
Por José María Posse
Abogado - Historiador - Escritor
Uno de los objetos históricos de mayor entidad de nuestro país es la mesa en la cual se firmó el acta de la Independencia: se salvó de batallas, de los saqueos a las casas durante las guerras civiles, del paso de los años y de las inclemencias del tiempo; sin embargo corrió el riesgo de arruinarse para siempre, por la desidia alentada por una ideología que tanto daño le hizo a la cultura y la verdad histórica de nuestra Nación.
En un pormenorizado estudio, el Dr. Pedro León Cornet, miembro de número de la Junta de Estudios Históricos, señalaba: En 1903, es decir a 87 años del recordado 9 de julio de 1816, en que se declarara la independencia argentina en la casa que en Tucumán conocemos como “Histórica”, hubo un interesante cruce de correspondencia entre un lúcido tucumano, don Luis F. Aráoz y el reconocido pintor Henri Stein, de cuya lectura se extraen algunos pormenores de la casa de doña Francisca Bazán de Laguna, que sirviera de sede del Congreso de Tucumán.

Un detalle interesante es que Aráoz le dice a Stein que el Sr. Zavalía le relató que las mesas estaban revestidas de damasco carmesí, que se usaba mucho en aquellos tiempos para carpetas y cortinados. Y que el tintero era de plata. “Es sabido, por otra parte, que la mesa de la presidencia del Congreso había sido facilitada en préstamo por la familia del coronel mayor Bernabé Aráoz”. El famoso gestor de la Batalla de Tucumán era, desde 1814, gobernador de la flamante “Provincia de Tucumán”, creada ese año por el Directorio. La acción de Aráoz para facilitar la reunión del Congreso había sido notoria. Y también de alto mérito, si se consideran las dificultades enormes por las que atravesaba el tesoro local, forzado a atender no sólo las necesidades de la provincia, sino también las cuantiosas del Ejército del Norte (Ejército Auxiliar del Perú)
Bernabé Aráoz residía a una cuadra de la casa de los Laguna: exactamente en la hoy calle Congreso 36, donde se alza un edificio de hormigón de varias plantas. La casa pasó a sus descendientes: la última propietaria de la familia fue doña Teresa Córdoba Aráoz de Montilla Moyano. La célebre mesa del Congreso integraba el ajuar de la vivienda, a la que a comienzos del siglo XX se le modificó el frente -dejando intacto el interior- y que luego terminó demolida, en 1966. Años más tarde, esa última propietaria donó la mesa a la Casa de la Independencia.
Las cartas fueron publicadas por Ricardo R. Caillet-Bois, en el Tomo IX del “Boletín del Instituto de Historia Argentina Doctor Emilio Ravignani” en 1967, y reproducidas posteriormente por Roberto Zavalía Matienzo en “La Casa de Tucumán”, una importante publicación del Archivo Histórico de Tucumán, en 1969.
En San Francisco
Un detalle curioso es que, todos los años, durante el mes de julio, el convento de San Francisco exhibía, antes de su clausura por refacciones, a los visitantes una mesa y unos sillones que, afirman, se usaron en el Congreso.
Nunca han explicado públicamente en qué documento se sustenta esa afirmación. Tampoco han replicado a los artículos periodísticos que, invariablemente, afirman que la única mesa principal, la de la presidencia, la que aparece en los cuadros, es la de los Aráoz. Claro que podrían haber estado en uso algunas mesas auxiliares.
Para el Dr. Pedro León Cornet, “hay una comprobada, pequeña, como para uso personal para escritura, que perteneció al doctor Nicolás Valerio Laguna, hijo de la dueña de casa, nacido y criado en la misma, y habitante en ella, aunque ya estaba doctorado en derecho, al tiempo del Congreso de 1816. Esa mesa se conserva en la descendencia colateral de Laguna (ya que murió soltero). Y serios historiadores, como Roberto Zavalía Matienzo y Carlos Páez de la Torre la identificaron y verificaron su procedencia”.
El Acta
El 9 de julio de 1914, en LA GACETA, el doctor Luis F. Aráoz (1844-1925) narró recuerdos propios y familiares sobre el mobiliario de la Casa Histórica.
Respecto de la mesa del Salón de la Jura, sostenía que sobre ella (propiedad, como vimos, del entonces gobernador Bernabé Aráoz), se suscribió el acta de la Independencia, tal era la unánime tradición de los tucumanos.
Era un bien preciado de su propietaria, doña Francisca Aráoz, nieta de don Bernabé, casada a su vez con su pariente, don Domingo Aráoz. Todos los años, para el 9 de julio, en solemne traslado, se llevaba la mesa al salón de la Jura, donde se rendían homenaje a los Congresales de 1816.

