Al leer la lúcida pluma de Marcelo Aguaysol en su nota titulada “Pecados capitales del poder”, me inclino con respeto a saludar la inteligencia y la valentía de un editor que no se limita a narrar los hechos, sino que los ilumina con la fuerza de una verdad incómoda. El panorama tucumano y nacional que se despliega en sus líneas no es un simple diagnóstico: es un espejo en el que se reflejan la soberbia, la ira, la avaricia y la pereza de un poder que creyó eterno. Cada palabra es como un clarín que nos advierte de los peligros de gobernar con la espada del desprecio y la venda de la autocomplacencia. La política, como la vida misma, se rige por equilibrios frágiles. Allí donde el exceso de gula por la concentración de poder pretende imponerse, la realidad devuelve su golpe. El autor lo dice con claridad: más alto se trepa, más duro es el porrazo. Tucumán, tierra de historia y resistencia, observa atenta esas caídas y sabe que la verdadera fuerza se construye en el diálogo, en la humildad y en la capacidad de escuchar. Detrás de cada ajuste ciego y de cada cálculo político hay rostros concretos: los niños, los ancianos, los enfermos, los discapacitados. Ellos son los primeros en padecer la soberbia del poder y los últimos en ser escuchados. Una sociedad que abandona a sus más vulnerables no sólo comete una injusticia, sino que pierde su humanidad. Tal vez abusando de estas cartas que remito con frecuencia, no puedo pasar por alto un reconocimiento a La Gaceta, este diario que ha sabido convertirse en guardián de la palabra y en caja de resonancia de los anhelos, dolores y esperanzas de Tucumán. En tiempos de incertidumbre, su compromiso con la verdad y su independencia editorial son un bien público que debemos valorar. Alabar al editor es, en este caso, alabar a la prensa que se atreve. En un tiempo de voces calladas o compradas, su análisis es un acto de servicio cívico. Nos recuerda que los pecados capitales no son solamente vicios personales, sino que pueden convertirse en lastres colectivos cuando se enquistan en la Casa de Gobierno. Como hombre que ha transitado la justicia, la política y la abogacía, no puedo menos que agradecer a quienes nos entregan estas páginas para meditar. Porque escribir y publicar con coraje es un modo de resistir la indiferencia, de sembrar conciencia y de elevar al lector por encima de la espuma diaria.
Jorge Bernabé Lobo Aragón
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