Carlos Duguech
Analista internacional
En columnas anteriores nos referíamos a esa perversidad –no hay más ajustada calificación- que es la Mutual Assured Destruction (MAD, sigla de Mutua Destrucción Asegurada). Casi como un juego de niños donde si no se puede ganar (en lo que fuere) en relación con el otro, “Es más mejor que los dos “pierdamos”. Claro, en un juego de niños. Lo de MDA, en el sentido de ese caos encapsulado en miles de ojivas, un ultraje a la raza humana en su esencia horrorosa, implacable. Esta referencia a propósito de una apreciación apriorística, mínimamente razonable. Tal cúmulo de informaciones y ciertas desinformaciones consecuentes, tomando como base los datos que proporciona la realidad más los que se filtran desde distintos acuíferos informativos, ponen lo tan temido de la guerra nuclear en la carpeta “Asuntos pendientes”. Sería propio que ello estuviera encarpetado bajo otro rótulo: “Asuntos a desechar”. Y punto.
En tren de no orillar la realidad como la que evidencian siempre los números de las estadísticas adustas y severas, sólo digamos que la medida de la tensión entre el temor y la angustia crece como maleza de incertidumbre. Y un dramático desasosiego, casi sin límites. Ni “mesetas” de statu quo en las curvas representativas de “lo que vendrá”. Ya casi parece un hecho, sin embargo, “la tercera guerra mundial”. Tanto y tanto esas cuatro palabras se constituyen astillas de metal raro, inoxidable. Que no deja de estar clavándose simultáneamente por millones, entre las gentes. Entre sus miedos y sus ignorancias.
¿De qué depende?
Alguna vez utilizamos aquello que identifica la guerra, toda guerra, con esa frase que musicalizó León Gieco: “Sólo le pido a Dios”. Una petición tan poderosamente emblemática por la paz que no podemos evitar que en la fantasía de nuestra imaginación se corporizara la guerra exactamente como “un monstruo grande” y que “pisa fuerte”.
Pero, advertimos, que aun grande y pisando fuerte, la guerra con armas nucleares no es fácil de imaginar. ¿Cómo diseñar el escenario de París del Arco de Triunfo o la “Libertad” de Nueva York, tras bombardeos nucleares? Las bombas probados por EEUU en Hiroshima y Nagasaki, ¿Multiplicados por cuánto? Los colosales avances de la tecnología en casi todos los campos en los últimos ochenta años nos sorprenden. Superan la capacidad de comprensión. No estamos preparados, los del común, que nos conformamos -y nos entusiasmamos- con recibir sorprendidos el producido desde ese cuerno de la abundancia tecnológica en todo los campos del saber humano. A la par crece, en los zaguanes del entendimiento, un temor cuasi bíblico por la -por ahora- “virtualidad” de la IIIGM. Pero la mención (reiteradamente) por Putin en sus dardos amenazantes como metralla contra Ucrania, en los primeros tiempos de su invasión de conquista, instala en el tablero internacional el tema maldito de las armas nucleares. También lo cita, en otro sentido, Netanyahu, pretendiendo bloquear a Irán en su supuesta pretensión de arribo al club nuclear de los nueve, del que Israel es parte. Para esta afirmación vale tener en cuenta que el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), integrado por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad (ONU) más Alemania, acordó con Irán en 2015. Nada menos que controlar que la República Islámica de Irán no derivara su actividad en materia nuclear hacia lo bélico. Semejante potente logro de las principales naciones del mundo con Irán es una encumbrada categoría de acuerdo multilateral en materia nuclear. Como contrapartida de estas responsabilidades Irán asumía una especie de capitis deminutio en gestión nuclear. Por ello le levantaban las sanciones ONU y EEUU. Sin embargo, ese acuerdo fue atacado por Israel al punto que el primer ministro Netanyahu le expresaba a Trump (por entonces recién en el segundo año de su primer mandato) sobre “la naturaleza de semejante acuerdo” el que -no obstante- afirmaba- no impediría que Irán alcanzase el arma nuclear. Experimentado político, Netanyahu convenció al millonario devenido presidente. Entonces, final, no de “tablas” sino de hecatombe en ese ajedrez. Trump, casi novato en estas lides, accede a las consideraciones israelíes y en 2018 da el salto. Sale del tablero. Traiciona a los otros cuatro miembros del CS, a Alemania. Y al propio Irán que, a partir de entonces, se manifiesta, consecuentemente, libre de ataduras en su plan nuclear. Aunque advierte que es no militar.
