Soy testigo diario del drama que representa el tránsito desbordado de motocicletas en San Miguel de Tucumán y en Yerba Buena. Basta caminar o manejar unos minutos por nuestras calles para advertir cómo los semáforos, las señales y los peatones parecen haberse vuelto invisibles para una gran mayoría de motociclistas. No se trata de criminalizar un medio de transporte que, en muchos sectores, es casi el único recurso para trabajar o trasladarse. Se trata de reconocer que la ciudad se ha convertido en un laberinto de riesgos donde el respeto por las normas parece un acto de fe, no de cultura ciudadana. El editorial publicado en LA GACETA sobre esta problemática expone con claridad los datos escalofriantes: ocho de cada diez motociclistas cruzan con el semáforo en rojo; casi la mitad de los muertos en siniestros viales son motociclistas. Pero más allá de las cifras, lo que se vive en carne propia -cada vez que una moto zigzaguea entre los autos, se lanza en contramano o frena sin aviso sobre la senda peatonal- es una sensación constante de vulnerabilidad y amenaza. Ante esta realidad innegable, propongo una alternativa que merece al menos ser evaluada por las autoridades: permitir la circulación de motocicletas en los carriles especialmente trazados para colectivos, en los horarios en que no altere el servicio público. Esta medida, si se implementa con planificación, podría descongestionar el centro y reducir significativamente los riesgos de colisión entre motocicletas y vehículos particulares. Sería también una manera de canalizar su circulación en espacios definidos, alejándolos de los bordes imprevisibles donde hoy transitan sin orden ni control. Por supuesto, esta no es una solución mágica. Debe ir acompañada de una política integral que incluya educación vial, control riguroso, sanciones efectivas y, sobre todo, una transformación cultural. Convivir en la vía pública no debe ser una batalla por la supervivencia sino un acto de respeto mutuo. Quizá sea hora de mirar a las motocicletas no sólo como parte del problema, sino como un componente que puede integrarse con responsabilidad al diseño urbano. Pero para eso, necesitamos reglas, decisión política y compromiso ciudadano. Sin estos pilares, seguiremos contando muertos en vez de diseñar soluciones.
Jorge Bernabé Lobo Aragón
jorgeloboaragon@gmail.com


















