La voleibolista tucumana que enfrentó un cavernoma y regresó a las canchas con Boca

María de la Paz Corbalán, formada en Fundarte y actual jugadora de Boca Juniors, superó una cirugía cerebral, regresó a la cancha como titular, demostrando que la fortaleza del espíritu puede más que cualquier adversidad.

La voleibolista tucumana que enfrentó un cavernoma y regresó a las canchas con Boca

Hace casi dos semanas, María de la Paz Corbalán ganó el partido más largo y difícil de su vida. Así lo siente, y se nota en su voz. “Estoy muy cerca del 100%”, afirma. Pasaron cinco meses desde aquella mañana en la que todo cambió: un entrenamiento, un dolor de cabeza persistente y una señal de alerta que la sacó de la cancha de vóley para enfrentarla al desafío más solitario. A los 26 años, y tras casi una década en Boca, la tucumana formada en Fundarte tuvo que dejar de ser jugadora. No fue por una lesión, ni por un pase a otro club; fue por algo mucho más inesperado. “Si me decían que tenía que jugar para River con tal de no pasar por esto, lo hacía”, confiesa. 

Fue el punto de inflexión. La médica del club decidió llevarla a una guardia y la resonancia magnética reveló una sombra inesperada. “Hay algo que no me gusta”, le dijo la doctora. En la guardia neurológica de una clínica, “Chuchi” -como la conocen todos— escuchó por primera vez una palabra que hasta entonces le era completamente ajena: cavernoma. “No la conocía”, admite con franqueza. Se trataba de una malformación vascular en el cerebro que, en su caso, ya estaba sangrando. El malestar, que venía arrastrando hacía semanas, tenía una explicación. Y un nuevo rival.

Las opiniones médicas eran opuestas. El dilema era claro: “No es operable y tenés que dejar el deporte” o “es operable y vas a volver a jugar”. “Al principio me asusté porque no sabía qué era”, admite María de la Paz. Lo desconocía, pero lo sentía. Ese dolor le quitaba no sólo movilidad, sino algo más profundo: su forma de estar en el mundo. Porque puede haber todo el coraje del mundo, pero cuando el cuerpo se quiebra, la historia cambia.

Entonces, hizo lo que siempre había hecho en la cancha: eligió ir al frente. Buscó otras opiniones y se quedó con el diagnóstico más arriesgado, pero también más esperanzador: optó por operarse.

El 27 de enero le extirparon el cavernoma. El procedimiento fue directo: abrir el cráneo, retirar la malformación y cerrar. “No, bueno, pero no es abrir una rodilla; es abrir una cabeza”, le dijo el médico que prefería la vía conservadora. Pero ella ya había tomado la decisión. Un día en terapia intensiva, dos en una habitación común, y luego el reposo absoluto.

La voleibolista tucumana que enfrentó un cavernoma y regresó a las canchas con Boca

La venda apretada en la cabeza le generaba un dolor distinto al anterior. Uno que sanaba. “Sí, me pelaron”, cuenta entre risas, viendo cómo su clásica cola de caballo volvía a acomodarse en la nuca, lista para jugar.

Y jugó. El viernes 6 de junio, en el Parque Olímpico, volvió a ponerse la camiseta de Boca. Fue titular en el 3-0 sobre Instituto San Gregorio. El equipo ganó y ella también. La pancarta de bienvenida, con su número 17, decía: “No hay lesión que detenga a quien juega con el corazón. Gracias por volver”.

Su regreso fue más que simbólico. Fue vital. Con 23 puntos de sutura como testimonio, volvió a sentir lo que tanto anhelaba: la cancha, el equipo, el juego. La posibilidad de que otro cavernoma aparezca existe, aunque es mínima. Por eso tendrá controles anuales de por vida.

“Estoy intentando progresar con paciencia. Exigirme, pero también respetar mi proceso”, dice. El miedo apareció después, al ver los estudios, al entender lo que realmente había enfrentado. Pero también apareció la certeza de que su historia no terminó, sólo cambió.

La cicatriz en su cabeza no es una herida, es una bandera. Una marca de que, incluso ante lo más difícil, hay algo por hacer. La cancha la espera. La vida también. Como siempre. Como a una verdadera guerrera. 

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