Sollunko, la última cumbre: a 30 años de la tragedia que dejó en vilo a Tucumán

El 22 de enero de 1995 ocho jóvenes tucumanos quedaron sepultados por un manto de nieve luego de haber llegado a la cima del Sollunko, en Perú. Esta es la reconstrucción de una historia que enlutó a 12 familias y que, tres décadas después, sigue conmoviendo a la provincia.

GRUPO ANDINO MONTSERRAT. Los 12 expedicionistas en la Puerta del Sol, en Bolivia, días antes de arribar a Perú y comenzar el ascenso al Sollunko. GRUPO ANDINO MONTSERRAT. Los 12 expedicionistas en la Puerta del Sol, en Bolivia, días antes de arribar a Perú y comenzar el ascenso al Sollunko.

“Ellos no han muerto, van subiendo a la cumbre más alta. Cristo los espera”. Esa fue la frase que coronó el clima del aeropuerto “Benjamín Matienzo” la madrugada del sábado 28 de enero de 1995. El avión Hércules de las Fuerzas Armadas regresaba de Perú cargando el dolor de familiares y amigos que volvían con una de las penas más grandes de sus vidas. Traían los cuerpos de los ocho jóvenes que murieron el 22 de enero anterior en el cerro Sollunko, producto de un alud, y a los cuatro sobrevivientes del grupo. A 30 años de la tragedia que enlutaría a la provincia, los familiares y allegados afirman que los expedicionistas del Grupo Andino Montserrat llegaron a la cumbre más alta.

En el repaso de una historia que tuvo lugar hace tres décadas, LA GACETA pudo reconstruir el impacto que generó la travesía. La tragedia del Sollunko es una de las que mayor conmoción generó en Tucumán hasta nuestros días. El truncamiento de ocho vidas jóvenes golpeó a la sociedad con la misma violencia con que la nieve sepultó a los montañistas. Muchedumbres enteras se aglomeraron en el aeropuerto y acompañaron a los féretros en su procesión hacia el salón de actos del colegio en el barrio Echeverría. En apenas unos minutos el alud transformó para la eternidad la vida de 12 familias.

Inicio de la travesía

La partida de Tucumán no fue atípica. El miércoles 11 de enero del 95, Andrés Rodríguez, de 14 años; José María Sánchez (15); Eneas Toranzo Rossi (16); María Teresa Robles (16); Silvana del Valle Álvarez (17); Pablo Toranzo Rossi (17); Mariana Lara (18); Adriana Rodríguez (19); Pablo Palavecino (23); Cristian Rivero Sierra (25); Sergio Rodríguez (26) y Gabriel Bazán (32), partieron de la provincia. El objetivo previsto era Machu Picchu con paso por el Salkantay, una majestuosa montaña de 6.200 metros de altura. "En el primer acercamiento se descartó (la montaña) porque como a los 5.800 metros de altura había paredes de nieve. Luego de larga conversación se decidió hacer cumbre del Sollunko", relató Bazán, uno de los sobrevivientes. El Sollunko se convertía así en el rival más fuerte de todos.

MEMORIA. 30 años después, allegados de las víctimas afirman que los jóvenes llegaron a la cumbre más alta. MEMORIA. 30 años después, allegados de las víctimas afirman que los jóvenes llegaron a la cumbre más alta.

“Acampamos en un lugar que está a 4.200 metros de altura, de donde vemos el Salkantay y el Sollunko. El Salkantay es imponente, todo nevado, realmente merece respeto. Nosotros vinimos con la idea de escalarlo, pero es imposible. Por eso, esta noche queremos intentar el Sollunko. ¡Ojalá podamos!”, escribió en su diario de viaje Adriana Rodríguez el sábado 21 de enero. Y pudieron. Porque la nieve les permitió llegar a la cima y plantar bandera, para cubrirlos con su manto blanco en el camino de bajada.

El alud

El fatídico domingo 22 el grupo se dividió así: en un campamento improvisado en la base de la montaña quedaron Gabriel Bazán, preceptor del colegio, y María Teresa Robles, enfermos e imposibilitados de continuar la aventura. Los 10 restantes emprendieron el ascenso cerca de las 22, hora local. A mitad del camino el grupo se redujo nuevamente: Eneas, por una descompostura, emprendió la vuelta hacia el campamento.

El grupo de andinistas había reducido sus integrantes en una cuarta parte para entonces. “Concretaron su máximo sueño: llegar a la cima del nevado del Sollunko [...]. Allí plantaron la bandera argentina. Se abrazaron de emoción y de alegría. Ni la baja temperatura ni el viento fuerte, y por momentos amenazante, consiguieron amortiguar los bríos de la sangre joven”, precisa una noticia sobre la tragedia.

El alud tuvo lugar minutos después de las 16, cuando a 150 metros de la cumbre se desató el desprendimiento. “Dicen que las avalanchas se anuncian, que oís como un trueno lejano, y que te dan tiempo a protegerte. No es cierto. Todo ocurrió de repente”. Ese fue uno de los pocos relatos que Pablo Toranzo Rossi daría meses después a la prensa, el testimonio del único sobreviviente del ascenso cuya integridad física quedó al resguardo de una piedra. “El ruido y los gritos eran horribles. Yo me aferraba a la roca y los veía caer al precipicio. Uno de los chicos quedó colgando de la soga y me pidió que lo ayude. Comencé a tirar para subirlo, y la cuerda se cortó, y él cayó al precipicio y no lo volví a ver más”.

