Hace unos meses se estrenó en nuestro país “Amores materialistas”, comedia romántica estadounidense escrita y dirigida por Celine Song (la misma de “Vidas pasadas”). Lucy, la protagonista -interpretada por Dakota Johnson- es la empleada estrella de Adore, una agencia de citas. Debe lidiar con los altos estándares de belleza, éxito y dinero que sus clientes y clientas le exigen respecto a potenciales candidatos/as.
La propia Lucy -actriz fracasada- se considera ella misma una eterna soltera y asegura que morirá sola, salvo que tenga la oportunidad de casarse con un hombre rico (en el pasado rompió con un gran amor por dificultades económicas). Y justamente, en la fiesta de casamiento de una clienta, es abordada por Harry Castillo (Pedro Pascal), un hombre perfecto. Lo que en su rubro llaman un “unicornio”: soltero, encantador, alto, buen cuerpo, guapo y, por supuesto… millonario. Lucy duda de que esté realmente interesado, lo rechaza y le dice que en todo caso se haga su cliente: puede aspirar a una candidata mejor (que sea 10 años más joven que ella, por empezar). Pero Harry insiste y la corteja, diciéndole que en verdad quiere conocerla. Empiezan a salir y a llevar una vida de ensueño, pero no tardarán en darse cuenta de que… algo falta. Algo que no está en esa checklist que supuestamente los hace el match ideal.
“Tiene que…”
Como los clientes de Adore, casi todos tenemos una imaginaria lista de requisitos que consideramos importantes para enamorarnos de una persona: “que sea alto”, “que no fume”, “que sea cariñoso/a”, “que le guste el cine”, “que haga deportes”, “que sea familiero/a”, “que me haga reír”, “que quiera viajar”, “que le gusten los gatos”, “que tenga plata”, “que no tenga hijos”, “que sea flaca”, “que no haya votado a…”, por poner algunos ejemplos.
Pero con frecuencia la realidad se impone y nos sorprende: imprevistamente aparece una persona que en el mejor de los casos cumple con un par de esas condiciones que nos parecían innegociables. Y así y todo… nos enamoramos.
Es claro que necesitamos sentir ciertas coincidencias básicas para entregarnos a una relación, pero también es un hecho que ese encuentro obedece poco a lo que podríamos planear o predecir. Como dijo el filósofo: “el corazón tiene razones que la razón no conoce”. Razones que en gran medida están determinadas por el azar y el misterio.






















