No todo es negativo: tres proyectos de planificación funcionaron bien en Tucumán

Dos de esas iniciativas corresponden a la creación de las villas veraniegas de San Javier y La Quebradita. En ambos casos puso manos a la obra el ingeniero Carlos María della Paolera (1890-1960), urbanista pionero en la Argentina y propulsor del Dia Mundial del Urbanismo. Estos trabajos fueron examinados a fondo por la arquitecta Olga Paterlini, autora de valiosos artículos sobre el tema. Por otro lado, la gestión de José Padilla al frente de la Municipalidad fue clave para encauzar a la capital en el camino de la modernidad: abrió calles, trazó las “cuatro avenidas” y dotó al radio céntrico de alumbrado eléctrico.

LA HOSTERÍA. Su construcción fue decisiva para impulsar el turismo. LA HOSTERÍA. Su construcción fue decisiva para impulsar el turismo.

San javier: terrazas y balcones en lo alto de la sierra

En la década de 1930, Tucumán se propuso convertir su excepcional geografía en un destino de descanso y contemplación. En 1936, la creación de la Junta Provincial de Turismo marcó el inicio de una política que incluía entre sus objetivos la fundación de villas veraniegas en lugares de clima benigno, belleza natural y fácil acceso. La sierra de San Javier fue elegida para albergar uno de esos proyectos, con planificación a cargo de Carlos María della Paolera, pionero del urbanismo moderno en la Argentina. El plan se apoyó en la construcción del camino que unía Marcos Paz con San Javier, obra de la entonces flamante Dirección Provincial de Vialidad.

LA HOSTERÍA. Su construcción fue decisiva para impulsar el turismo. LA HOSTERÍA. Su construcción fue decisiva para impulsar el turismo.

Antes de convertirse en villa turística, el llamado Potrero de San Javier había sido parte de la red de estancias jesuíticas en la región. Tras la expulsión de la Orden en 1767, las tierras pasaron por distintas manos hasta ser adquiridas en 1830 por el gobernador José Frías. Un siglo más tarde, el Estado provincial decidió expropiar unas 2.000 hectáreas mediante la Ley 1.672, con el propósito de formar centros de veraneo y una reserva forestal. Fue entonces cuando se convocó a Della Paolera para elaborar el plano de urbanización de la villa de San Javier.

El plan preveía lotes de entre media hectárea y cinco hectáreas, destinados a viviendas unifamiliares con amplias parcelas verdes. Para evitar la especulación, ningún comprador podía adquirir más de dos terrenos, y debía realizar mejoras en un plazo de cinco años. También se reservaron sectores fiscales, áreas agrícolas y una extensión de 500 hectáreas como reserva forestal.

La Villa de San Javier fue concebida como un asentamiento orgánico, respetuoso de la topografía y del paisaje. Della Paolera diseñó un trazado principal que seguía el relieve natural en sentido sur-norte, enlazando los caminos hacia Villa Nougués y Raco. Desde ese eje se desprendían vías secundarias de trazado sinuoso, adaptadas a las quebradas y lomadas del terreno. Las calles culminaban en cul-de-sac, y las parcelas se disponían de modo que cada vivienda gozara de vistas privilegiadas hacia la ciudad o hacia las cumbres calchaquíes.

La hostería de Anta Muerta, la escuela y la iglesia fueron los primeros edificios públicos del conjunto. En el acto de inauguración, Della Paolera destacó la singularidad del entorno. “La obra del Aconquija se levanta entre los panoramas más hermosos de la Argentina”, afirmó, señalando el valor del paisaje como motor del desarrollo turístico.

BIEN IMBRICADA CON EL PAISAJE. La Casa García-Bernasconi. BIEN IMBRICADA CON EL PAISAJE. La Casa García-Bernasconi.

