Las frecuentes caídas y revolcones, a simple vista teatrales, que practican los grandes futbolistas en sus partidos, especialmente se les pone difícil llegar al ansiado gol, se han convertido en una práctica tramposa para engañar al árbitro en su tarea de referí. Es tal la frecuencia del consabido truco, que ya nadie se pregunta si hubo golpe ilegal o no, y la hinchada queda atenta al cobro -o no- de la supuesta infracción, para abrir una chance inesperada al ansiado gol. Lo malo es que el abuso de este truco provoca una idea de exagerada fragilidad, a todas luces increíble en cuerpos entrenados para resistir fuertes choques durante 90 minutos de fuerte juego. ¿Acaso el fútbol, varonil por excelencia, está perdiendo su vigor, resistencia y hombría, principal razón por la cual es ampliamente practicado y admirado en los mejores países del mundo? Para pensarlo, ¿no?
Darío Albornoz lisdaralbornoz1@gmail.com





















