Se cumple un nuevo aniversario de aquel 24 de septiembre de 1812, cuando en los campos de nuestra tierra tucumana se libró la batalla que marcó el destino de la patria. No fue sólo un triunfo militar: fue un acto de fe, de coraje y de insumisión frente a la mezquindad de un gobierno centralista que ordenaba retroceder. El general Manuel Belgrano, con el alma puesta en su pueblo y la mirada en lo alto, supo escuchar el clamor de los tucumanos. Desobedeció la orden de retirarse, porque comprendió que hay mandatos superiores: la dignidad, la libertad y el derecho de los pueblos a ser dueños de su destino. Esa desobediencia fecunda nos dio la victoria y con ella la esperanza de una nación. Pero aquella gesta no fue sólo de lanzas y fusiles. En la aurora de la batalla, Belgrano se arrodilló ante el altar de la Virgen de la Merced, la misma Madre que siglos antes inspirara a Pedro Nolasco a liberar a los cautivos. La proclamó Generala del Ejército, y desde entonces, su manto protector acompaña a Tucumán y a la patria entera. Hoy, cuando la historia parece repetirse en nuevas formas de centralismo y abandono, cuando la patria vuelve a debatirse entre la pobreza y la indiferencia, Tucumán debe recordar la lección de Belgrano: no se trata de desafiar con armas, sino de sostener con firmeza los derechos de nuestra tierra y de nuestro pueblo. La Virgen de la Merced sigue deteniéndose cada 24 de septiembre frente a la cárcel para ofrecer un gesto simbólico de libertad. Esa procesión nos recuerda que la verdadera independencia no consiste solo en romper cadenas políticas, sino también en liberar a los hombres de toda injusticia, de toda prisión económica, social o espiritual. Que el eco de aquel combate ilumine a los gobernantes de hoy, para que comprendan que la grandeza de una nación no se negocia en escritorios lejanos sino que se forja en el sacrificio solidario de su pueblo. Y que la Virgen de la Merced, mi Madre y Generala, nos cobije bajo su manto, proteja a Tucumán y derrame su merced sobre un mundo que clama por la paz. Como dijo Borges: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”. Que nunca olvidemos que en el Campo de las Carreras se decidió mucho más que una batalla: allí se sembró la fe y la esperanza de un pueblo que aún resiste.
Jorge Bernabé Lobo Aragón
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