Intento
El 25 julio de 1895, los descendientes de doña Águeda Aráoz (hija del gobernador Bernabé Aráoz), comunican al secretario de Gobierno, don Lucas Córdoba, que han convenido la intención de donar la Mesa en la cual se firmó el acta de la independencia de a la Nación:
“Por acta de registro a fojas 348 del expediente formado de la testamentaria de doña Agueda Aráoz, los expresados herederos han concurrido, cada uno por la parte que le corresponde, para entregar al Exmo. Gobierno de la Provincia, para que éste a su vez lo ponga a disposición de Excelentísimo Gobierno de la Nación, a fin de que sea colocada y conservada en el Salón en que se juró la Independencia, la mesa que sirvió de escritorio a los Congresales el día 9 de julio de 1816, y en la que se firmó el acta que sancionó de una manera solemne nuestros derechos como Nación soberana e independiente. Dicha mesa fue propiedad del general de la Independencia Don Bernabé Aráoz, la que, conservada después de su muerte con religiosa veneración, por sus hijos, se halla depositada actualmente en la antigua casa de la familia, en la calle Congreso, hoy de don Domingo Aráoz. Al cumplir como lo hacemos, la voluntad y el grato encargo de los herederos, que han mirado en dicha mesa una reliquia histórica que debe ocupar su puesto entre los más caros recuerdos de los días gloriosos de nuestra patria. Rogamos eleve a conocimiento del Sr. gobernador, el contenido de ésta carta, haciéndole saber que queda a su disposición a los fines esperados, la mesa de referencia”.
“Entre los firmantes se destacan el Dr. José Ignacio Aráoz y Córdoba; doña Francisca Aráoz de Aráoz; doña Gertrudis Aráoz de Liberani, Segunda de Aráoz, entre otros descendientes”, figura en el documento.
Mueble histórico
Luis F. Aráoz recordaba que, en 1895, vinieron alumnos del Colegio de Concepción del Uruguay y fotografiaron la mesa, “que es de guayacán”, y “recibieron una serie de explicaciones del mismo Domingo Aráoz”, dueño de casa y poseedor del objeto histórico.
Los jóvenes consultaron al entrevistado sobre el proyecto que tenía la familia de donar la mesa al Gobierno de la Provincia. Don Domingo fue quien no estuvo de acuerdo con la donación; su férrea oposición se basaba en el reciente antecedente de que, en la revolución de 1893, las fuerzas nacionales devastaron el archivo de los Tribunales de Tucumán, “quemando los expedientes y algunos muebles para calentar agua: temíamos igual suerte para esa reliquia“, dijo al periodista.
Agregaba que, según se lo refirió don Nabor Córdoba, ante esa mesa se anudó, en 1812, el compromiso de don Bernabé Aráoz con el general Manuel Belgrano, de reforzar el Ejército del Norte para enfrentar a los realistas en la batalla de Tucumán. Lo mismo había oído, dijo, a viejos vecinos de nuestra ciudad, como Bernardino Cainzo, Fortunato Baudrix, Marcelino de la Rosa y, en Buenos Aires, al doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, “además de que ello es de la tradición en las gentes de Tucumán“.
En razón de lo cual, es una mesa doblemente histórica: sobre ella se labró el acuerdo gracias al cual se pudo librar la Batalla del 24 de Septiembre de 1812, donde se salvó la suerte de la Revolución; también sobre ella se firmó el Acta de la Independencia de las Provincias Unidas de la América del Sud, y luego congresales, funcionarios, militares, vecinos la juraron. Recientemente, sobre esa mesa el presidente Javier Milei firmó el histórico pacto con 18 gobernadores.
Paul Groussac
Paul Groussac, de alguna manera uno de nuestros primeros historiadores, en la década de 1870 recopiló directa información acerca del Congreso, de personas ancianas que habían vivido en aquellos años gloriosos. Señala que por tradición, los conventos de San Francisco y Santo Domingo prestaron los sillones para los diputados. Pero agrega explícitamente en sus investigaciones que: “don Bernabé facilitó la mesa escritorio con sus útiles y el macizo sillón presidencial“.
Señala el Dr. Carlos Páez de la Torre: “Así, existe una tradición (ya era añeja, vemos, en 1870) que se inclina, con enorme fuerza, a favor de la mesa de los Aráoz. Se han sucedido las generaciones y nunca se ha discutido -públicamente al menos- el hecho de que ese mueble fuera el la de la Jura. Creo que no hay razón para empezar ahora a modificar, repentinamente, lo que todos tenemos por cierto y generar confusión en el público. Así, la mesa que hoy está en la Casa Histórica, donada por los Aráoz, es la del Congreso, hasta que aparezca algún documento que lo desmienta”.
