Jorge Lanata, el periodista que desbordó formatos y trascendió su oficio

JORGE LANATA. En 2002 el periodista hizo una transmisión desde el Hospital de Niños en Tucumán. JORGE LANATA. En 2002 el periodista hizo una transmisión desde el Hospital de Niños en Tucumán. FOTO LA GACETA/ANTONIO FERRONI (ARCHIVO)

10 de noviembre de 2010. Lo encuentro en un avión en México. Jorge Lanata vuelve a Buenos Aires cansado, después de tomar demasiados vuelos en los últimos meses. Está grabando escenas en distintos continentes para BRIC y para 26 personas para salvar al mundo, las series que conduce para Infinito, canal de nicho que se emite por cable en una decena de países de Latinoamérica.

Lanata está iniciando una suerte de exilio periodístico. El diario Crítica de la Argentina, su última apuesta editorial, lleva seis meses cerrado. Como también lo está su controvertido período revisteril en el Teatro Maipo. Está conduciendo las últimas emisiones de Después de todo, programa que transmite 26, un canal de cable porteño con el que logra un rating modesto. Hace un lustro que no logra un contrato en la televisión abierta por lo que él considera una proscripción evidente. Acaba de cumplir 50 años. Durante la mitad de su vida ha construido una de las carreras más rutilantes del periodismo argentino. Pero no pocos creen que esa carrera ha entrado en una pendiente irreversible.

El gran viraje

Segunda escena. Han pasado dos años y su vida ha dado un notable giro. Es la noche del 6 de diciembre de 2012. Muchos de los periodistas más destacados del país se congregan en un cóctel en la casa de Ricardo Kirschbaum, editor de Clarín. Es la víspera del “7 D”, el día en que el gobierno kirchnerista ha fijado para el desmantelamiento del mayor grupo mediático argentino y, con ello, la instalación de una clara advertencia al periodismo crítico. Dentro de una de las rondas de colegas que se forman, Luis Majul nos cuenta cómo surgió Lanata, la biografía que está lanzando su flamante sello editorial. El fundador de Página/12 rechazó la propuesta de escribir sobre su vida pero sugirió a Majul que lo hiciera él en su lugar, sin concesiones. El libro arranca en la noche de año nuevo de 1998. Lanata tiene 37 años. Entre otras cosas, se siente traicionado por los compañeros del diario que fundó. Y esa noche, con un Smith & Wesson calibre 38, piensa matarse.

En 2012, Lanata es el conductor del programa periodístico más visto de la televisión argentina, escribe la columna política más destacada del diario de mayor circulación y es la figura de uno de los dos programas radiales más escuchados de su país.

“Estuvo casi toda la noche solo, ¿te diste cuenta?”, me comentó Jorge Fontevecchia refiriéndose a Lanata en el cóctel del 6D. En rigor, estuvo en un costado con su entonces pareja Sara Stewart Brown, pero efectivamente apartado de sus colegas. Atravesaba la etapa de mayor éxito, concebido en términos de impacto y volumen de audiencia, de su vida. Un posible cenit de esa etapa llegaría cuatro meses después. La noche en que su programa supera los 33 puntos de rating, en el momento en que en un monólogo, sentado en una silla frente a un escritorio, Lanata mira a cámara y le pide a Cristina Kirchner que les diga a los argentinos que él se equivoca, que los informes sobre corrupción que puso al aire no revelan ninguna trama que involucra a funcionarios públicos o a un exmandatario.

La vida de Lanata estuvo marcada por abruptos cambios, por viajes sucesivos del éxito al fracaso, de la mano de ilusiones y desencantos. Tuvo muchas reinvenciones personales, después de cierres de revistas, una quiebra, el ostracismo televisivo y un diario fallido. Obtuvo un reconocimiento temprano con Página/12, el medio que marcó una época, al que le siguieron revistas de extraordinarias tiradas, libros que fueron best sellers y ciclos audiovisuales que cautivaron a su audiencia intercalados con estridentes fracasos. “Es el genio que vende muchísimo y también el que pierde en un pleno todo lo que acaba de ganar”, decía Ernesto Tenembaum, compañero de ruta en Página y Veintitrés.

