Ojalá el cultivo de caña de azúcar, mediante la fotosíntesis, pudiera contrarrestar efectivamente las emisiones de gases de efecto invernadero que generamos a diario y que conforman lo que hoy llamamos huella de carbono. El artículo publicado en LA GACETA (1 de julio) resulta difícil de sostener técnicamente. En primer lugar, Tucumán no cuenta con un balance de carbono validado científicamente. No sabemos con precisión cuánto dióxido de carbono se produce a partir del consumo de electricidad, gas natural y otros combustibles fósiles en sectores residencial, industrial, comercial y público; cantidad y tipo de vehículos, consumo de combustibles, transporte público y privado, y transporte de cargas; emisiones por uso de fertilizantes, maquinaria, ganadería, cambios en el uso del suelo; generación, tratamiento y disposición final de residuos urbanos, rurales e industriales; pérdida o conservación de cobertura vegetal, especialmente en áreas como las Yungas, que capturan carbono y patrones de consumo de bienes y servicios. Hubo un intento de cálculo de una línea de base de gases de efecto invernadero, bajo el auspicio de un cónsul tucumano y el gobierno de California, pero todo quedó en la firma del acuerdo. Por otro lado, se menciona que una hectárea de caña puede absorber 41 toneladas de CO₂ al año. Sin embargo, la fotosíntesis depende de múltiples variables -suelos, clima, manejo agronómico, variedades-, por lo que generalizar este valor puede inducir a errores. Además, la caña es un cultivo estacional, no una cobertura permanente del suelo. También se afirma erróneamente que Tucumán tiene 2 millones de habitantes movilizándose a diario, cuando la población actual ronda los 1,7 millones. En resumen, sin datos verificables y estudios validados, no es posible afirmar que la caña de azúcar por sí sola podría llevarnos a la neutralidad de carbono. Aún falta mucho por medir y comprobar.
Juan A. González
San Juan 158 - Lules


















