La tenista de Florida, que fue sensación a los 15 años, se convirtió en una de las figuras más influyentes del deporte.
¿Puede hablarse de madurez con apenas 21 años? En el caso de Coco Gauff, no solo se puede, sino que se debe. La estadounidense que irrumpió en la escena mundial con 15 años, eliminando a Venus Williams en Wimbledon, ya no necesita apellidos prestados para sostener su lugar en la cima: se consagró campeona de Roland Garros y sumó su segundo Grand Slam.
La vitrina de los "grandes" la había abierto en 2023, cuando ganó el US Open con apenas 19 años y se convirtió en la más joven de su país en hacerlo desde su ídola Serena Williams en 1999. Desde entonces, la pregunta dejó de ser “¿cuándo ganará su primer major?” para transformarse en “¿cuántos más vendrán?”.
“Serena es Serena”, respondió Gauff cuando le preguntaron por las comparaciones. “Ella es la GOAT. Yo esperaría hacer la mitad de lo que ella hizo”. La frase, más que humildad, revela una conciencia profunda: Gauff creció sabiendo que sus pasos estaban siendo observados, medidos, juzgados a la luz de lo que hizo una leyenda que no solo arrasó en las canchas, sino que rompió estructuras raciales y sociales.
El espejo de Serena
Gauff lleva años cargando sobre sus hombros un doble peso: el de ser la promesa del tenis estadounidense y el de ser el nuevo rostro de una generación de mujeres negras que sueñan con un lugar en un deporte históricamente blanco. “Antes de que yo naciera no había muchas que se parecieran a mí en este deporte. Pero yo crecí viendo que la número uno del mundo sí se parecía a mí”, contó, en una frase tan política como íntima.
Ese espejo fue clave en su camino. A los 10 años, el entrenador Patrick Mouratoglou —el mismo que llevó a Serena a la gloria— la descubrió en su academia y quedó impactado. “Estaba lista para ganarle a las grandes jugadoras en un partido. Pero un Grand Slam es otra historia”, advirtió. Y tenía razón: la ruta fue larga, con triunfos, pero también con derrotas que fortalecieron su carácter.
Una voz más allá del tenis
En 2022, cuando perdió su primera final de Grand Slam en París ante Iga Swiatek, algo cambió en su forma de pararse ante el mundo. Empezó a hablar con más claridad sobre los temas que le importan: las armas, el racismo, la representación. “Desde chica, mi papá me dijo que podía cambiar el mundo con mi raqueta”, recordó. Lo tomó en serio.
Tras la masacre de Uvalde, se manifestó contra la violencia armada. Y dejó claro que, si bien el deporte amplifica, la visibilidad mediática sigue siendo una barrera: “Para que la voz de una deportista se oiga, tiene que aparecer en los medios”.
Gauff entiende el juego dentro y fuera de la cancha. Sabe que una victoria deportiva puede ser un acto político. Y también que su imagen —deportista negra, joven, activista— incomoda a algunos sectores. Por eso sigue adelante. Por eso, también, cada título suyo significa más que un trofeo.
De la niña prodigio a la número dos del mundo
Nacida en Delray Beach, Florida, el 13 de marzo de 2004, Coco creció entre canchas y desafíos. Su papá fue jugador de básquet universitario y su mamá, gimnasta. Con seis años ya empuñaba una raqueta. A los 14 sacaba a 190 km/h. En julio de 2018, figuraba en el puesto 938 del ranking. Hoy es la número dos del mundo.
Ese ascenso no fue meteórico, fue sostenido. A fuerza de entrenamientos, aprendizajes y una cabeza que sorprende por su templanza. Maduró en público, con cámaras siguiéndola desde que era una nena, y con un país esperando que se convirtiera en la nueva Serena. Pero Coco eligió otro camino: el suyo.
Hoy, a los 21, con dos Grand Slams en su historial, la mirada fija en el número uno y una voz cada vez más potente fuera del circuito, Gauff dejó de ser la heredera. Ya no necesita parecerse a nadie. Coco es Coco. Y eso, para el tenis, ya es un privilegio.





















