El articulista José M. Posse (“Cuando fuimos potencia”, 13/07) ha vuelto a echar mano, sin añadir un ápice de originalidad, a la conocida masa de desinformación histórica que se nos viene infligiendo desde hace más de un siglo en torno de la supuesta “Argentina potencia” de la Generación del 80, llegando hasta a ponderar logros que no le caben en lo más mínimo como una supuesta industrialización, cuando hizo exactamente lo contrario en dirección a convertir a la Argentina en el “granero del mundo”, dependiente de las manufacturas y los intereses británicos. Aquella “generación” representó, en realidad a un selecto sector o clase social, al que enriqueció groseramente al amparo de una corrupción rampante y relegando a la pobreza a la mayor parte de la población, como lo puso de manifiesto el estudio de Bialet Masse que menciona en el artículo que comento y al que se animó titular “Cuando éramos potencia”. Sí, potencia para consumar el fraude patriótico de elecciones amañadas y sostenidas por las armas en una sucesión de gobiernos brotados a la sombra del Julio A. Roca con el propósito espurio señalado, pero en desmedro del país pujante, igualitario y solidario con el que soñamos y que, como en general los portavoces de aquellas élites neoliberales menean periódicamente para hacernos imaginar reales a espejismos formados a la luz de la propaganda de ese signo político. Sí, de esos liberales tan proclives a reducir el concepto de nación a militares, uniformes, marchas y desfiles de una ritualidad absurda, remanida y exasperante, una de cuyas manifestaciones he tenido ocasión de observar no hace mucho en la Casa de Gobierno con un Dr. Posse ronroneante de satisfacción ante el espectáculo de soldados ensayando extrañísimos pasos de marcha. Ignora, desde luego, lo obvio, esto es que las naciones y los militares solo han servido para sojuzgar a sus pueblos y hacer guerras en pos de beneficiar desde siempre a unos pocos y que todos aquellos fetiches no sirven más que como pan y circo para fomentar una uniformidad que atenta de raíz contra el espíritu crítico deseable en cualquier pueblo que pretenda progresar. Guillermo Monti, en nota posterior, le hizo ver que aquello de potencia era completamente arbitrario considerando las desigualdades sociales, una lúcida nota a la que sólo le faltó recordar aquella irónica frase de Mark Twain según la cual existen mentiras, grandes mentiras y estadísticas, como aquellas de las que se enorgullece nuestro amigo historiador, haciéndose eco de -¡ay, qué difícil resulta llamarlo de tal modo!- nuestro actual presidente. Imagínese, en efecto, el lector la súbita impresión que podría llegar a recibir el habitante de una villa miseria si se enterara de lo acaudalado que resulta según los resultados del PBI per cápita.
Clímaco de la Peña
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