El problema es pura y netamente educativo. Si no, ¿por qué de nuevo el vandalismo en el corazón mismo de San Miguel de Tucumán? ¿Y acá no pasó nada? Me refiero al gesto que tuvo la Municipalidad al engalanar con flores la primera cuadra de la peatonal Congreso para recibir la primavera, que fue rápida y precozmente vandalizada. ¡Tucumán querido! Y pensar que otrora nuestra provincia fue calificada con orgullo como el “Jardín de la República”. Yo no tuve suerte, porque solo alcancé a ver fotografías de los arreglos florales que mostraban la calle vestida con flores multicolor. Buena iniciativa oficial, pero no pude apreciarla en persona, ya que antes pasó el vendaval humano destructivo. Quince arcos decorados con 3.500 ejemplares de girasoles, margaritas y lirios ornamentaban el paseo rumbo a nuestra Casa Histórica. Todo muy lindo y festivo, pero tuvo que llegar la horda, y esto poco duró. La incultura pudo más. Los arcos fueron vandalizados y en pocas horas les arrancaron sus flores con total falta de educación, lindante con el salvajismo, en la naturalizada costumbre de adueñarse de lo ajeno. Una actitud que avergüenza y, sobre todo, se comete con la mayor impunidad, sin que nadie haga ni diga nada. Muy triste. Los hermosos arreglos florales en un rato desaparecieron porque así lo decidieron algunos y/o algunas. ¿Es justo? Reflexionaba yo y pensaba, extrapolando esto a lo que imagino sucedería en una ciudad civilizada -un país europeo, o en Japón, si se quiere- y llegaba a la conclusión de que esta conducta delincuencial allí sería pasible de fuertes multas, sanciones y hasta prisión. Pero acá, en Tucumán, no pasó nada. Educación y buenas costumbres pide a gritos nuestra sociedad, ya que todo lo demás se dará por añadidura. Emulando al escritor Jorge Asís y su libro, esta vez no serán “Flores robadas en los jardines de Quilmes”, sino Flores robadas en la primera cuadra de la peatonal Congreso, en el corazón mismo de nuestra ciudad de San Miguel, a pocos metros de la Casa Histórica y de nuestra Casa de Gobierno. Muy lamentable, por cierto.
Juan L. Marcotullio
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