Tesoros que recobran vida en la feria benéfica FAI

Más de 2.500 piezas se exponen y venden en Alberdi 230. Lo recaudado ayudará a sostener hogares infantiles y proyectos comunitarios.

DISTINTOS OBJETOS. Más de 2.500 antigüedades y obras de arte de creadores destacados conforman la oferta de la Fundación de Albergues Infantiles. DISTINTOS OBJETOS. Más de 2.500 antigüedades y obras de arte de creadores destacados conforman la oferta de la Fundación de Albergues Infantiles.

Desde ayer y hasta el domingo 6 de julio, el espacio de Alberdi 230 se llena de murmullos, detalles y trozos de historia. Más de 2.500 objetos antiguos -cristal tallado, lámparas de bronce, vajillas y obras de arte- se instalaron con delicadeza para quienes buscan piezas con pasado y propósito. La edición número 29 de la feria solidaria de la Fundación para Albergues Infantiles (FAI) está en marcha y convoca a cientos de visitantes.

“Los días previos suelen ser una locura y este año fue igual. Catalogamos uno a uno todos los objetos -¡casi llegamos a 4.000 artículos!- y después hay que decorar el salón, vender durante nueve días y devolver lo que no se vendió”, cuenta María Lilia Peña, voluntaria de FAI desde hace casi 18 años. “Llegué sin querer, ayudando en las ventas, y poco a poco me fui involucrando al ver las grandes necesidades de la institución”, evoca.

Cada pieza guarda una historia y muchas, incluso, una carga emocional. “Siempre hay un objeto que te recuerda a tus abuelos, a tu pasado. Lo traje a mi nieto y se quedó fascinado con un teléfono antiguo; no podía creer que se usará así para comunicarse -relata Peña-. Un año trajeron muchas hormas de madera para fabricar zapatos y como tengo una galería de arte, las compramos, las hicimos intervenir por un artista tucumano y armamos una muestra que enamoró a todos. Esos hallazgos le dan alma a la feria”.

Entre las piezas más destacadas hay cuadros de Luis Lusnich, Demetrio Iramain, Juan Carlos Iramain, Carlos Alonso, Aurelio Salas, Benito Quinquela Martín y Rubén Kempa, además de arte colonial. Se exhiben fustas de plata y rebenques, mates antiguos, cristalería, porcelanas, juegos de dormitorio, una vitrina chipendale, un aparador de madera tallado y una mesa con tapa de mármol. Cada cosa parece tener algo que decir. “Muchas personas traen cosas porque necesitan espacio, porque sus hijos no las quieren o porque requieren dinero. Hay que escuchar a la gente con paciencia y comprensión”, destaca Peña.

Causa que se multiplica

La feria funciona bajo consignación: el 70 % de lo recaudado va al dueño y el 30 %, a la fundación. Es una forma de ayudar sin perder: quien vende resuelve su prioridad y quien compra se lleva algo único. “Muchos vienen sólo por curiosidad, otros por inspiración para sus proyectos. Pero todos se van con algo, y con la satisfacción de haber ayudado”, dice. “Se suman muchos decoradores y emprendedores... Invitaría a que vengan por dos razones: la primera, porque están ayudando a chicos que para mí son el futuro y la esperanza; y la segunda, porque recorrer el lugar es también un viaje personal: un objeto te está esperando”.

Pensar en el otro

FAI nació en 1992 con una pregunta concreta: ¿qué podemos hacer por los chicos que no tuvieron un hogar? Desde entonces sostiene una Casa Hogar en Buenos Aires 855 (donde los niños viven de lunes a viernes, se alimentan, van a la escuela y participan en talleres de informática, carpintería, zapatería, tarjetería, deportes y apoyo escolar, para que los fines de semana regresen a sus casas) y, desde 2002, el Centro Comunitario El Oratorio de San Antonio en Lules, que alimenta a más de 80 chicos por día y funciona en acompañamiento escolar y social. Allí también crece una huerta comunitaria coordinada junto al INTA y la Fundación Citric, en la que trabajan las familias de la zona.

Más de 11.000 niños pasaron por la institución, y 700 vivieron en la Casa Hogar. Muchos hoy estudian, trabajan o incluso se han convertido en voluntarios. La página oficial de la fundación muestra con orgullo diferentes historias. Los nombres se multiplican, pero todos llevan el sello de una misma transformación.

José tiene su taller de calzado en Villa Urquiza; Gonzalito trabaja en Tribunales y sueña con ser abogado; José René fue parte de la custodia presidencial durante el G20 como miembro de la Policía Federal; Pedro tiene su propio drugstore y estudia profesorado; Cristian y Matías también eligieron servir en las fuerzas de seguridad; Miguel trabaja en la Fundación María de los Ángeles y Luis Adrián en la Municipalidad. Todos, en algún momento, fueron niños que encontraron en FAI un techo, una guía y una segunda oportunidad.

“Lo que más me emociona es verlos volver como voluntarios: cargan muebles, limpian, trabajan con nosotros. Son un ejemplo de transformación”, dice Peña, con una mezcla de orgullo y ternura. En esa ida y vuelta de quienes recibieron y ahora dan, se resume el verdadero propósito de esta red que no deja de crecer.

La feria estará abierta todos los días de 10 a 20. La entrada es libre y gratuita, y se puede pagar en efectivo, con tarjeta o por transferencia. Entre vitrinas, copas de cristal y marcos dorados, el pasado se entrelaza con la esperanza de futuro mejor. Y así, toda venta suma para sostener esa red que desde hace 34 años transforma el dolor en oportunidad.

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