Por Jorge Figueroa
02 Diciembre 2009
León Ferrari es uno de los artistas argentinos más reconocidos del país. Pero su eterna lucha contra el "infierno" cristiano y las atrocidades de la dictadura militar han opacado o dejado atrás, muchas veces, el valor artístico de sus obras. No hay material que no haya doblegado en su larga trayectoria; no hay género o disciplina con la cual no haya trabajado. Pintura, dibujo, collage, escultura, instalaciones, objetos... nada le es ajeno a Ferrari. El año pasado asistí a la inauguración de su última producción: la serie de los músicos realizados con poliuretano, y me asombró ver que, a sus 88 años, el artista no teme experimentar con nuevos materiales; todo un ejemplo para los más jóvenes: toda una apuesta al riesgo. No hay más de cinco artistas en el país que haya visto que tengan que firmar autógrafos, y Ferrari es uno de ellos: siempre atento y humilde, con su sonrisa presente, dejándose fotografíar aquí y allá. Pese a tantos premios, su relación con el mercado del arte es relativamente reciente: no tiene más de una década, desde que el Museo de Houston (EE.UU.) le pagó U$S 150.000 por una heliografía que no quería vender. León Ferrari es un león que ruge, quién lo duda, pero su grito también es un reclamo al propio arte.
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