¿Por qué ya no leemos tanto? “El placer se contagia, no se impone”

En los últimos 20 años, la lectura recreativa cayó más de un 40% en el mundo, según un estudio internacional. Las redes sociales y varias preguntas.

UNA REALIDAD. En Tucumán, las voces de quienes todavía leen, escriben o promueven la lectura ayudan a entender lo que está en juego. UNA REALIDAD. En Tucumán, las voces de quienes todavía leen, escriben o promueven la lectura ayudan a entender lo que está en juego.

La historia podría empezar en cualquier casa tucumana, una tarde cualquiera, con alguien leyendo. Pero, ¿es cierto que hoy eso ocurre cada vez menos?. En agosto, un estudio del University College de Londres y la Universidad de Florida reveló que la lectura recreativa cayó más de un 40% en los últimos 20 años. El hábito de leer por placer -ese que no busca aprobar exámenes ni acumular títulos- parece haber perdido terreno frente a las pantallas, el cansancio y el vértigo de la vida cotidiana.

En Argentina, la Encuesta Nacional de Consumos Culturales confirma la tendencia: apenas la mitad de la población leyó un libro el último año. El dato, que parece frío, cobra espesor cuando se lo mira desde cerca. En Tucumán, las voces de quienes todavía leen, escriben o promueven la lectura ayudan a entender lo que está en juego cuando se apaga ese gesto tan antiguo y tan íntimo de abrir un libro.

Memoria y compañía

Para Marina Yubrin, leer sigue siendo un acto de amor. Su historia empieza con un abuelo y una caja de chocolates. “Él me enseñó a leer antes de los cuatro años -recuerda-. Me regalaba golosinas cada vez que leía bien. Ahí nace mi hábito de leer por placer, de una complicidad que teníamos con mi abuelo. Yo leía los subtítulos de las películas rápido antes de que se pasaran, y él me regalaba un chocolate”. Después vinieron La Biblia para niños, las letras de los cassettes de Thalía y, más tarde, los poemas de Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Gustavo Adolfo Bécquer, Federico García Lorca. “Era fascinante”, dice.

Hoy, con 31 años, Marina sigue leyendo y la costumbre se volvió refugio. “La lectura me conecta profundamente contigo. Me enfrenta, me despeja, me muestra cosas todo el tiempo. Tengo libros en el teléfono, en la tablet y también en la mochila. Llegué a ir a fiestas con un libro, porque leer me acompaña. Es algo meditativo para mi”.

A unos cuantos kilómetros de distancia, la médica reumatóloga, Cecilia Goizueta encontró en la lectura una forma de contrapeso frente a la vorágine diaria. “Empecé como lectora en la pandemia, buscando una conexión con los demás. Hoy coordino uno de los clubes de lectura de Libros de Oro invitada por su dueña Natalia Viola, quien fue la pionera de esta idea. Actualmente hay tres clubes: uno en el centro tucumano, otro en Yerba Buena y el que coordino yo, en Tafí Viejo, con gente de entre 18 y 76 años. Leemos de todo, charlamos, nos reímos, nos emocionamos. Es un cable a tierra”.

Cecilia cuenta que la propuesta fue creciendo y que, con el tiempo, surgió la idea de sumar un nuevo espacio para esos encuentros. “Cuando empezamos sabíamos que Tafí Viejo es una ciudad muy cultural, y teníamos esperanza en la convocatoria. Nos ayudó mucho el café donde nos reunimos siempre, Ático Social Café, con la difusión. Hoy tenemos aproximadamente 20 personas con miradas muy diferentes”.

Para ella, leer es también una forma de encuentro. “Es maravilloso unir las cosas que te gustan. A quien le gusta leer, le gusta tomar un muy buen café. Ahí decís: estoy en mi momento. Por eso estamos muy agradecidos con Facundo Vega, el duelo de Ático, por aceptar y sumarse a la propuesta. Es un lugar lindo, ameno, para compartir, con un buen café y con gente que le gusta lo mismo”.

Cecilia habla de algo que define con una expresión propia: el “desbloqueo lector”. “Todos somos lectores, pero a veces no sabemos cómo. No hace falta leer un libro de 300 páginas; podés leer algo más corto, leer en los ratos que tengas. Lo importante es empezar. Cuando descubrir la magia de la lectura, ese tiempo que antes pasabas en redes lo llenás con historias”. El club se reúne el primer jueves de cada mes de 20 a 22 horas, en avenida Alem 325. Quienes quieran sumarse pueden contactarse a través de @librosdeoro o @aticosocialcafe en Instagram.

Los escritores

El escritor y editor, Diego Puig, director de Gerania Editora, cree que lo que se perdió no es sólo el tiempo para leer, sino la capacidad de concentrarse. “Argentina viene año a año perdiendo lectores desde los años 60 o 70. La principal causa hoy son las nuevas tecnologías. El celular y las redes sociales tienen un impacto en la forma en que nos relacionamos con los libros. Pero el verdadero problema es otro: nuestra capacidad de atención. La lectura es un músculo”.

