Carlos Duguech
Analista internacional
“Volver a las fuentes”, recomendación tácita que se instala en el espíritu de los revisionistas. Y también en el de los que, insatisfechos del devenir histórico -contrario al que suponían- se lanzan con indescifrable determinación al revisionismo.
Analizados en primera plana lo acontecido en el dolorosamente emblemático “7 de octubre” (2023) bajo los cielos del sur israelí, no cabe sino repudiar el horror que provocaron los terroristas provenientes de Gaza. Y, consecuentemente, disponerse al análisis en tiempos precipitados de días y meses y años interminables… sin respuestas que viertan luz, aunque de vela de sebo, siquiera, sobre los hechos. Los que todavía se manifiestan, día a día, en una dolorosa e interminable realidad. La que repugna por abatir todo vestigio de humanidad en Gaza, esta vez.
“Poder de fuego”
La “Gran Guerra” la denominación de lo que sería, a causa de la IIGM, la IGM que desde la Europa de la competencia “a todo o nada” de los imperios mostró al resto del mundo que el poder estaba ligado a los gatillos de todas las armas. A su cantidad, ese “poder de fuego” que definía por anticipado el resultado de los enfrentamiento de trincheras, hombre a hombre. También, y sobremanera, atado a los acuerdos “bajo el poncho” o a la luz del sol de los personeros de los imperios. Imperios que se dibujaban con acuerdos de toda laya. Matrimoniales, incluso. La competencia sin límites que diezmaba la convivencia en “La Europa” -ese espejo de nosotros, los latinoamericanos- por el poder colonial de cada cual.
Y el protagonismo abarcador del Imperio Otomano, desplegando tentáculos en tres continentes que, con una vigencia de seis siglos entre los puntos cardinales de occidente y oriente, definió un nuevo esquema tras su desmembramiento por la Primera Guerra Mundial.
Ya por entonces los adelantados de siempre, como jugando en la “Bolsa”, se ufanaban por capturar los “escombros” valiosos del “otomanismo”. Los acuerdos Sykes-Picot (Gran Bretaña y Francia), formalizados en secreto en 1916 (en plena IGM, aún) dibujaron -nunca más preciso el término- estados artificiales. Claro, nada de tener en cuenta las cuestiones religiosas y hasta étnicas de los pueblos. Dibujos en trazo grueso, de una torpeza dañina para los intereses y aspiraciones de los pueblos que los habitaban. Prevalecía, a toda hora, el interés de las potencias colonialistas interesadas. Cada una de ellas en las ventajas que se podrían generar y obtener tanto para Francia cuanto para Gran Bretaña.
Uno de los vagones
Revestido de solemnidad como era de esperar surgen de la Conferencia de San Francisco en abril de 1945 aportes embrionarios para conformar Naciones Unidas. Esa ONU que en el próximo mes de octubre, el 23, cumplirá 80 años. Una entidad similar fue imaginada por nuestro Juan Bautista Alberdi en “El crimen de la guerra” (1870) refiriéndose al “pueblo-mundo” en el capítulo designado como “Derechos internacionales del Hombre”. La Carta, esa “Constitución” de la ONU, revela las importantes incumbencias que el organismo internacional por excelencia poseía. La suscribían, no las naciones, sino como señala en cabeza del texto, “Nosotros, los pueblos del mundo… resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles.” En el primer vagón del “Tren” de resoluciones, se dicta una de inusual trascendencia. Se crea un estado en la “Palestina” antiguamente controlada por los otomanos como parte de su inmenso dominio imperial (seis siglos, 1299-1922) y luego de su derrota en 1918 devenido en territorio bajo mandato británico otorgado por la Sociedad de las Naciones. Ese estado es Israel, propuesto el 29 de noviembre de 1947 a instancias de la Resolución 181 (II) de la Asamblea General de la ONU. La que, a su vez, por imperio de la resolución adjudica a los palestinos una porción: 42% .Y a los judíos 56%.
