Una brisa uruguaya recorre la Argentina
Navegamos sobre aguas sospechosamente mansas. El dólar, principal termómetro de la ansiedad argentina, se mantiene estable. La pregunta que empieza a configurarse, quizás prematuramente, es si estamos en los inicios de una nueva etapa en nuestro país, de un período de estabilidad progresiva con capacidad de transformar nuestra fisonomía económica y política.
“En el caos es más fácil la manipulación y la deriva autoritaria”. La frase es de Omar Paganini, ex canciller uruguayo, a quien entrevistamos en LA GACETA Literaria el domingo pasado. Acaba de publicar Democracia y libertad para un mundo en crisis, libro en el que analiza la vertiginosa transformación de la vida pública: la desconfiguración del debate, la fragmentación del sistema de partidos, el auge de los discursos polarizantes, la convergencia de la tecnología con la demagogia, el alarmante debilitamiento de nuestros esquemas de convivencia. Ingredientes con los que se cocina un futuro oscuro, distópico.
Ese caos hacia el que acelera el mundo es pensado por este intelectual con el equilibrio y la calma que caracterizan a su país, en contraste con nuestra crónica agitación. Pero algo ha cambiado, entre nosotros, en el último mes. Una brisa de tranquilidad uruguaya se despliega a lo largo de nuestro territorio desde el 27 de octubre, el día posterior a las elecciones. No porque estemos exentos de los problemas de fondo que retrata Paganini sino por el contraste de los 28 días transcurridos desde entonces con los dos meses previos, en los que la Argentina vivió sacudida por fuertes temblores, mientras merodeábamos un precipicio.
¿Nueva etapa?
El cambio más notorio en el mapa político es la instauración de una física derivada de cuerpos con una nueva densidad. Queda atrás el bienio de un gobierno con minorías legislativas inéditas y se abre un segundo tramo en el que la gestión contará con bloques equivalentes a los de su principal oposición en ambas cámaras, con buenas chances de acrecentar sus números -en plena temporada del salto con garrocha- y lograr las mayorías necesarias para sancionar las reformas que desde hace medio siglo conforman proyectos fallidos.
El oficialismo pasa de jugar con todo su equipo en campo propio -aguantando el resultado con vetos y decretos- a impulsar una ofensiva menottista con el equipo rival disgregado y desorientado. El resultado que aguantó el Gobierno en los primeros dos años fue el que conformaban los dos goles del primer tiempo: el superávit a los dos minutos, y la inflación descendente a lo largo de los primeros 45. Ahora necesita dos tantos más para ganar el partido: reformas y crecimiento. La secuencia planeada es: presupuesto aprobado antes de fin de año y, a partir de febrero, un nuevo régimen laboral y tributario. Al proyecto reformista podría sumarse la integración de la Corte con una dupla negociada con el cristinismo, y también un endurecimiento del Código Penal que, al menos en el artículo referido a las injurias, chocaría con la jurisprudencia del máximo tribunal.
¿El horizonte económico está despejado y marchamos sin pausa hacia el paraíso dolarizado por Vaca Muerta, la minería y los desarrollos de IA? Hay una eternidad, dentro de los parámetros cronológicos argentinos, que separa al presente de ese futuro todavía idílico. Muchos economistas ortodoxos siguen planteando que los problemas que nos llevaron al borde de la colisión frontal -evitada no por la mano invisible del mercado sino por la ostensible palma de Scott Bessent y Donald Trump- siguen activos. Aunque hubo un vuelco de expectativas, hay dudas e inconsistencias. El gobierno argentino ha anunciado pero todavía no ha emprendido un plan decidido de compra de reservas que le permitan preservarse de futuros incidentes que lo acerquen nuevamente al desfiladero.
Y la banda siguió tocando
De las bandas de las que más se habló en nuestro país en las últimas semanas fue de Oasis -que volvió al país después de quince años- y de la que fija el techo para el precio del dólar. Desoyendo la insistencia del Fondo Monetario, economistas e inversores -que creen necesario flotar o flexibilizar el tope que contiene el precio del dólar-, el área económica, por ahora, no modificó la elevación del techo a un ritmo de un 1% mensual contra una inflación que duplica ese porcentaje, generando -en caso de persistir- atraso cambiario y un flujo de dólares para atesoramiento y turismo en el exterior.