Puig dice que ese músculo no se ejercita lo suficiente y apunta a la raíz: “Los educadores y formadores, los que deberían formar lectores, no leen. Hoy vas a un terciario de letras y los estudiantes no forman bibliotecas. Compran los libros, los revenden o los leen en digital. Uno de los grandes problemas es que los formadores de lectores no leen. Y eso, sumado a la precarización laboral y al costo de los libros, agrava el panorama”.

Para él, la lectura requiere guía y acompañamiento. “Se parece mucho a andar en bicicleta. Necesitás que alguien te oriente, te sostenga, hasta que alcanzás el equilibrio. Y eso es lo que también está fallando”.

El poeta Gabriel Gómez Saavedra coincide en que la lectura sigue siendo un territorio de placer único. “El libro no fue suplantado por la tecnología, sino complementado. Pero la experiencia de poder abstraerse y focalizar la lectura es superior a la hiperestimulación de los medios digitales. Ninguno puede generar el disfrute que se obtiene desde el libro: sigue siendo un invento imbatible”.

Según el poeta, la clave está en contagiar el gusto, no en imponerlo. “El placer se contagia, no se impone. Una de las formas más efectivas es leerle a otro un texto que nos haya generado goce. Iniciar a la gente en una fiesta. No es otra cosa la literatura”.

Competencia

El magíster en Sociología Aplicada Raúl Arúe analiza el fenómeno desde un plano más amplio: el de la vida cotidiana y la disputa por la atención. “Hay una guerra desatada entre las formas nuevas y tradicionales para controlar el consumo cultural de las personas en su tiempo libre e incluso en los microtiempos entre una tarea y otra. El celular permite tener todo a mano: redes, juegos, libros digitales, videos. La lectura tiene cada vez más competidores, y el tiempo de recreación es finito”, explica.

Para Arúe, las plataformas modelan una forma de leer fragmentada. “Fomentan consumos breves, saltos constantes, multitarea, ¿Para qué voy a leer una novela si puede ver un resumen en YouTube? Esos formatos fomentan la dispersión y eso va en contra de la lectura, que requiere concentración y pausa”. Sin embargo, el sociólogo no cree que el proceso sea irreversible. “La lectura puede recuperar ese lugar. Ningún cambio social es definitivo. Compartir relatos es una práctica tan antigua como la humanidad. En la facultad reflotamos los círculos de lectura y la experiencia es valiosísima. Leer sigue siendo un acto colectivo”.

Formar, guiar y resistir

En el mostrador de una librería, el diagnóstico se vuelve cotidiano. Martín Barrionuevo, gerente de Yenny-El Ateneo Tucumán, cuenta que su trabajo es, muchas veces, el de un mediador cultural. “Lo más lindo es cuando el lector no conoce y no sabe lo que quiere o cuando te dice ¨me gusta el libro pero nunca agarro uno¨. Nuestra obligación es fomentar la lectura, sobre todo en papel. El libro te enfoca, te da comunicación, léxico, pensamiento. Nosotros tratamos de formar y guiar”.

En las librerías, dice, hay lectores de todas las edades. “Hoy el bebé ya tiene su libro propio. Tenemos las ¨bebotecas¨ con libros de cartón y goma. Desde la cuna, el libro tiene que estar presente”. Pero reconoce que internet desplazó a ciertos géneros. “Los libros técnicos casi desaparecieron, ahí ganó la web. Pero el público juvenil crece: los youtubers, los músicos, las biografías acercan a los chicos a los libros. El librero genera puentes. Y eso enriquece”.

Desde la librería El Griego, Juan Manuel Frangoulis, aporta otra lectura: “No estoy seguro de que la gente lea menos; creo que cambiaron las formas. A lo mejor hay más lecturas de autoayuda, finanzas o emprendedurismo, y menos ficción. Pero eso no significa que no se lea. Lo que sí cambió es que ya no hay apropiación colectiva. Todo es on-demand, todo es micronicho”.

Frangoulis, que pertenece a una familia con aproximadamente 51 años de historia librera, va más allá: “El placer y la diversión se fueron privatizando como bienes. Este sistema nos convence de que no somos merecedores de ser felices, y todo se vuelve cálculo, productividad. Pero la lectura sigue siendo una forma de resistencia. Y también un modo de reencontrarnos con nosotros mismos”.

Leer para conversar

Entre todos los testimonios se repite una misma idea: leer no es un acto solidario, sino una conversación que se expande. Diego Puig lo resume en una frase: “Si me preguntás por qué leo, te diría que para conversar. Conmigo, con el libro, con los demás”.

Esa conversación, que alguna vez fue colectiva y hoy se vuelve fragmentada, sigue viva en clubes, cafés, librerías y pantallas. El desafío - dicen todos - no es volver al pasado, sino aprender a leer de nuevo en medio del ruido.

Porque, como recuerda Goizueta al cerrar cada reunión del club, “una hora leyendo puede cambiar el ritmo de un día entero”.

Y aunque las estadísticas digan lo contrario, en Tucumán todavía hay muchos que se resisten a dejar de hacerlo.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios