La dura reflexión de la arquera de la selección argentina: “No llegamos a cobrar ni un 5% de lo que gana un varón”

La tucumana Solana Pereyra dice que en el deporte femenino todo cuesta mucho más.

CELESTE Y BLANCA. Pereyra llegó a lo más alto que puede aspirar una futbolista: jugó en Europa y en la selección argentina. CELESTE Y BLANCA. Pereyra llegó a lo más alto que puede aspirar una futbolista: jugó en Europa y en la selección argentina. Gentileza Solana Pereyra.
08 Marzo 2025

En Villa Angelina, un barrio de la capital tucumana, una niña crecía entre pelotas de fútbol y palos de hockey. Como muchas chicas que aman el deporte más popular en una provincia en la que fútbol femenino lucha por su lugar, Solana Pereyra comenzó su camino entre varones, jugando en clubes de barrio. Sin embargo, a los 25 años, su historia ya trascendió esos límites: hoy es arquera de San Lorenzo y de la Selección Argentina.

“Casi siempre vas a escuchar las mismas historias del fútbol femenino: la mayoría empezamos jugando con varones. En mi caso fue igual; jugaba con chicos y, en paralelo, al hockey”, recuerda. Claro, más adelante tuvo que elegir. “Me probé en fútbol en San Martín y terminé volcándome completamente”, agrega “Sol” sobre esos primeros años.

El “Santo” le abrió las puertas para ingresar al fútbol grande, pero el camino no fue sencillo. En su casa, al principio la idea de que jugara al fútbol no convencía demasiado. “Tengo ocho hermanos y no les caía bien, pero cuando vieron que era en serio, que era mi sueño, me apoyaron completamente”, cuenta. Hoy, siguen cada partido por televisión y hasta pudieron verla en la cancha con la Selección.

El primer gran salto se dio en un torneo regional en Santiago del Estero. Desde entonces, su carrera se aceleró. El cuerpo técnico de la Selección Juvenil la vio atajar y le ofreció viajar a Buenos Aires para entrenarse en el predio de AFA. Durante ocho meses, Solana vivió entre viajes, entrenamientos y la expectativa de un Sudamericano. “Quedé en la lista para viajar a Brasil con la Sub-20; tenía 16 años y ya estaba compitiendo en ese torneo”, destaca.

Ese certamen fue la puerta de entrada al fútbol porteño. River le ofreció una prueba y quedó, pero no logró adaptarse. Regresó a Tucumán, aunque el destino la volvería a llamar. “Quedé en UAI Urquiza. El técnico Germán Portanova ya me conocía, así que me sentí muy cómoda”, dice.

La pandemia trajo otro cambio de rumbo: Europa. “Me fui a España y jugué dos temporadas en Tenerife y después en Oviedo”, cuenta. Pero una situación familiar la obligó a tomar una decisión difícil. “No estaba tranquila estando tan lejos, no es lo mismo estar a 12 horas de vuelo que a dos”, reconoce. Volver no fue un retroceso, pero sí un desafío. San Lorenzo le abrió los brazos y hoy es su presente. Su familia, su prioridad.

La salud mental es un tema del que habla sin rodeos. Para “Sol”, no se trata solamente de evitar que los problemas personales afecten el rendimiento en la cancha, sino de entender que el cuerpo y la mente están profundamente conectados. “Cuando algo te afecta, intentás que no repercuta en el juego, pero es muy difícil”, admite. En su carrera, atravesó momentos en los que la inestabilidad emocional derivó en lesiones o en un bajo desempeño. Por eso destaca la importancia de contar con un entorno de apoyo, en el que confluyen profesionales como psicólogos, y amigos y familiares que ofrecen contención. “No se puede sola”, enfatiza. Para ella, alimentarse bien, descansar y gestionar las emociones no son aspectos aislados; juntos representan un equilibrio necesario para sostener el alto rendimiento.

Ser arquera tiene sus propias reglas y exigencias. “El error de una jugadora de campo puede pasar desapercibido, el de una arquera se paga con un gol”, dice. Lo vivió en carne propia en un partido reciente contra Boca. “Todavía sigo pensando en ese error”, confiesa. La clave, asegura, es la fortaleza mental. “Si no se sabe manejar, te hundís sola”, advierte. Y destaca que la valentía bajo los tres palos es fundamental.

La dura reflexión de la arquera de la selección argentina: “No llegamos a cobrar ni un 5% de lo que gana un varón” Gentileza Solana Pereyra.

En su puesto, su referente es Vanina Correa. “Por todo lo que hizo en la Selección y porque compartí mucho con ella”, destaca. Sabe que hoy hay más modelos a seguir para las jóvenes y eso es un cambio positivo.