Durante las décadas siguientes, la villa fue consolidándose con la construcción de viviendas de veraneo, muchas proyectadas por docentes del Instituto de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Tucumán. Entre ellas se destaca la Casa García- Bernasconi, obra de Eduardo Sacriste, que sintetiza el espíritu del lugar: integración al terreno, uso de piedra local y cubiertas verdes que se funden con la ladera. La arquitectura se adaptaba a los desniveles, incorporando terrazas, balcones y transparencias que permitían disfrutar del entorno sin imponerse sobre él.

En 1946, la UNT expropió una franja de 18.000 hectáreas para proyectar su Ciudad Universitaria al norte de la villa, cuestión que con el correr de las décadas se convirtió en motivo de múltiples y muy conocidas controversias.

Hoy, casi 90 años después, la Villa de San Javier conserva los valores iniciales que Della Paolera imprimió en su planificación: respeto por la naturaleza, baja densidad poblacional, predominio de las áreas verdes y adaptación de la arquitectura a la topografía.

San Miguel de Tucumán: un orden para el viejo caserío colonial

El caserío colonial llamado San Miguel de Tucumán que Felipe Bertrés precisó en 1821 conservaba mucho de su fisonomía casi 70 años más tarde. Ese plano trazado por el ingeniero francés durante su gestión como agrimensor oficial de la provincia constituye un documento clave, imprescindible para el desarrollo de los estudios históricos sobre la ciudad. En las décadas siguientes la capital provincial fue siguiendo un crecimiento irregular, aunque -como quedó dicho- manteniendo aquella antigua impronta, absolutamente carente de planificación. Hasta que llegó José Padilla (foto) para cambiar las cosas.

No todo es negativo: tres proyectos de planificación funcionaron bien en Tucumán

El interventor federal Salustiano Zavalía lo designó intendente el 4 de julio de 1887 y en apenas tres años Padilla colocó a San Miguel de Tucumán en el camino de la modernidad a partir de una obra de gobierno intensa y sobresaliente. A la ciudad de 95 manzanas con la que se encontró, colmada de calles sin abrir o cortadas por construcciones precarias, le dio un orden: abrió arterias, trazó avenidas, intensificó el empedrado y, coronando el plan, trajo la luz eléctrica.

En un año y medio, Padilla logró que quedaran trazadas, abiertas y habilitadas las 68 cuadras de los “bulevares”, que hoy conocemos como “las cuatro avenidas”. Además, al norte abrió 14 cuadras de las calles Santa Fe, Marcos Paz, Corrientes, Santiago, José Colombres y Suipacha. En tanto, al sur se abrieron otras 14 correspondientes a La Madrid, Bolívar, Lavalle, Rondeau, Bernabé Aráoz y San Luis.

LA CIUDAD DE PADILLA. Se nota el trazo de las “cuatro avenidas”. LA CIUDAD DE PADILLA. Se nota el trazo de las “cuatro avenidas”.

“Sin contemplaciones, enderezó el trazado de las arterias, hizo demoler los edificios que las obstruían, construyó terraplenes y cegó zanjas -destacó Carlos Páez de la Torre (h) en una semblanza publicada en LA GACETA-. Asimismo, aumentó en 63 cuadras las 111 empedradas que había recibido. Duplicó las avenidas interiores de la plaza Independencia y las pavimentó con piedra traída de Hamburgo. El material duraría hasta la década de 1970, cuandi se lo reemplazó por baldosas”.

“En 1888 implantó en la ciudad una asombrosa novedad: nada menos que el alumbrado eléctrico, sustituyendo el de querosén que se usaba hasta entonces. Lo contrató con la empresa de Francisco Kullak, pero limitado a un sector y por un año. Esto, para no encorsetar a la Municipalidad con un contrato de larga duración, y por tratarse de sistemas nuevos sobre los que se carecía aún de experiencia”, explica Páez de la Torre.

Concluida su gestión, Padilla se retiró de la vida pública para atender el negocio familiar: la propiedad del ingenio Mercedes. También para seguir de cerca la educación de sus hijos. Uno de ellos, Ernesto, sería gobernador de Tucumán.

