Cuando las fiestas son la excusa para volver a casa

Historias de tucumanos que viven lejos y regresan para pasar Año Nuevo, reencontrarse con su gente y sentir el calor del hogar.

EN FAMILIA. Lo que más disfruta Carla Pucci de sus visitas de fin de año, es pasar tiempo con sus padres. Fluyen los recuerdos y las anécdotas. EN FAMILIA. Lo que más disfruta Carla Pucci de sus visitas de fin de año, es pasar tiempo con sus padres. Fluyen los recuerdos y las anécdotas.

La escena se repite cada diciembre. Valijas que avanzan lentas por la terminal, abrazos largos de quienes esperaron mucho tiempo por ese contacto, miradas que se humedecen antes de llegar. En el aeropuerto, el calor vuelve a sentirse apenas se cruza la puerta. En la ruta, el paisaje anuncia que el destino está cerca. Para muchos tucumanos que viven lejos, las fiestas de fin de año son la excusa perfecta, y necesaria, para volver a casa.

Carla Pucci vive en Nueva York desde diciembre de 2002, cuando se fue junto a su hijo Lucas. Y confiesa que el viaje de regreso empieza mucho antes de subir al avión. “Siento una emoción muy grande y especial cuando empiezo a preparar mis valijas y ahí es cuando me transporto a Tucumán”, dice.

Para ello volver es, ante todo, un acto de gratitud. Se sabe afortunada de tener todavía a sus padres y no duda en señalar que lo primero que hace al llegar es estar con ellos: se concentra en compartir momentos simples, en tratar de recuperar el tiempo no vivido juntos.

Las fiestas, para Carla, están marcadas por una tradición familiar que atraviesa generaciones. “La reunión con primos y tíos, heredada de mis abuelos maternos que llegaron desde España a comienzos del siglo XX, es algo que deseo que no se termine nunca”, remarca, mientras espera con mucha ansiedad este ritual irrenunciable para ella.

Además, la larga mesa donde se reúnen también tiene memoria. “Los sándwiches de miga, torre de panqueques, pata de cerdo, y el vitel toné son los sabores que más disfruto al venir en esta época”, afirma.

No obstante, si los días de visita se pasan rápido al volver, extraña a los amigos con los que no llegó a reunirse, los cafecitos en el bar de la esquina, los mates largos, “el olor a azahar de las calles tucumanas” y las caras conocidas del barrio.

“Para quienes están lejos y esta vez no pudieron regresar yo les diría que no se den por vencidos; que traten de volver a este lugar en donde aprendimos tantas cosas de la vida, en donde nos preparamos para poder volar y subsistir en cualquier lugar del mundo. Volver para decir gracias, para recordar nuestras costumbres y para no olvidarnos de dónde venimos”, reflexiona.

Aire cálido

Pablo Toledo tiene 34 años y vive en Madrid desde hace casi seis. “Me fui en busca de nuevas oportunidades y aunque reconozco que la experiencia europea tiene su encanto, el corazón sigue dividido”, indica.

Para el oriundo de la capital, armar las valijas para regresar le despierta una mezcla de emoción y nostalgia, pero hay un momento exacto en el que todo cambia. Cuando el avión se acerca a la Argentina, la ansiedad por reencontrarse con los suyos empieza a ganar terreno.

“Cuando aterrizo en Tucumán, el aire cálido, el sol que me abraza y esa sensación de llegar a casa ya me hacen sentir que estoy de vuelta”, resume.

El primer gesto al pisar suelo local es el abrazo familiar. Después vienen los amigos, el asado, las charlas largas. Para Pablo, las fiestas tienen un sabor inconfundible a empanadas, ensalada rusa, el olor a leña de las parrillas y la mesa completa del 31 de diciembre.

“Lo que más extraño cuando estoy lejos es la calidez humana, ese trato cercano que en Europa a veces se diluye -comenta-. De todas maneras creo que se puede llevar Tucumán en las costumbres, en la forma de celebrar, porque la tierra siempre espera”.

Distancia más corta

Belén Abrigato, en cambio, no cruzó océanos. Desde hace algún tiempo vive en Mendoza, donde cursa una beca doctoral del Conicet como bióloga. La distancia es menor, pero el desarraigo también se siente y ya tiene todo, aunque la cabeza empieza a viajar días antes.

En el trayecto en colectivo es casi un ritual dormir para que La Rioja no se haga eterna, desayunar en Catamarca y arribar al mediodía. “La sensación de ‘llegué’ la tengo cuando mi pareja me busca y pasamos a comprar empanadas”, revela.

El regreso incluye gestos íntimos como saludar a sus mascotas, almorzar y dormir una siesta largamente esperada. “Una de las costumbres más fuertes de las fiestas es salir después de las 12 a saludar a los vecinos. Aunque durante el año casi no nos crucemos, esas noches todo se siente más cercano”, reseña.

Una vez que regresa a Mendoza, lo que más extraña es a su pareja, a sus animales y hasta las tortillas que no se consiguen igual. Y a quienes están lejos, les recomienda buscar otros tucumanos o norteños. “Será por el calor, pero somos personas con emociones más fuertes”, dice, convencida de que encontrarse con alguien que siente parecido hace que todo sea más llevadero.

Las historias son distintas, como también lo son los destinos y los tiempos fuera, pero todos coinciden en que volver a Tucumán es una forma de reafirmar la pertenencia, de tocar las raíces y recordar que, más allá de la distancia, el hogar sigue estando ahí.

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