La abuela tiene menos pelos en la lengua que dientes propios en la boca. Cuando superó la barrera de los 80 obtuvo un derecho que es tácito y universal, que la habilita a decir lo que piensa sin tapujos. Al toque desembucha que ni loca lo vota a “tal” ni a “cual”. Que ella irá a votar por su postulante porque “bla, bla y bla”. Entre risas algunas divertidas y otras nerviosas, en la mesa del almuerzo del Día de la Madre muchos deben haber pasado por una situación similar. Allí o en el asado con amigos o en la juntada de todas las semanas. La pregunta pone nerviosos a varios, porque nuestra sociedad se divide en esos tercios imperfectos que atraviesan nuestra vida diaria: los que nunca votarán al peronismo, los que siempre lo harán y los que oscilan y cambian entre candidatos diversos más allá de la “ideología partidaria”.
Por eso, en el asado, los que poseen una preferencia “histórica” contestan sin drama. Pero hay una porción de la sociedad a la que la pregunta le molesta. Ellos tienen definido su voto, no son “indecisos”, pero mienten por vergüenza. En varios ámbitos, en la Argentina de la grieta, confesar el voto se ha vuelto incómodo. Pero aquí, en Tucumán, ese laboratorio político a cielo abierto que es esta tierra subtropical, el fenómeno parece haber mutado a una versión superior, a una especie de esquizofrenia electoral: el doble voto vergüenza.
El concepto de “voto vergüenza” o “voto oculto” no es nuevo. Es ese sufragio que se ejerce en la soledad del cuarto oscuro pero que jamás se admite en público. Es el voto que destroza encuestas y analistas porque su combustible es la presión social. El recuerdo más nítido nos lleva a 1995. Mientras la intelectualidad y el progresismo aborrecían el “menemato”, miles de argentinos, en silencio, volvían a elegir la Convertibilidad, la “pizza con champán” y esa estabilidad precaria pero tangible. No era un voto para enorgullecerse en los claustros universitarios, pero sí uno que llenaba las urnas. Era el voto pragmático, inconfesable.
Más cerca en el tiempo, en 2023, el fantasma volvió con la furia de un león. Nadie, absolutamente nadie, vio venir la ola de Javier Milei en las PASO. Sus votantes no estaban en los focus groups de las consultoras ni en los análisis de los grandes medios. Estaban en el hartazgo silencioso, en la bronca contenida. Eran esos ciudadanos que, para no ser tildados de “fachos”, “antiderechos” o simplemente “locos”, preferían sonreír y cambiar de tema. El día de la elección, su silencio se convirtió en un rugido que reseteó el tablero nacional.
Ahora, traigamos ese lente a estos pagos. En Tucumán, la cosa se complica. No tenemos un solo voto vergüenza, sino dos, que corren en paralelo y se miran de reojo. Un doble carril de votos ocultos que podría definir la próxima elección.
Por un lado, está el voto vergüenza a Osvaldo Jaldo. Parece una contradicción votar al poder de forma avergonzada, pero en el ecosistema tucumano tiene una lógica tan única como nuestra belleza natural. Es el voto del empresario, del profesional o del comerciante que, aunque descree del relato y aborrece las formas del “aparato”, prioriza la previsibilidad. Es el que piensa “malo conocido...”, el que necesita que la provincia “esté tranquila” para que su negocio funcione. Es el voto a la gobernabilidad, al contacto directo, a la red de poder que, para bien o para mal, garantiza cierto orden.
¿Por qué se oculta? Porque admitirlo en un círculo social de clase media o alta es casi una traición. Es confesar una complicidad con el sistema que se critica a diario, con el clientelismo, con la estructura peronista que gobierna la provincia desde hace décadas. Es un voto racional, casi de supervivencia económica, pero socialmente incorrecto. Un voto que se piensa con la calculadora pero se esconde con el ceño fruncido.
En la vereda de enfrente, con igual o mayor intensidad, florece el voto vergüenza a Federico Pelli, el candidato que encarna el proyecto de Milei en la provincia. Este es el voto visceral, el de la bronca pura contra todo lo anterior. Es el sufragio del “que se vayan todos” reencarnado en la figura libertaria. Atrae a quienes están asfixiados por la crisis, a los jóvenes que no ven futuro y a cualquiera que sienta un profundo desprecio por la política tradicional.
¿Y por qué este también es un voto inconfesable? Porque decir que se vota al candidato de Milei es admitir -en cierta facción social- que se está a favor de los modos autoritarios, de la falta de respeto, de la violencia, del ataque a los discapacitados y a los jubilados. En especial por estos lares tan identificados con el prestigio de la UNT, también es confesar que se está del lado de quien ataca la universidad pública. Ese votante también prefiere el anonimato de la urna antes que defender lo indefendible para ciertos entornos.
En Tucumán
Ese doble voto vergüenza tendrá impacto directo en Tucumán, donde la elección se polarizó entre Jaldo y Pelli, más allá de los esfuerzos de Unidos por Tucumán para que ello no sucediera. Roberto Sánchez fue perdiendo impulso de la mano de malas decisiones estratégicas en lo político y en lo comunicacional. En un momento no logró sellar acuerdos con aliados clave de su propio partido y desechó el convite que “charladores” peronistas y radicales le hicieron para que la polarización se diera entre los históricos contendientes: el peronismo y el radicalismo.
Habría existido esa chance, conversada por representantes de ambos sectores políticos, que pretendían que Jaldo y Sánchez se suban al centro del ring, ocupen el escenario y lo corran del set al equipo libertario. El diputado y sus más cercanos no habrían estado de acuerdo con esa estrategia. En lo comunicacional, el corredor parece haberse quedado con un auto poco moderno. Le costó ingresar en la conversación de las redes, instalar un discurso en la sociedad u obtener la atención en cualquier tipo de plataforma. Los oficialismos local y nacional terminaron marginando su discurso. Sin embargo, lo opuesto al doble voto vergüenza podría beneficiar al concepcionense: los que realmente se hartaron de uno y de otro quizás le permitan acelerar a último momento y obtener mejores resultados.
Jaldo ya vaticinó que es posible que se quede con tres de las cuatro poltronas en juego. El oficialismo no lo manifiesta en público, pero el peso del “aparato” y la caída de Sánchez podrían ayudarlo a que lo logre. Sería una victoria aplastante, que ubicaría a Jaldo en un trono con tornillos más resistentes que el amianto. ¿Quién se atrevería a disputarle el poder con esa muestra de poder? También lo ubicaría en un lugar de privilegio para negociar con el Presidente.
El team de Lisandro Catalán se ve cerca de hacerse con dos bancas. Cree que la visita del jefe de Estado nacional y el acierto en la elección de Pelli como postulante podrían llevarlos a tocar ese cielo violeta. El ministro del Interior podría catapultarse a un lugar de poder preponderante en el entorno presidencial si le ofrenda esas dos bancas a Milei.
Sánchez disputa una carrera en la que muchos lo dejaron solo, aunque otros afirman que esa orfandad fue por decisión propia. Peronistas y dirigentes de distintos partidos coinciden en algo: el diputado es un gran candidato, con buena imagen, antecedentes de gestor eficiente y fama de “buena gente”. Habrá que ver si le alcanza para retener su banca. De no ser así, es muy probable que su trayectoria política comience a sentir un freno.
Esta bipolaridad electoral tucumana genera una zona gris, un mar de incertidumbre donde las encuestas naufragan. Ganará quien logre capitalizar la mayor cantidad de “vergüenzas”.






















