La escena, repetida hasta el cansancio y sin embargo siempre desgarradora, nos golpea una vez más: Una mujer embarazada, tres hijos pequeños, una moto, un auto estacionado, el ruido seco del impacto, la carrera contra el tiempo para salvar vidas. La moto, en la Argentina de hoy, no es un lujo ni un capricho. Es, para miles de familias, una necesidad nacida de la crisis económica: Se paga en módicas cuotas, se convierte en herramienta de trabajo, en medio de transporte escolar, en el vehículo para hacer las compras o visitar a un familiar. Pero no por eso podemos ignorar una verdad que grita desde cada guardia hospitalaria: No es una bicicleta. Es un vehículo a motor, sin paragolpes, sin carrocería que amortigüe el golpe, con el cuerpo humano como único escudo. El problema no es sólo la moto. Es el modo en que se conduce. ¿Se exige de verdad que quien obtiene un carnet sepa cómo y por dónde transitar? ¿Se enseña que no se debe zigzaguear por izquierda, derecha y centro como si la calle fuera un pasillo vacío? ¿Se controla que use casco, que transporte de manera segura a los niños, que respete las normas básicas? La permisividad y la ausencia de controles han convertido a nuestras calles en una ruleta rusa cotidiana. Roberto Delgado lo dijo en su editorial del domingo, y lo repiten tantas cartas al director publicado en La Gaceta y otros medios: estamos ante una epidemia invisible. Y como toda epidemia, necesita un plan. No bastan las ordenanzas dispersas. Hay que capacitar a los inspectores para intervenir, mejorar el pavimento, señalizar rutas seguras para motos, y - sobre todo - controlar sin excusas ni amiguismos que se cumplan los requisitos para manejar. Juan Rulfo escribió: “Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague”. Pero en materia de seguridad vial no podemos permitir que la memoria de cada accidente se apague. Y Eduardo Galeano nos recordaba que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Aquí, la cosa pequeña pero decisiva es enseñar y controlar por dónde deben circular las motos y a quién se le entrega un carnet. Mientras sigamos tolerando que cualquiera conduzca como quiera, la moto seguirá siendo, para muchos, el atajo más corto hacia el hospital… o hacia el cementerio.
Jorge Bernabé Lobo Aragón
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