En algunas ocasiones y a veces, en múltiples de ellas, quejarnos nos hace felices. Cuando protestamos sentimos cierta liberación. Así cuando nos dan un trabajo pesado, cuando nos aburrimos, cuando nos sucede un evento desagradable, nos lamentamos. La queja tiene efectos que suponen cierta satisfacción pero, a la misma vez, puede suponer múltiples riesgos para nuestra salud mental. ¿Por qué lo hacemos?
Hay quienes constantemente emiten lamentos al enfrentar las situaciones que la vida propone. Quizás pretendamos que con ello lograremos cambiar nuestra situación y creemos que el llanto es la manera adecuada de resolver un problema. Pero lo cierto es que la queja, por el mero hecho de hacerlo no podrá hacer demasiado para arreglar nuestra situación. Sin embargo, puede hacernos sentir que estamos felices por un instante.
¿Por qué quejarnos es satisfactorio?
Cuando nos quejamos, generamos dopamina, un neurotransmisor asociado al placer y el deseo, por tanto, a la felicidad, aunque sea de manera ilusoria y momentánea. Así explica habitualmente en sus charlas TED el doctor en biología molecular y divulgador de las neurociencias Estanislao Bachrach este proceso biológico que en el fondo poco tiene que ver con el estado de bienestar o armonía deseado (relacionado con la serotonina), pues lamentarse también hace que nuestro cerebro libere otro tipo de neurotransmisores, los asociados con el estrés y la ansiedad, como el cortisol y la adrenalina.
Una satisfacción inmediata puede aliviarnos. La queja nos reconforta en el instante pero puede volverse una amenaza si se sostiene en el tiempo. Cuanto más nos quejamos, más reforzamos el hábito. También favorecemos que se creen patrones negativos que nos predisponen a ver lo malo en lugar de lo bueno, lo que puede agotar nuestros recursos emocionales y afectar la capacidad del cerebro para experimentar placer y recompensa.
Quejarse también es perjudicial para nuestra salud mental
Según investigaciones recientes, la exposición diaria a tan solo media hora de quejas, tanto propias como ajenas, puede dañar físicamente el cerebro. Un estudio de la Universidad de Stanford ha descubierto que quejarse reduce el tamaño de nuestro hipocampo, el responsable de la memoria y la resolución de problemas, por lo que las personas piensan con menos claridad, tienen menos atención y capacidad para resolver problemas.
Además, según afirmó el doctor Travis Bradberry en su libro How Complaining Rewires Your Brain For Negativity (Cómo quejarse reconfigura su cerebro para la negatividad), “quejarse no sólo expresa negatividad, sino que reconfigura el cerebro para que futuras quejas surjan más fácilmente”.
Cuando una persona se queja, su cuerpo interpreta la situación como una emergencia, lo que lleva a la activación del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal y la liberación de cortisol -la hormona del estrés-, explica la neuróloga Lucía Zavala en el medio Infobae, quien agregó que “dicho estado de alerta lleva al cerebro a remodelar sus neuronas y dendritas, un fenómeno conocido como neuroplasticidad”.