Los judíos aceptaron a regañadientes la “partición” y los árabes la rechazaron de plano. La hora cero de todas las guerras que sucedieron entre el Israel -creado por la ONU (y proclamado el 14 de mayo de 1948) - y los países árabes y por las comunidades palestinas. Las guerras:1948/1949 con los vecinos países árabes (Jordania, Egipto, Irak, Siria y Líbano) que invadieron el territorio del Israel recién creado acrecentó la superficie originaria israelí como su consecuencia. La tan citada Resolución 181 (II) de la ONU para los judíos fue la piedra basal de su nación. Y para los palestinos la chispa que encendió la primera guerra árabe-israelí. La que siguió, lanzada por Israel el 5 de junio de 1967 (hasta el 11 de ese mes, “Guerra de los seis días”) ya fue, decididamente. una guerra planificada. De “conquista territorial” aunque el Sinaí egipcio finalmente se reintegró por los acuerdos de paz. Salvo la franja de Gaza, que Sharon hizo desocupar por los colonos judíos en 2005, siguen todo Jerusalén, los altos del Golán de Siria y una buena parte de Cisjordania con más de 600 mil colonos en implantaciones contra de toda norma del derecho internacional. Es menester precisar: la resolución 242 de la ONU que ordena el “retiro de los territorios ocupados en el reciente conflicto” (iniciado por Israel, “Guerra de los seis días”). Una resolución del Consejo de Seguridad ratificada totalmente en otra de sus resoluciones (la 338) referidas a la guerra iniciada, esta vez, por los palestinos en 1973 (De “Iom kipur”).
Ya nada es igual. Cada vez la vocación usurpadora de Israel se apoya en contingencias nuevas. Como ahora. La “venganza” contra los terroristas que marcaron bestialmente a sangre y fuego una fecha, “siete de octubre”, le dieron a Netanyahu la excusa para su avanzada de conquista territorial al punto que despreció públicamente, y en reiteradas ocasiones, aquello de “los dos estados”.
ONU: El descarrilamiento
La gestión de ONU de noviembre de 1947 por resolver “el asunto Palestina” que le tiró sobre la mesa la mandataria de la Sociedad de las Naciones, echó bases ilegítimas para su resolución. Ya en el párrafo 2 del artículo 1 -de la Carta, nada menos- se señala “la libre determinación de los pueblos”, ese supremo derecho. Sin embargo promueve con su Res. 181 (II) una partición que obtura, precisamente, “esa libre determinación”. La población de la Palestina “ex Mandato” nunca fue consultada. Ni los árabes palestinos, ni los judíos nativos, ni los inmigrantes, ni los musulmanes, ni los cristianos, todos los que la habitaban. Los algo más de 9.200 km. que separan Jerusalén de Nueva York (sede de ONU) “reemplazaron” indebidamente esa mentada “libre determinación”.
El “no” argentino
La Asamblea General de la ONU, el 9 de septiembre último, volvió a escribir una página de poco vuelo. Casi como un mea culpa. Intento por mitigar el fracaso respecto de los palestinos. Y de los judíos del autoproclamado “único estado judío”. Los 142 votos a favor de “los dos Estados” (propuesta de Francia y Arabia Saudita) ponen reflectores sobre la claudicante posición del “gobierno argentino” que votó “en contra”, muy pegado a EEUU e Israel y otros siete miembros. Esta actividad de la ONU respecto al tema muestra su descarrilamiento como “entidad madre” de 193 miembros. Entre ellos Israel que, pese a que escrito está en su Acta de Independencia 7 veces “Naciones Unidas”, es el miembro que más ignoró sus resoluciones. Hace 77 años ONU engendraba, sin embargo, “soluciones” preventivas. ¿Y los cascos azules? De vacaciones. Durante apenas un alto el fuego quebrado por Israel podrían haberse enviado un contingente. Y nada.
Sobre llovido… Polonia
Casi como un remedo del país invadido por decisión de Hitler hace 86 años (01/09/39). Esta vez Putin cometió un error de puntería. ¿O fue una provocación a la OTAN con esos drones sobrevolando en espacio polaco? Tema de la próxima columna.






















