EXEQUIEL ÁVILA GALLO. Con él, Bandera Blanca volvió al Congreso en el 87.
La ansiada primavera democrática le puso fin en 1983 a la más sangrienta de las dictaduras que padeció el país. Los argentinos fueron a las urnas para elegir a Raúl Alfonsín, el candidato de la UCR que convirtió el preámbulo de la Constitución en el propósito de su futuro gobierno. “Somos la vida”, afirmaban los radicales en campaña. “Somos la rabia” era, en contrapartida, el grito de guerra del peronismo. La victoria de Alfonsín sobre Ítalo Luder fue contundente, por una diferencia de 10 puntos. Era, además, la primera derrota electoral que sufría el PJ. Soplaban vientos de cambio.
La primera elección de medio término se organizó el 3 de noviembre de 1985, momento en el que el oficialismo viajaba con viento de cola. Meses antes se había lanzado el Plan Austral, cuyos éxitos parciales generaban confianza en el futuro económico. Al mismo tiempo, el “juicio a las juntas”, sentando en el banquillo a los responsables del terrorismo de Estado, había generado un altísimo consenso en la sociedad.
“No le ate las manos a Alfonsín”, era el ingenioso lema de campaña. Dio resultado, porque la UCR volvió a ganar a nivel nacional, aunque perdió puntos en comparación con el 83. El peronismo, en fase de reorganización y fuerte debate interno, ya daba señales de vida.
En Tucumán, gobernado por Fernando Riera, se produjo un virtual empate: 45,4% para la UCR y 44% para el PJ. En consecuencia, los cuatro escaños que se renovaban de la Cámara de Diputados se repartieron en partes iguales: dos para los radicales (Julio Bulacio y Julio César Romano Norri) y dos para los peronistas (Antonio Juez Pérez y un joven dirigente llamado Julio Miranda, reelegido en el cargo).
Derrota
Otro cantar fueron los comicios de medio término del 6 de septiembre de 1987, coincidentes además con las elecciones de gobernadores. El Plan Austral, que ya hacía agua, y la asonada carapintada de Semana Santa habían esmerilado al alfonsinismo. Los números no fueron tan desastrosos para el Gobierno, pero la derrota a manos del renacido PJ fue inapelable (41,2% a 37,2%).
El caso de Tucumán fue muy especial, porque la emisión del voto estuvo atada a las candidaturas a gobernador y la renovación de las cinco bancas siguió ese orden. La UCR se llevó dos (Benito Ferreyra y Luis Lencina) y el peronismo -que estaba dividido- otras dos (Rodolfo Vargas Aignasse, del PJ; y Miguel Nacul, de Acción Provinciana). La sorpresa la dio el renacido partido Bandera Blanca. Exequiel Ávila Gallo se llevó el quinto escaño, impulsado por la aparición en política de Antonio Domingo Bussi. Esa presencia sería clave en la vida tucumana durante los años siguientes.






















