El inconsciente es una presencia constante en nuestra vida, influyendo en cómo percibimos la realidad y experimentamos las emociones. Se asemeja a un “niño invisible” que persiste en el adulto, guiado por deseos infantiles reprimidos que siguen activos en la mente. Almacena recuerdos de sensaciones, emociones y sentimientos, generalmente placenteros, aunque ligados a un contexto infantil. Estas experiencias dejaron una huella en el cuerpo, transformándose en pulsiones que buscan manifestarse en la vida adulta. Sin embargo, el adulto ya no las experimentaría de la misma manera. Por ello, han sido reprimidas y, desde su lugar en el inconsciente, intentan expresarse de forma simbólica. A esta parte de la mente solo le interesa manifestarse, sin tomar en cuenta la razón ni los objetivos conscientes de la persona. Es como un niño caprichoso que, con tal de lograr lo que quiere, ignora las consecuencias de sus actos. Tiene acceso a ciertos aspectos clave de nuestra vida -como las emociones, los impulsos y la percepción-, y en ocasiones puede interferir con nuestras aspiraciones. Sin duda, su influencia es poderosa. Una de sus características más llamativas es la atemporalidad. Sus “metas infantiles” quedan ancladas en un presente eterno, manifestándose a través de sueños, lapsus, fantasías y otros síntomas. Según el grado de integración entre lo consciente y lo inconsciente, esto puede afectar el equilibrio emocional de la persona. En algunos casos, la convivencia con estos aspectos ocultos transcurre de manera armónica, mientras que en otros puede generar conflictos que requieran ayuda terapéutica.
Jorge Ballario
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