TEXTOS. Silva enhebra nueve relatos en el libro editado por Gerania.
“Hay algo profundamente enigmático de partir de una idea a un cuento ya terminado”, sostiene Leopoldo Silva. De esa experiencia surgieron los relatos que surcan “Un tipo de fe”, el primer libro de cuentos que publica, en este caso bajo el paraguas del sello independiente Gerania. La puerta quedó abierta para esta charla, de la que surgió un tema ineludible: cómo habita Silva la literatura.
- Aprovechando el título del libro para la pregunta, ¿te considerás un tipo de fe? ¿Y de qué clase de fe?
- Por mucho tiempo creí que carecía de fe. La fe en términos religiosos, claro. Y sentía un vacío que me generaba miedo, pero también curiosidad. Quizá por ser el único de mi familia, de mis amigos, que no estaba bautizado. Era un sentir estar fuera de algo que se mezclaba con una vergüenza, la de no saber rezar, la de no saber qué contestar cuando me preguntaban si creía o no en Dios, por ejemplo. Pasó el tiempo y entendí que eso no era tan terrible, al contrario. Y la fe volvió a aparecer en la juventud, supongo que con los primeros amores. Pero no una fe religiosa, sino una fe mundana, la de la edad donde pareciera que todo está por hacerse. Ojo, que no es idealismo, ni tampoco una fe boba. Entonces, volviendo, creo en ese tipo de fe que producen dos cuerpos al tocarse, en lo irremediablemente liberador que es salir a vérselas con el mundo y ver qué se puede hacer con el lenguaje. Escribir también es un acto de fe, no se escribe sin un deseo de que algo de la experiencia trascienda.
- El prólogo hace alusión a una “cuentística flashera del hoy y del mañana”. ¿Cómo definís esto?
- Con Diego Puig, que además de un gran amigo fue quien editó el libro, más de una vez hablamos sobre las connotaciones literarias de la palabra flashar. Lo defino como la posibilidad de unir elementos distantes y que eso tenga sentido y, sobre todo, produzca una experiencia de lectura particular. Esa contingencia de conectar mundos que te permite la literatura. Flashar para mí te da la posibilidad de abrir las historias, esa amplitud, que es la entrada de luz en el texto, requiere de trabajo. Combinar, componer, pero con sentido, porque delirar, delira cualquiera, el tema es ir más allá de las conexiones caprichosas. Escribir a partir de multicausalidades. A priori podría sonar raro si te digo que el cuento que abre el libro -“Amalita querida”- es una historia de amor que combina fábulas orientales, sánguches de milanesa, un robo de una obra de arte en el Munt; a uno de los últimos emperadores de Vietnam y los típicos naranjos de barrio Sur. Pero ahí está la magia. O la literatura, mejor dicho.
- Hablemos de los nueve cuentos que conforman este primer libro. ¿Cómo y de dónde salieron? ¿Y hacia dónde apuntan?
- Es difícil precisar de donde sale un cuento, hay algo profundamente enigmático de partir de una idea -incluso preguntarse de dónde sale esa idea- a un cuento ya terminado. Hay una distancia enorme, pero siempre algo de esa idea primogénita está; suelo anotarla y volver a ella durante el proceso de escritura. Creo que comienzo a escribir porque tengo una intuición, puede ser una situación, un paisaje, un personaje, un vínculo o la combinación de varias situaciones que pongo a dialogar en una única historia. Y también que en algún momento hay una determinación en decir: bueno esto quiero que sea un cuento. Trabajar. Darle tiempo a la escritura. Apuntar, no creo que apunten a ningún lado. A contar lo mejor que puedo una historia, sin sonar pretencioso. Pero es lo que le pido a un relato. No son cuentos con moralejas -aborrezco las moralejas- o con finales cerrados.
- ¿Qué que no puede faltarle a un buen cuento? ¿Y qué suele sobrarle?
- A un buen cuento lo siento en el cuerpo, es difícil explicar por qué, es como sentir que algo se te revela y eso te conmueve. Suele sobrar corrección política, vueltas innecesarias y personajes que parecen no tener fisuras.
- ¿Cómo transitás entre tu poesía y la prosa de “Un tipo de fe”?
- Primero como lector, poesía y cuento es lo que más tengo en mi mesa de luz. Para escribir narrativa trabajo con disciplina, a diario. En cambio, a la poesía no la busco, ni la fuerzo, si llega, llega. Puedo pasar meses, temporadas enteras, sin escribir un poema y está bien. Me di el gusto de insertar un poema en el medio de uno de los cuentos. A mí la poesía me da un ritmo, una música a la que presto mucha atención, eso ya es un montón.
- ¿Cómo analizás este momento de las letras del NOA? ¿Te gusta lo que vas leyendo?
- Prefiero no analizar, que eso lo hagan los que saben, yo escribo. Pero sí puedo nombrar a escritores que me gustan mucho. Y más allá del NOA, prefiero pensar en una literatura del norte sin distinción de estes y oestes. Luciana García Barraza, de Tucumán, Franco Rivero de Corrientes, Mariano Quirós de Chaco. Lo maravilloso del norte es la diversidad. Basta con cruzarse hasta Santiago para encontrar un ritmo totalmente distinto, una melancolía particular. Y así con las demás provincias.



















