El 13 de septiembre leí en LA GACETA el muy buen artículo de Guillermo Monti: “Lo peor para un niño es cambiar la inocencia por el miedo”. Eso me llevó a reflexionar sobre otros tiempos. Monti lo llama “la infancia, ese paraíso perdido” y yo me interrogo: ¿es así? Hace unos años, Roberto Giusti afirmaba: “Las memorias infantiles son un género literario tentador, y pocos esparcimientos hay más gratos para el ser humano que evocar su niñez entre la niebla de sus recuerdos distantes”. A lo largo de la historia, muchos escritores ilustres incursionaron en ese género. Uno de ellos fue Gustavo Gabriel Levene, quien escribió “Niñez en Catamarca”, libro en el que supo llevar al papel el mundo de su infancia -el hogar, la escuela, la calle y los amigos-, dejándonos un mensaje memorable de ternura universal. La obra vio la luz en 1946 y fue de lectura obligatoria en nuestro colegio (el Sagrado Corazón) en primer año del secundario, al igual que en otras instituciones de la década del ’70: tiempos de hippies, de Vietnam, del rock y del cuestionamiento de las estructuras sociales. La infancia de entonces, como allí se retrataba y como la vivimos muchos mayores, parecía ser más sociable, con una vida familiar más fuerte que la realidad actual, atravesada por las redes y el acceso inmediato a información en internet. No podemos negar que el mundo cambió y que disminuyeron las relaciones cara a cara. Pero no por ello debemos bajar los brazos. Pienso que debemos priorizar las relaciones interpersonales. A favor de la infancia de hoy, rescatemos la capacidad cognitiva que los niños han desarrollado y su amistad natural con la tecnología. Esto es inevitable. El desafío está en que los padres también formemos parte de ese nuevo mundo y nos mantengamos presentes, sin privarlos de un espacio virtual al que tarde o temprano ingresarán. En “Niñez en Catamarca”, Levene evocaba una infancia en contacto con la naturaleza, los vecinos y la familia. Una época en la que la palabra, el juego y el asombro bastaban para construir una vida plena, sin más estímulo que la realidad circundante. Hoy, en cambio, la niñez parece hipotecada: las pantallas y las redes ocupan el lugar que antes tenían los padres, los abuelos y los maestros. La vida moderna, con progenitores absorbidos por el trabajo y una sociedad cada vez más acelerada, deja a muchos chicos solos frente a un dispositivo que los educa… o los maleduca. Debemos reaccionar a tiempo si no queremos condenar a nuestros hijos y nietos a crecer sin raíces, sin diálogo y sin la presencia real de los mayores. La tecnología, bienvenida sea, pero nunca debe sustituir a los progenitores. La advertencia es clara: hipotecar la niñez es hipotecar el futuro. Eduquemos con presencia, con el ejemplo, devolviendo a los chicos el valor de la palabra, del encuentro y de la vida compartida. Que “Niñez en Catamarca” no sea solo un recuerdo, sino también una luz que inspire a las generaciones actuales y a las que vendrán. Porque no es un libro pasado de moda: es una obra que invita a pensar y repensar la educación de los niños de hoy.
Juan L. Marcotullio
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