Eneas, ya en el campamento, había advertido a su regreso que el grupo volvería a la medianoche con la cumbre conquistada. Pero pasadas las 00 empezaron a rezar por sus amigos. En la madrugada Bazán dejó el refugio improvisado para pedir ayuda ante la ausencia del grupo andino. A su vuelta se reencontraría con el único superviviente del alud.

Con heridas en el rostro, la mente agobiada y el corazón perturbado, Pablo llegó a la base del Sollunko para contar que una avalancha de piedras y nieve había sepultado a sus compañeros.

Búsqueda desesperada

Fue Bazán quien tomó la posta y salió a buscar a un lugareño para pedir que le ayudara a buscar a sus amigos; mientras tanto, Eneas descendió hasta encontrar autoridades que iniciaran el rastreo. Acompañado de un conocedor de la zona, el preceptor subió la montaña esperando una respuesta que le diera esperanzas. Debido al frío y a la nieve que no paraba de caer, los buscadores emprendieron el regreso. Del otro lado del camino, un grupo de mujeres locales informaron a los caminantes que todos estaban muertos e indicaron el lugar donde estaban los cuerpos. “Aparecieron todos destrozados, entrelazadas algunas partes y mezclados con piedras. Tenía que tocarlos para saber si estaban vivos pero la carne estaba blanca y me di cuenta de que ninguno había sobrevivido”, manifestó Gabriel en una entrevista a la prensa.

SEPELIO. Cientos de personas se congregaron en el Montserrat para despedir a siete de los ocho fallecidos. SEPELIO. Cientos de personas se congregaron en el Montserrat para despedir a siete de los ocho fallecidos.

A las 14 del miércoles 25, con equipamiento de comunicación precario, una patrulla integrada por 30 efectivos de la Compañía de Operaciones Especiales y de la Policía Ecológica llegó al lugar del alud. Improvisaron un campamento a 14 kilómetros porque las condiciones climáticas imposibilitaban la recuperación de los cadáveres.

En Tucumán

El alud ocurrió un domingo. La televisión y las radios fueron las fuentes por las que amigos y allegados a la comunidad del Montserrat empezaron a tener noticias de la avalancha. Las imprecisiones generaron más confusiones que certezas al principio y, aunque algunos guardaban esperanzas de que no se tratara de los 12 tucumanos que habían partido por esos rumbos, otros comenzaron a aceptar la muerte de sus seres amados casi de inmediato.

El miércoles, bajo el mandato de Ramón “Palito” Ortega, los familiares de los excursionistas se reunieron en Casa de Gobierno. Les pedían no retirarse, porque las comunicaciones entre Perú y Tucumán se daban de forma directa con la sede del Ejecutivo de la provincia. A la medianoche recibieron la confirmación menos esperada. Una autoridad leyó la lista de los fallecidos y los sobrevivientes. Recién entonces las familias supieron por quiénes podían llorar.

El presidente de la Nación, Carlos Saúl Menem, dispuso el envío del avión Hércules a Tucumán. La aeronave que repatriaría los cuerpos desde Perú llegó al aeropuerto “Benjamín Matienzo” el jueves por la mañana. En el avión partieron 12 familiares y allegados de las víctimas, 11 oficiales de las FFAA; el ministro de Asuntos Sociales, Luis Roberto Castro y el secretario de Bienestar Social, Julio Rómulo Potolicchio. “Ni el sol quiso salir hoy”, fue la frase que soltó uno de los familiares mientras esperaba el despegue y que describió a la perfección los ánimos del día.

El reencuentro

El jueves 26, pasado el mediodía en hora peruana, los familiares se encontraron en Lima con los sobrevivientes y por la tarde se dio el primer contacto con los cadáveres en Cusco. Las autoridades del país vecino indicaron que los compañeros que se habían salvado ya habían hecho el reconocimiento, por lo que los cuerpos podrían verse recién en Tucumán.

El Hércules, que funcionaba para carga y no como avión de pasajeros, fue acondicionado para trasladar los ocho féretros y regresar a los familiares y a los sobrevivientes. El silencio sepulcral a bordo sólo fue interrumpido por algunos sollozos contenidos.

En Tucumán una lluvia torrencial acompañaba a aquellos que habían sufrido la peor espera de todas. A las 0.30 del sábado 27 el altoparlante del aeropuerto anunció la llegada del Hércules desde Perú. Alrededor de 700 personas se congregaron en la sala de arribos. Desde uno de los barandales altos pendía la bandera hecha por alumnos del colegio Montserrat que rezaba: “Ellos no han muerto, están subiendo la cumbre más alta. Cristo los espera”.

El impacto del alud llegó a las calles de la provincia y, pese a la tormenta, cientos de personas se amotinaron en las inmediaciones del parque 9 de Julio bajo sus paraguas para saludar con pañuelos blancos el paso de la procesión de ambulancias.

De los ocho fallecidos, siete fueron velados en el salón de actos del colegio Montserrat. El padre Constancio Sánchez, uno de los párrocos de aquellos años, bendijo los ataúdes que reposaron toda la noche entre saludos y despedidas. La familia de Cristian Rivero Sierra decidió hacer un sepelio privado. Los sobrevivientes acompañaron con entereza pero con el corazón roto a las familias que despedían con resignación a sus propios amigos.

Tras largas horas de rezo, los paraguas se cerraron y los congregados volvieron a sus hogares, pero con el vacío de haber perdido a ocho jóvenes que partieron detrás de un sueño, y que jamás regresaron.

Comentarios