Por otro lado, los anuncios del Tesoro norteamericano fueron tan inéditos y rimbombantes como opacos. No hay datos claros de la forma, el volumen real, el ritmo y las condiciones con que se estructuraría la anunciada asistencia financiera. Como tampoco del acuerdo de libre comercio que abriría un terreno de excepción dentro de la agresiva política arancelaria de Trump, cuya legalidad -por ausencia de ratificación del Congreso de EE.UU.- genera una incertidumbre que podría ser despejada por la Corte Suprema. La economía argentina se juega, en buena medida, en los mapas lejanos de la geopolítica, en la evolución de una guerra comercial y en los avatares institucionales norteamericanos.
En diciembre llegarían anuncios del equipo económico, encabezado por Luis Caputo, con los que esperan garantizar un fin de año calmo y un “veranito” apacible. Incluirían precisiones sobre el esquema cambiario, recomposición de las arcas del Banco Central y detalles de la letra chica de los acuerdos con EE.UU. Estas clarificaciones apuntan a atenuar las dudas sobre la consistencia de la deuda argentina, redundando en una baja del riesgo país que permita a la Argentina recuperar el acceso al crédito. Esa es la salida que busca el Gobierno a la encerrona actual de una compra de reservas que ejercería presión sobre el tipo de cambio y la inflación.
El interior de dos internas
La contracara de la calma financiera de estas semanas es la ebullición de una lucha intestina que las elecciones no aplacaron. Aunque en la superficie no se ve el despliegue bélico, en las profundidades la disputa del karinismo con el caputismo sigue siendo feroz. Los primos Menem -Martín y Lule-, principales espadas de Karina Milei, están convencidos de que fueron víctimas de operaciones urdidas por la inteligencia digital que responde al asesor presidencial. Idéntica convicción fue la que impulsó las salidas del Gobierno del ex jefe de Gabinete Guillermo Francos, el ex ministro del Interior Lisandro Catalán y el ex canciller Gerardo Werthein. El karinismo, por su parte, siente que el triunfo electoral refuerza sus derechos de ocupar áreas que tuvo a su cargo Santiago Caputo en los primeros dos años de gestión. Lo cierto es que la capacidad del Gobierno para llevar adelante su proyecto reformista y consolidar su programa de estabilización requerirá limar asperezas internas, definiendo un esquema cohesionado de poder.
Al oficialismo lo favorece que tiene enfrente a un peronismo devorándose a sí mismo. Los bloques legislativos se desgajan en frentes que pregonan autonomía en las negociaciones con el Gobierno y miran más a los gobernadores y poco o nada a San José 1.111. El balcón del segundo piso ya no es escenario de bailes de una ex presidenta a la que la Justicia le acota las visitas mientras las malas noticias crecen. La disputa con el gobernador Kicillof no afloja y el avance de la “causa Cuadernos” trae ecos incriminatorios. El tucumano José López declaró que le mostró a Cristina no un cuaderno de Centeno sino uno de los del propio Néstor. “Le conté todo”, confesó el ex secretario de Obras Públicas devenido visitador nocturno de conventos.
Elogio de la moderación
Franco Colapinto revivió la pasión argentina por la velocidad, esa adicción que genera la adrenalina segregada por el vértigo. Una pulsión similar impregnó por décadas nuestra vida comunitaria. Como si se hubiese apoyado en un pacto tácito para disimular los excesos gubernamentales que permiten saciar rápido nuestros deseos. Aunque se usaran estimulantes como la inflación, la emisión y el endeudamiento. Aunque aceleráramos en las curvas y, cada tanto, nos pegáramos un palo.
Varias décadas atrás, el filósofo tucumano Víctor Massuh se preguntaba cuál era el “mal argentino” que explicaba nuestra historia de fracasos. Concluía que la causa que mejor la explicaba era -más que nuestra afición por el vértigo- nuestra propensión a la desmesura. Esta breve temporada de una Argentina mesurada, “uruguayizada”, debería instarnos a mirarnos en el espejo de nuestro país vecino, de ese territorio rioplatense vacunado contra muchas de nuestras patologías, e imaginar cómo nos veríamos si abandonáramos nuestra inclinación por las distorsiones.
La estabilidad cambiaria e inflacionaria conforman un avance destacable cuyo estadío evolucionado incluye crecimiento sostenido, reservas, acceso al crédito, capacidad de ahorro para los ciudadanos, proyectos de largo plazo. Mientras tanto, la calma de nuestras variables más sensibles recuperó en la vida cotidiana de los argentinos la aritmética y la planificación, dos disciplinas olvidadas.






















