En la noche del 17 al 18 de agosto de 1850, hace 175 años, fallecía Honoré Balzac, el inmenso novelista francés a quien la naturaleza había prodigado una profusa inventiva y una arrolladora fuerza creadora para plasmar en títulos inolvidables la sociedad la sociedad de su época, y reunirlos en su monumental “Comedia Humana”. Al cortejo fúnebre lo acompañaban su señora madre, el poeta Víctor Hugo y el escritor Alejandro Dumas, entre otros. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio parisino de Pére-Lachaise, bajo un torrencial aguacero. Justamente en la parte alta de la necrópolis, Rastignac, uno de sus famosos personajes de su derrotero novelístico, miraba desafiante y con ansias de conquista al inefable París. En la oración fúnebre el prolífico escritor Víctor Hugo, fue el único que poseía la dignidad y la grandeza que el momento exigía: “El hombre que baja a la fosa pertenece a aquellos a quienes acompaña el dolor público. Desde ahora las miradas no se dirigen hacia las cabezas que mandan, sino a las de aquellos que piensan y, todo el país tiembla cuando una de éstas desaparece. Su muerte ha estremecido a Francia. Su vida fue breve pero plena, fue más rica en obras que en días. Ahora está por encima de las disputas y del odio. En un mismo día penetra en la tumba y en la gloria. En otra ocasión dolorosa ya lo dije y lo repito nuevamente: no es la noche, es la luz. No es la nada, es la eternidad. No es el fin, es el principio. Féretros como este son una prueba de la inmortalidad. Como decía otro grande, Dostoievski, para eso soy novelista, para inventar y retratar cosas.
Alfonso Giacobbe
24 de Septiembre 290 - S. M. de Tucumán















