Ser abogado es mucho más que un título. Es una forma de mirar la vida. Lo aprendí de mi madre, que a los 69 años se recibió de abogada para demostrar que nunca es tarde para abrazar la justicia como vocación. Ella nos enseñó que la abogacía no es prestigio ni diploma, sino virtud, rectitud y servicio. Lo confirmé en mis años de judicatura y profesión, en las audiencias con custodia, en las noches de desvelo preparando defensas, en la certeza de que detrás de cada expediente hay un rostro, una familia, una historia. Y en el Día del Abogado quiero transmitírselo a mis hijos, a mis sobrinos y a todos los jóvenes abogados que recién se reciben: no se trata de acumular victorias, sino de mantener la frente alta. No se trata de ganar causas, sino de defender lo justo. No se trata de fama ni de dinero, sino de ser fieles a la libertad; porque sin libertad no hay derecho, y sin derecho no hay justicia posible. Ser abogado es caminar con firmeza en medio de las tormentas, pero también conservar la ternura de escuchar al que sufre. Es ser centinela de la equidad, guardián de la esperanza, y poeta de la justicia en un mundo que muchas veces la olvida. El Día del Abogado es el día de quienes creemos que todavía vale la pena soñar con un mundo más justo. Celebro a mis colegas, celebro a mis hijos y sobrinos, celebro a mi madre que desde el cielo sonríe, y celebro a todos aquellos que saben que la abogacía, cuando se la vive con pasión y decencia, es una forma de honrar la vida.
Jorge Bernabé Lobo Aragón
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