Impulso incontenible por comunicar

Una escena más. Converso a solas con Héctor Magnetto, en un costado de un pequeño cóctel en Clarín en 2013, en el momento en que se suma Lanata. Son las dos figuras más influyentes en el periodismo argentino. Otrora crudos rivales, ahora trabajan juntos, unidos en un margen de la grieta –término instalado por Lanata-, pero se han visto muy pocas veces. Dos o tres. Este encuentro es lo más lejano a lo que imaginan las mentes permeables a tesis conspirativas. La charla gira en torno a los achaques que ambos sufren. Lanata está acosado por su diabetes, los excesos del cigarrillo y su mala alimentación, y una insuficiencia renal que lo somete a sesiones de diálisis. Magnetto tiene graves problemas de dicción por los efectos de un cáncer de laringe.

Ambos encaran una lucha denodada por expresarse que se libra en varios planos. En el más personal y primario, y también en el público, resistiendo intentos de silenciamiento por parte del poder. En Lanata, fue una pulsión temprana. A los cuatro años ya sabía leer pero, a sus siete, su madre quedó incapacitada para hablar por una lesión cerebral.

Hijo único, sin amigos y con un padre distante, Lanata encontró en la escritura un camino para volcar su necesidad de comunicarse.

Una maestra de primaria le pidió a un Lanata de once años y a sus compañeros que escribieran un breve texto biográfico sobre el escritor Conrado Nalé Roxlo. Al día siguiente, algunos de sus compañeros leyeron en clase perfiles construidos con datos extraídos de enciclopedias y solapas de libros. Lanata pasó al frente y contó que, antes de escribir, buscó la guía de teléfono y luego habló durante media hora con Nalé Roxlo.

Sin saberlo, fue su primera nota periodística. La sorpresa de la maestra y los alumnos derivó en una invitación a sumarse a la revista del colegio. Uno de sus primeros entrevistados fue René Favaloro.

A los 14 años, después de mentir diciendo que tenía 19, fue contratado en Radio Nacional. Y no paró más. A los 26 fundaba Página/12.

Protagonista ineludible con un estilo único

Alfredo Leuco lo definió como “el gran creativo del periodismo” y como uno de los periodistas con más coraje, aunque lo consideraba poco riguroso en sus investigaciones.

Pablo Sirvén, uno de los periodistas que mejor ha analizado a los medios en las últimas tres décadas, lo enfoca como editor y lo coloca a la altura de Natalio Botana y Jacobo Timerman.

Su gran obra, Página/12, fue una mezcla de La Opinión, El País -el diario de la restauración democrática española- y Le Canard enchainé -el periódico satírico francés-. Lanata fue el artífice de tapas e investigaciones que quedaron en la historia del periodismo argentino: la tapa en blanco por el indulto de Menem, la tapa amarilla; las investigaciones del Swiftgate, el Yomagate, los guardapolvos de Bauzá y la leche podrida de Vicco.

Luego vendrían Veintitrés con números emblemáticos como el de la bolsita con tierra de Anillaco, los programas sobre la ruta del dinero K en Periodismo para Todos, el Lanata más relajado –y por momentos también el más incisivo- de la radio, el más reflexivo en sus columnas en Perfil o Clarín. “Importa poco si me expreso en prosa o en verso, a través de un diario, la radio, la tele, el teatro o un libro; lo importante es lo que quiero comunicar”, decía. Sabía combinar como pocos la forma y el fondo para captar y retener la atención, para atrapar al público. Todas sus intervenciones estuvieron impregnadas por un estilo inconfundible conformado por una combinación de sagacidad, irreverencia, reflejos, olfato, humor, capacidad narrativa y tono mordaz que generó una conexión extraordinaria con su audiencia. Forjó una de las trayectorias más sobresalientes del periodismo de habla hispana con un talento que desbordó formatos y soportes. Y que también desbordó a su profesión. Protagonista ineludible de las últimas cuatro décadas de la vida pública, su voz permanecerá grabada por mucho tiempo en la memoria de los argentinos.

“Espero que me recuerden como un tipo libre, como alguien que trató de sobreponerse a sus propias limitaciones” se sinceró Lanata con Luis Majul, en la última conversación que tuvieron para la escritura de su biografía. Majul le pidió que imaginara la última escena de su vida, como si fuera el final de una obra de teatro o de una película. Lanata se quedó en silencio un minuto y finalmente dijo: “Exterior. Atardecer. Viento. Fin”.

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