La Quebradita: en armonía con los Valles Calchaquíes

La década de 1930 marcó para Tucumán una etapa de expansión hacia la montaña. Los gobiernos de Miguel Campero (1935-1939) y Miguel Critto (1939-1943) comprendieron que conectar la llanura con los valles era clave para impulsar el desarrollo provincial. En enero de 1943, ese desafío se materializó con la inauguración de la ruta provincial Nº 307, que unió por primera vez de manera estable la capital con los Valles Calchaquíes. En el mismo acto se colocó la piedra basal para la fundación de cuatro villas veraniegas: La Quebradita, Las Carreras, Ampimpa y Carapunco.

TIERRAS. Seleccionaron 323 hectáreas pertenecientes a dos estancias. TIERRAS. Seleccionaron 323 hectáreas pertenecientes a dos estancias.

De ellas, La Quebradita fue la que alcanzó un desarrollo más orgánico gracias al trabajo del urbanista Carlos María della Paolera, pionero del urbanismo moderno en la Argentina. Las tierras seleccionadas -323 hectáreas pertenecientes a las estancias Las Tacanas y Los Cuartos- se ubicaban estratégicamente entre la villa existente y el nuevo camino en construcción.

El plan de Della Paolera representó un salto cualitativo respecto de las precarias condiciones de urbanización que presentaba el viejo Tafí del Valle. La escritura oficial definía a La Quebradita como una villa veraniega con amplios lotes de más de 2.000 m², pensada para un desarrollo armónico y sustentable. Los terrenos se destinaron a viviendas particulares, hoteles y dependencias públicas, con estrictas normas de uso: sólo se permitía construir hasta dos casas por parcela y estaba prohibido subdividir los terrenos. Cada comprador recibía una cartilla con pautas de edificación, en un intento por garantizar coherencia estética y ambiental.

EN DIÁLOGO CON EL PAISAJE. Así concibió su plan Della Paolera. EN DIÁLOGO CON EL PAISAJE. Así concibió su plan Della Paolera.

Un elemento notable del plan fue el “espacio verde-gran perspectiva”, corredor paisajístico que culmina con la vista majestuosa del macizo del Pabellón (3.770 metros sobre el nivel del mar). Este eje, concebido como una suave planicie ascendente, enlazaba el camino provincial con la red interna de calles y senderos.

El resultado fue un tejido urbano de baja densidad, donde la arquitectura debía dialogar con el paisaje. En el eje central se reservaron terrenos para un hotel y edificios administrativos, además de infraestructura para el suministro de agua y electricidad. Sin embargo, pese a su valor histórico y urbanístico, el proyecto nunca recibió protección patrimonial.

Los lotes se vendieron rápidamente y, desde los años 50, comenzaron a levantarse las primeras casas. Entre los propietarios se contaban profesores y arquitectos ligados a la UNT, como Enrico Tedeschi y Cino Calcaprina, quienes construyeron viviendas modernas con materiales locales -piedra y madera- y soluciones adaptadas a la pendiente del terreno.

Décadas después, otros profesionales como Hilario Zalba y Eduardo Sacriste reinterpretaron los principios de Della Paolera. Zalba exploró la síntesis entre arquitectura moderna y técnicas tradicionales, revalorizando el adobe. Sacriste, por su parte, dejó obras emblemáticas como la Casa Torres Posse, con muros de piedra y techo de césped, y la Casa Benito, un mirador natural sobre el valle.

El trazado sufrió alteraciones -el nuevo camino de los años 70 modificó la unidad del diseño y el desborde del río Blanquito en 1987 dañó parte del loteo-, mientras que en los últimos 20 años se notaron signos de descontrol en algunas zonas, sobre todo por avances sobre espacios verdes y construcciones que no siguen los parámetros originales. A pesar de todo el espíritu del proyecto perdura, porque La Quebradita sigue siendo un ejemplo temprano de urbanismo orgánico gestado por aquella visión de Della Paolera: una villa veraniega concebida no como conquista de la montaña, sino como convivencia armónica con ella.

Comentarios