El destacado historiador hablaba de “documentos”, no de “suposiciones” o “tesis doctorales”, que no dejan de ser “teorías”.
Avatares
Por esas cosas que tenemos los argentinos en general y los tucumanos en particular, de desaprensión o desapego, cuando no poca valoración por los edificios u objetos históricos, hace unos años, la anterior directora de la Casa Histórica, Museo Nacional de la Independencia, decidió “retirar la mesa de los Aráoz” y poner en su lugar otra, de mayor tamaño, pero sin ningún valor histórico.
“Podría haber sido la mesa de la ‘tía Tota’ de cualquiera de nosotros”, a decir de un viejo empleado del museo. Basó su determinación en una “tesis doctoral” de un arquitecto porteño mimado durante el kirchnerismo, quien afirmaba que la mesa de Aráoz “no podía, por su escaso tamaño” haber sido la mesa de la presidencia.
Olvida el “doctorado”, que por entonces Tucumán era una aldea de no más de 6.000 habitantes; ni muebles, ni lujos sobraban. Aún así, desde Buenos Aires, lanzó una estocada que fue tomada como palmaria por la anterior funcionaria y allí fue la mesa del gobernador Bernabé Aráoz al olvido; enviada a cuarteles de invierno, y como veremos, mal embalada. No se tuvo en cuenta la documentación existente, la memoria colectiva y la tradición de los tucumanos.
El apellido “patricio” Aráoz aún parece “molestar” a algunos sectores ideologizados, quienes además no perdonan que don Bernabé fuera un exitoso comerciante y hacendado antes de las guerras por la independencia. Sin tener en cuenta que esa fortuna fue entregada generosamente por él, para sostener los ejércitos patrios.
Daños irreparables
El problema radicó en que la histórica mesa que no fue guardada adecuadamente, por lo que sufrió los avatares de una filtración de agua, la que evidentemente ocurrió durante demasiado tiempo, dañando la chapa de madera de la tapa de manera irreversible.
Por suerte, el excelente equipo de restauración del Museo liderado por Cecilia Barrionuevo, pudo recuperar en buena medida la madera y hoy nuevamente luce en el Salón de la Jura.
“Cosas veredes”, que suceden a la vista de todos, especialmente cuando los encargados de velar por nuestras piezas históricas, priorizan la doctrina de turno a la verdadera historia. El año pasado, el embajador de Estados Unidos en la Argentina, solicitó solamente “tocar” la mesa histórica; quería simplemente “sentir la historia” que el objeto transmitía.
En los países que funcionan, estas cosas jamás hubieran ocurrido y esperamos que nunca vuelvan a ocurrir, más allá de la “ideología” del gobierno de turno. Hasta la Rusia comunista preservó los palacios y tesoros de los zares…
Una poesía
El aclamado poeta Baldomero Fernández Moreno visitó la casa de los Aráoz y dejó un bello poema acerca de la mesa:
En casa de los Aráoz
estuve muy de mañana: finos dedos me guiaron
y fina voz musitaba. Allí ví un patio tras otro,
soledad los habitaba. En uno había un jazmín,
¡Dios, qué jazmín allí estaba! desde un rincón y de un siglo
diré que se derramaba. En otro había un gran árbol:
la fortaleza hecha savia. De pronto se abrió una puerta
y después una ventana. Érase una habitación
que un solo mueble amueblaba. Había un olor glorioso
de caoba y remembranza, que la mesa del Congreso
en el centro palpitaba. Yo la vi como agitarse
de candelabros de plata, de carpetas, de tinteros,
de salvaderas colmadas, de ramilletes de plumas,
de arengas y de plegarias. ¡Oh, la mesa de las mesas
para el Acta de las actas! Pusimos la mano en ella,
nos retiramos de espaldas, se cerraron los postigos
y nos fuimos sin palabras. Me pareció que el jazmín
y la brisa tucumana a destiempo se cubrían
de una nieve azul y blanca.
Durante generaciones, esa mesa fue motivo de orgullo, no sólo para la histórica familia de los Aráoz, sino de todos los tucumanos. El Salón de la Jura estaría desnudo sin ella y sin los cuadros de aquellos héroes, quienes en los peores momentos de la revolución, jugándose la vida nos dieron libertad e independencia en ese recinto, sobre esa mesa histórica que merece nuestro máximo cuidado; objeto histórico de suprema entidad, si los hay.