El patrimonio tucumano disfruta una impactante donación: 20 obras del artista Ballester Peña

Las recibió el Museo de Arte Sacro y se incorporarán a su muestra permanente. Los herederos del pintor, fallecido en 1978, establecieron un cálido y fructífero lazo con la institución. Y todo fue casi por casualidad

“RAPTO”. Una de las obras donadas. El pintor se retrató (a la derecha). “RAPTO”. Una de las obras donadas. El pintor se retrató (a la derecha).
Hace 20 Hs

Esta historia no involucra gestiones institucionales ni negocios entre coleccionistas. Nació de una visita casi casual, de una sorpresa y de una emoción que se transformó, con el tiempo, en un acto de cariñosa confianza. Porque entre Juan Antonio Ballester Peña (1895-1978) y el Museo de Arte Sacro hay un vínculo que no para de consolidarse y de crecer. No es casual entonces que los herederos del pintor le hayan donado 20 obras, que acaban de llegar a Tucumán y en un tiempo serán exhibidas como parte de la muestra permanente.

El narrador aquí es Marcelo Lobo, incansable rastreador de piezas cuyo valor trasciende el arte litúrgico, ya que hacen a la memoria historia, política y social de Tucumán y de la región. Un radio de acción que, con cada hallazgo, amplía el patrimonio del museo.

Tal vez el punto de partida de esta crónica sea el taller litúrgico que el sacerdote dominico Mario Petit de Murat (hermano del célebre escritor Ulyses Petit de Murat) había armado en San Lorenzo al 400. Las piezas ubicadas en una capilla del subsuelo empezaron a deteriorarse cuando subieron las napas y allí, al rescate, marchó un equipo del Museo de Arte Sacro. Entra entonces en escena el legado de Ballester Peña, ya que salvaron de la inundación dos murales -se los puede admirar hoy en uno de los patios-, a los que se sumaron otras dos pinturas y un sagrario.

Pasamos entonces a las celebraciones del Bicentenario; julio de 2016. Santiago Ballester, uno de los nietos del artista, llegó a Tucumán y participó en un acto en la Casa Histórica. Ocupaba en ese momento la presidencia de la Asociación Argentina de Criadores de Caballos de Polo. Su viaje tenía un itinerario estrictamente protocolar, hasta que una sugerencia lo cambió todo.

La periodista Agustina Figueroa lo instó a recorrer el Museo de Arte Sacro y al ingresar Santiago se topó con una escena inesperada: expuestos con cuidado y respeto estaban esos murales, cuadros y piezas litúrgicas realizadas por su abuelo. Obras que no pertenecían a una colección privada, sino a una historia paralela que él desconocía casi por completo.

Diez días después sonó el teléfono de Marcelo Lobo, quien casualmente estaba en Buenos Aires. “Te encuentro en media hora, voy en una camioneta blanca. Te llevo un cuadro”, le dijo Santiago. Lo que le entregó, enrollado y preparado para ser enviado a Milán, era “El ángel de la higuera”. La pintura de Ballester Peña, que había sido elegida para vestir un museo italiano, terminó en Tucumán por decisión de la familia. El envoltorio era el mismo; el destino fue muy diferente. Desde entonces, “El ángel de la higuera”, estratégicamente ubicado, es una de las piezas emblemáticas del museo.

No fue todo, ya que otra obra se sumó a la colección: una Virgen que había acompañado la vida doméstica de Ballester Peña en su casa de la porteñísima calle Charcas.

El siguiente paso

Aquella primera cadena de gestos galvanizó el lazo de confianza entre la familia Ballester Peña y la institución tucumana. De allí que lleguemos a este nuevo capítulo, porque el 19 de diciembre se cumplen 130 años del nacimiento de Ballester Peña, y con ese aniversario como marco simbólico, otra de sus nietas, Alejandra Delgado, concretó la nueva donación en nombre de toda la familia. Esta vez, se trata de 20 obras originales, correspondientes a diferentes períodos de la trayectoria del artista, realizadas en diversas técnicas y estilos.

La única condición impuesta fue que estas obras permanezcan exhibidas de manera estable. Por ese motivo, el museo trabaja intensamente en la preparación de una sala específica, cuya inauguración está prevista -con viento a favor- para abril.

El personaje

La biografía de Ballester Peña parece salida de una novela de formación. Fue, esencialmente, un autodidacta precoz. A los 13 o 14 años frecuentaba el Café Tortoni, donde realizaba caricaturas de los clientes. Cobraba un peso si el retrato era de perfil y dos si era de frente.

En su juventud tuvo una militancia de izquierda. Ilustró la revista Campana de Palo, publicación que registraba luchas obreras y conflictos sociales. No obstante, con el tiempo, su recorrido dio un giro. Se integró a un círculo donde convivían figuras fundamentales del arte argentino moderno: Raquel Forner, Lino Enea Spilimbergo, Alfredo Guido, Aquiles Badi, Juan Carlos Castagnino, Héctor Basaldúa, Horacio Butler, entre otros.

Tucumán no fue un escenario lateral en su biografía. Poco después de la luna de miel se instaló durante tres meses en la provincia con su esposa y pintó una de las obras más conocidas en el ámbito religioso del NOA: el mural que se encuentra detrás del altar de la iglesia de El Siambón. Ese Cristo, de un dramatismo sereno y una potencia simbólica sobria, sigue siendo hoy una de las imágenes más poderosas del arte sacro tucumano.

Durante la década del 40 Ballester Peña consolidó su proyección nacional e internacional. Realizó numerosas exposiciones y su producción ingresó en colecciones públicas de gran relevancia. Algunos de sus trabajos forman parte del Museo Reina Sofía y del Museo de Arte Moderno de Madrid.

En Argentina, su obra está presente -por ejemplo- en el Museo de Bellas Artes de Rosario, en la iglesia Nuestra Señora de la Paz de Pinamar, en la iglesia de San Isidro y en la parroquia de Santa Elena, en Palermo, donde se conserva un Vía Crucis de notable belleza.

Y no fue sólo pintor. Una de sus grandes contribuciones a la vida cultural argentina la concretó como escenógrafo del Teatro Colón, labor para la que antes de su paso sólo se contrataba especialistas extranjeros. También fue director de la Escuela Nacional de Cerámica.

Mucho para contar

La historia de la donación Ballester Peña se inscribe en un proceso más amplio de crecimiento patrimonial del Museo de Arte Sacro, ya que en paralelo, la institución recibió recientemente otras piezas de enorme valor histórico.

Una de ellas es un cuadro de fines del siglo XVIII, que perteneció a la madre del obispo Molina, congresal de 1816. La obra fue donada por la familia Colombres y actualmente está siendo restaurada en su taller por Cecilia Barrionuevo. Otra incorporación reciente es una lámpara de plata, llegada desde Buenos Aires, intervenida estos días por el especialista José Luis Aráoz Mariño.

Estas piezas, sumadas a la monumental donación de la familia Ballester Peña, consolidan al museo como un espacio de conservación activa, investigación patrimonial y dramaturgia de la memoria religiosa. Un compromiso que cruza lo social con la búsqueda mística, entre modernidad y tradición.

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