Otra más de Trump
Salirse del pacto con Irán a la vez que traicionando a los otros integrantes de esa conformación muy singular y auspiciosa que era el “Acuerdo del PS+1” no fue el único paso en falso de Trump en la cuestión de las armas nucleares. Se animó, movido por una irresponsabilidad propia de los ignorantes en la materia, a echar por tierra el más elaborado, exitoso y trascendente acuerdo sobre armas nucleares. Nada menos que entre los EEUU y la URSS (prolongado con Rusia). Los euromisiles nucleares de alcance intermedio desplegados por la URSS y por la OTAN, se caldera en medio de la guerra fría. El complejo y extenso proceso de negociaciones entre Reagan y Gorbachov finalmente concluyó con aliviado beneplácito del mundo. En Diciembre de 1987 suscribieron el histórico acuerdo. Se eliminaban los misiles de alcance intermedio, y se prohibían los que tenían alcance de 500 y 5.500 kilómetros en Europa. El verbo eliminar significaba eso mismo, destruir. No reinaba el eufemismo que tantas otras veces fue la viga endeble en la que asentaba el peso del engaño o la inconsistencia del significado. En ese tiempo Gorbachov, con lo de Chernobyl (abril 1986) a sus espaldas, llegó a sugerir la eliminación de las armas nucleares. Un lúcido pensamiento, vale enfatizarlo.
¿Guerra nuclear?
¿Cómo se desataría? Es la pregunta que recurrentemente nos formulamos de tanto mencionarla, como cuasi “inevitable”. Imaginamos que devendría en una “pandemia nuclear” para la que se está nada equipado en comparación con la que se nos cayó encima, con la covid-19.
Pero la pregunta más afinada: ¿Y por qué se iniciaría una guerra nuclear?
Tres razones
1.- Por accidente. La cita de Gorbachov, referida a Chernobyl nos exime de explayarnos sobre esa razón. Foto en blanco y negro de la realidad.
2.- Por error. En la historia de los accidentes de efectos masivos, casi siempre hay un componente explicativo. En lugar de pulsar el botón verde (un daltónico) confunde: acciona el rojo. Ese botón del que, quienquiera esté a cargo, se tiene que cuidar por las horrorosas consecuencias. O porque los botones están uno cerca del otro y en la manipulación y ante el temor del inminente desastre, tembloroso el operador, pulsa el inadecuado.
3.- Por la decisión criminal de un gobernante. Crimen de guerra, perfilado por las previsibles consecuencias. Un casi “erga omnes” con el arma nuclear. Más de 8.200 millones de personas que habitamos el planeta atados a las decisiones o torpezas de nueve gobernantes en el mundo.
Este punto es el más peligroso. Putin no se guardó su soberbia de poseedor del “más moderno armamento nuclear”. Y se ufanaba, desde el comienzo de su invasión Ucrania. Este es el punto que procura controlar íntegramente el Tratado de Prohibición”. Legalmente vinculante –explícitamente anotado- rige desde el 22/01/2021. Lo firmaron 94 países. Lo ratificaron 73. Los nueve países con armas nucleares lo boicotearon y no lo firmaron. Argentina, tampoco. Mientras tanto se podría seguir gestionando la creación de ZLAN (Zonas libres de Armas Nucleares). Todos los intentos de la ONU en ese sentido fracasaron. Y el destinado al Medio Oriente, por la oposición sistemática de Israel.
Arrimamos una idea: ante la invariable posición israelí con su “ni niego ni afirmo” una de las interpretaciones que se sugiere es ésta: no tiene armas nucleares pero con la respuesta elusiva genera la idea en el mundo de que sí las posee. Una especie de “disuasión nuclear virtual”. La idea nomás, porque poseer armas nucleares es consecuencia de una inversión extraordinaria en todo: en la producción, modernización, almacenamiento y custodia. Una viveza criolla, parecía.
