Cuando Solana piensa en los cambios del fútbol femenino desde que empezó su carrera, reconoce avances innegables, pero también una larga lista de deudas pendientes. “Me hubiese encantado tener la formación que tienen hoy las juveniles”, dice con cierta nostalgia. Y es que, a diferencia de su generación, las futbolistas más jóvenes cuentan con torneos organizados en distintas categorías y una estructura más profesionalizada. Sin embargo, al mirar hacia afuera, la realidad es que Argentina aún está lejos de otros países en los que la disciplina ya alcanzó otro nivel de desarrollo.

La diferencia más marcada sigue estando en lo económico. La brecha salarial entre el fútbol femenino y el masculino es abismal y no parece reducirse a corto plazo. “No pedimos cobrar lo mismo, pero hoy en día no llegamos ni al 5% de lo que gana un jugador varón”, señala con crudeza. Y la comparación no es solo numérica: se entrenan la misma cantidad de horas, se exigen al máximo y juegan al mismo deporte, pero el reconocimiento sigue siendo mínimo. Para ella, la clave está en que los clubes realmente apuesten por el fútbol femenino y les brinden mejores condiciones y salarios más dignos.

La visibilidad es otro punto clave en la pelea por el crecimiento de la disciplina. En los últimos años, la cobertura mediática mejoró y cada vez más partidos son televisados, pero sigue siendo insuficiente. “Con mencionar y mostrar jugadas nos suman muchísimo”, resalta. Lo que para muchos puede parecer un detalle menor, para ellas es clavel para ganar espacio en el mundo del fútbol.

El problema económico atraviesa todo. Mientras los futbolistas varones de primera división pueden vivir sin preocupaciones financieras, muchas jugadoras deben complementar su sueldo con otros trabajos. “No tenemos una vida lujosa ni mucho menos”, admite Solana, dejando en claro que, para ellas, el fútbol profesional aún está lejos de garantizar estabilidad. No se trata solo de alcanzar cifras millonarias, sino de poder vivir con tranquilidad, sin la incertidumbre de si el salario alcanzará para llegar a fin de mes.

La dura reflexión de la arquera de la selección argentina: “No llegamos a cobrar ni un 5% de lo que gana un varón” Gentileza Solana Pereyra.

Jugar en la Selección es un privilegio, pero la verdadera preparación no comienza en los entrenamientos con la celeste y blanca. “Cuando somos convocadas, no hay tiempo de preparación física”, explica Solana. Cada jugadora debe llegar lista desde su club porque las concentraciones duran apenas siete u ocho días y, en ese tiempo, además de entrenar, se juegan dos partidos. El trabajo táctico y el entendimiento con las compañeras se van puliendo con el correr de los encuentros, pero la base de rendimiento se construye en el día a día de los equipos. Por eso, la exigencia es doble: estar en la mejor forma posible para aprovechar cada citación y rendir al máximo en cada convocatoria.

El futuro del fútbol femenino en Argentina depende de las oportunidades que tengan las nuevas generaciones. Para que una niña con el sueño de ser futbolista encuentre un camino más claro, es fundamental que sigan creándose escuelitas y torneos juveniles que les brinden competencia. “Quiero que nos den más bola”, dice Solana con firmeza. Se trata de garantizar condiciones dignas para quienes ya están en la disciplina. Que las jugadoras puedan dedicarse al fútbol sin la angustia de no llegar a fin de mes, que su esfuerzo y sacrificio sean reconocidos. Al final del día, entrenan, se exigen y ponen el cuerpo por un deporte que aman, pero el apoyo institucional y económico sigue siendo una deuda pendiente.

La rutina de “Sol” está marcada por la disciplina y el esfuerzo. Sus días giran en torno al entrenamiento, a la alimentación y al descanso, con el objetivo de rendir al máximo en la cancha. “Nos entrenamos toda la mañana, después aprovecho la siesta para descansa. Me voy al gimnasio y, a la noche, me dedico a estudiar para un curso de Community Manager”, cuenta. Su hermano, que llegó hace poco a Buenos Aires para probarse como arquero, la acompaña en esta vida de horarios estrictos y recuperación exprés entre partido y partido.

Pero lo que para ella es una rutina organizada, para muchas otras jugadoras es un lujo inalcanzable. “Soy afortunada, porque hay chicas que después del entrenamiento tienen que irse a trabajar”, admite.

En el fútbol femenino, dedicarse de lleno al deporte sigue siendo una excepción, no la regla. La pasión por la pelota convive con la necesidad de estudiar o buscar otras fuentes de ingreso. Solana, por ejemplo, se formó como barbera, aunque no ejerce ese oficio. Su presente está enfocado en la cancha, pero también en aprovechar cada oportunidad para seguir aprendiendo. En el fútbol femenino, el talento y el sacrificio sobran, pero todavía falta el apoyo necesario para que todas las jugadoras puedan vivir de lo que aman.

(Producción periodística: Sofía Lucena)

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