El arte de comunicar el vino: la sommelier tucumana que trabajó con Laura Catena y los referentes de la viticultura argentina

Tras su paso por grandes redacciones, Agostina Martínez Márquez encontró en el vino una forma de contar historias, guiando a otros a descubrir aromas, sabores y la identidad de cada cepa.

Hay decisiones que no se piensan, se sienten. Como la de pasar del vértigo de las redacciones al silencio de una copa o de un paisaje. Así fue el viaje de Agostina Martínez Márquez, una periodista tucumana que cambió el pulso de la actualidad por los matices del vino. En su paso por redacciones aprendió a mirar, escuchar y preguntar. Luego, en una editorial, advirtió que también podía contar el vino desde las palabras, colaborando en obras de Laura Catena y de otros grandes nombres de la vitivinicultura argentina. Hoy, como sommelier y docente, sigue haciendo lo mismo: comunicar con sensibilidad y rigor, pero entre aromas y notas de cata.

Una de las preguntas más frecuentes sobre el oficio del sommelier es si "hay que tomar mucho vino” para ejercer. Agostina se ríe: “Nosotros no tomamos, escupimos. En una cata podés probar 40 vinos en una jornada. Si los tomás, no llegás al final". El proceso, explica, es mucho más técnico que hedonista. “Se trata de entrenar los sentidos, de activar la memoria olfativa. Todos nacemos con un registro olfativo: el azahar, el jazmín, los cítricos. Por ejemplo, en Tucumán estos aromas están en el aire, y eso nos ayuda a reconocerlos en un torrontés. Es cultura sensorial", detalla.

Esa profesionalización también cambió la relación con los consumidores: “El cliente sabe más, pregunta más, quiere aprender. Ya no es sólo el malbec con la carne. Hay curiosidad y respeto por quien te orienta. El sommelier pasó de ser un vendedor a ser un educador del gusto”.

Radicada hace algunos años en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Martínez Márquez trabajó en la editorial Catapulta, donde comenzó el amor con el vino. “Cada libro es un viaje. En ‘El gran libro del vino argentino’ recorrimos todo el país: desde Jujuy hasta la Patagonia. Fue conocer la diversidad de climas, de suelos, de personas. Ahí entendí que el vino no es solo un producto, sino una historia colectiva”.

DE NORTE A SUR. Agostina recorrió el país para la realización de DE NORTE A SUR. Agostina recorrió el país para la realización de

La experiencia de trabajar en la edición del libro "Oro en los viñedos", de Laura Catena, generó en ella una admiración particular por la autora: "Es súper exigente, apasionada, y tiene una visión científica del vino. Trabajar con ella me marcó mucho. Años después, cuando me la crucé en una cata, se sorprendió al saber que yo también me había convertido en sommelier. Fue un reencuentro hermoso".

Con los años, la sommelier de 38 años conoció y trabajó con enólogos como Alejandro Vigil, Sebastián Zuccardi y Francisco "Pancho" Bugallo, referentes de una nueva generación: "Hoy ya no se definen sólo como winemakers, sino como viticultores. Porque entendieron que el vino empieza en la tierra. Si la uva no es buena, no hay magia en la bodega que lo salve". Ese cambio de mentalidad, dice, fue clave para que el vino argentino ganara prestigio mundial. “Cada uno tiene su estilo, pero todos tienen algo en común: comunican. Ya no se quedan en la bodega. Viajan, hablan, muestran. Salen a contar su vino, y eso genera conexión”, comenta.

REFERENTES. La sommelier tucumana junto a Laura Catena y Alejandro Vigil, de la bodega Catena Zapata. REFERENTES. La sommelier tucumana junto a Laura Catena y Alejandro Vigil, de la bodega Catena Zapata.

Su otra pasión es la docencia. Da clases en el Centro Argentino de Vinos y Espirituosas (CAVE), que tiene una de las pocas que tiene la carrera de sommelier avalada por el Ministerio de Educación de la Nación. "Me encanta enseñar. En mis aulas tengo alumnos de entre 20 y 60 años, mozos de restaurantes, gente que solo quiere aprender. La sommellerie no es solo conocimiento, es vocación de servicio. Un sommelier que se antepone al vino, pierde. El protagonista siempre es el vino”.

“El vino también comunica. Te cuenta de dónde viene, quién lo hizo, qué clima tuvo. Solo hay que saber escucharlo. Y cuando aprendés a hacerlo, ya no hay vuelta atrás”, añade.

Tucumán y el futuro del vino

Cuando se le pregunta por el potencial de la ruta del vino tucumana, Agostina no duda: “Falta de todo, pero eso es lo lindo. Hay mucho por hacer. Falta infraestructura, caminos y equipamiento. Pero hay ganas, hay pasión. Y ese es el mejor punto de partida”. Para ella, el desafío es doble: “Formar profesionales y crear identidad. Que cuando un turista venga, alguien le cuente qué significa un vino de altura, qué aromas tiene, qué historia hay detrás. Eso genera curiosidad, turismo, desarrollo. El vino es una puerta de entrada a toda una cultura”.

Según Martínez Márquez, en Estados Unidos, donde se marcan muchas de las tendencias que terminan moviendo la aguja a nivel internacional, los vinos del NOA tienen algo verdaderamente único para ofrecer: "En el Valle Calchaquí tenemos algo que se llama altura, vinos de extrema altura". "Yo he viajado bastante por motu proprio, para aprender y conocer sobre vino. Iba a Italia, a España, y me decían: ‘No, porque acá los vinos son de súper altura’. Y cuando les preguntaba cuánto, me respondían: '700 metros sobre el nivel del mar'. Entonces yo les decía: ‘Venite a Jujuy, donde estamos a 3.000 metros. Venite a Molinos o a Cachi (Salta), y ahí vas a entender lo que es un vino de verdadera altura’”, recuerda entre risas.

Entre las cepas con más futuro, Agostina se anima a hacer su apuesta. “El malbec nos abrió las puertas del mundo y el torrontés nos dio identidad. Pero yo le tengo fe al semillón. Es una variedad plástica, que se adapta a diferentes regiones y puede dar mucho más. Creo que es la próxima joya argentina”, concluye.

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