticos que se vienen tirando en estos días de un lado y del otro parecen ser la manifestación plena de una adolescencia que habrá que tratar de pasar rápidamente para centrarse en el verdadero problema de la Argentina: cómo hacer para superar (y revertir) todos los atrasos que tiene la sociedad, comenzando por el educativo, una tarea vital que está allí y que, ocupado como está con la coyuntura, todavía el Gobierno no encara.
Esta cuestión, que va más allá de las buenas intenciones de los gobernantes, es algo superior que hay que hacer por fuera del día a día y, en ese aspecto, Marco Aurelio podría ser un buen referente para Milei. La misión es ocuparse del carozo y no de la pulpa, para que la decadencia no te agarre con el pescado sin vender.