ORGULLO. Olmos, vigente a los 35, defiende con garra la camiseta de Bella Vista.
En Bella Vista, ese rincón tucumano donde el fútbol es pasión y herencia, un hombre de 35 años sigue corriendo detrás de un sueño. Se llama Abel Olmos, delantero incansable, y aunque sus botines lo llevaron por varios clubes de la provincia, siempre supo que el corazón lo tenía atado a una sola camiseta: la del club de su pueblo, Bella Vista.
Abel desde pequeño se calzó los cortos con la ilusión de representar a los suyos, venía de un linaje de futbolistas en su familia que él no estaba dispuesto a cortar, tampoco su hermano Gastón. Ambos son nietos de Zoilo Gómez, delantero que brilló en el “Decano” en la década del 60.
Pero volvamos a Abel, a los 15 años en el club de sus amores, un hecho que recuerda con nitidez porque marcó el inicio de una vida entera dedicada al fútbol. Su recorrido lo llevó a vestir las camisetas de San Jorge, Deportivo Aguilares, Unión del Norte, Amalia y, por supuesto, Bella Vista. Con San Jorge alcanzó uno de los hitos más significativos: el ascenso al Argentino A. Hoy, con 35 años, sigue vigente, corriendo como si el tiempo no le pesara y soñando como aquel adolescente que se estrenaba en la liga. Asegura no llevar la cuenta exacta de sus goles, pero está convencido de haber superado la barrera de los 100. Y aunque todos valen, hay dos que guarda como tesoros en su memoria: los que le marcó a Carlos “Chiquito” Bossio en un San Jorge-Tiro Federal. Ese día se ganó el respeto de todos y la admiración de quienes lo vieron enfrentarse a un arquero de renombre. “Me acuerdo de los dos goles que le hice esa tarde, para mí fue inolvidable porque sabía a quién me enfrentaba y aunque él estaba cerca del retiro, fue un orgullo”, remarcó el delantero del “Gaucho”.
Para Abel, jugar en Bella Vista es mucho más que ponerse una camiseta. “Acá tenés a tu familia, a tus amigos, a toda la gente que conocés. Para mí significa todo”, repite con orgullo. Y no es una frase hecha: en las tribunas lo acompañan sus padres, su hermano, “Flor” (su esposa) y su hija Morena de siete años, que ya entiende lo que significa alentar desde la primera fila. “Ese apoyo familiar es mi motor, lo que me hace levantar cada día con la misma energía de siempre, incluso después de jornadas largas de trabajo”, admite el delantero.
El fútbol se respira en la casa de los Olmos en cada almuerzo. “Mi papá, mi abuelo, todos son muy futboleros, imagínate cada domingo es analizar rivales y hablar de la pelota. Mi mamá (Sandra) que al principio buscaba que nos inclinemos por el estudio, también ya se acostumbró”, dice entre risas, aunque admite que en esos almuerzos también hay tiempo para la reflexión: “Tener a mi papá es un orgullo, lo que él hizo no tiene nombre”, detalla Abel respecto a los dos meses de combate que tuvo su papá Miguel Ángel Olmos en Puerto Argentino, en la Guerra de Malvinas.
“Le dieron la baja en marzo de 1983, 14 meses después de haberse incorporado al Ejército. Todos los 2 de abril participamos de los actos oficiales por la gesta de Malvinas. Incluso el municipio de Bella Vista bautizó con su nombre una calle de la ciudad, por eso digo que es un orgullo para nosotros”, agregó el delantero.
Mientras Abel se desvive por Bella Vista, Gastón lo hace en Villa Mitre. Y el cruce entre ambos ya se dio en la Liga Tucumana, con ese condimento especial que solo puede tener un duelo entre hermanos. “Lo vivimos tranquilos, charlando, cargándonos un poco, pero siempre con respeto. Después de todo, el fútbol queda en la cancha. En esta fase nos vamos a cruzar en la penúltima fecha, pero Bella Vista juega con los rivales que va dejando Villa Mitre, así que él me va pasando la data”, revela la complicidad de hermanos.
Abel, con nostalgia al recordar sus inicios
Los recuerdos de Abel se mezclan con los sueños. Piensa en aquellos primeros pasos, en los sacrificios, en los turnos dobles y triples de entrenamiento, en lo competitiva que se volvió la liga con el paso del tiempo. Y al mismo tiempo, siente que lo mejor puede estar por venir. Porque lo que todavía le falta es lo que más desea: salir campeón con Bella Vista. “Trabajamos todo el año para eso. Dios quiera que se nos dé, sería cumplir el sueño más grande de mi carrera”, afirma.
Al pueblo lo siente como propio, porque lo es. “Para mí significa mucho, es todo. Acá tenés a tu familia, tenés a tus amigos… jugar en Bella Vista para mí es todo”, repite con orgullo. Lo vieron crecer, lo alentaron de chico y hoy celebran cada gol como si fuera uno de ellos quien lo hubiera marcado. Abel nunca se olvidó de dónde salió ni de la gente que lo empujó a ser mejor. Ese vínculo es lo que lo convierte en un referente para los más jóvenes. “Es lindo hablar con los más chicos y transmitir lo que viví, motivarlos”, dice.
Abel no habla de lujos ni de contratos millonarios, sino de sacrificios. “Cuando terminé el secundario por ahí, tenía lo que quería, porque manejaba mi plata…pero era todo doble turno, triple turno. Había que trabajarlo y cada vez se fue haciendo más competitiva la liga. Eso está bueno, pero lleva su sacrificio”, comenta.
La vida de los Olmos es un recordatorio de que el fútbol guarda historias profundas, llenas de esfuerzo, sentimiento y sueños compartidos. Si bien su papá Miguel, por una guerra tuvo que cortar su carrera, Abel y Gastón continuaron con legado de su abuelo Zoilo. Con goles, con camisetas diferentes, pero marcados por una fidelidad inquebrantable hacia Bella Vista. A los 35 años, todavía sueña en grande y lucha con la misma energía del primer día y sin abandonar el objetivo de salir campeón con su ciudad.






















