27 Abril 2011
EN SILENCIO. Albornoz sólo habló, muy medido, en su declaración inicial. LA GACETA / ANALÍA JARAMILLO
Cultivó el bajo perfil durante los casi tres meses que lleva el debate oral. Se mantiene alejado de sus ex compañeros, y sólo intercambia palabras con su defensora, Nélida González de Escobedo. Rubén Albornoz es el único de los policías que trabajaba en Banda del Río Salí el 26 de noviembre de 2004 que sigue en actividad. Actualmente, el oficial principal es jefe interino de la comisaría de Los Sueldos.
Albornoz realizaba tareas administrativas en la Banda en 2004. El día del crimen, se había dado una vuelta por la comisaría para ver si necesitaban algo, según su declaración. Al día siguiente, debía recibir una medalla en la Jefatura de Policía por su dedicación al trabajo. "Agarrá una máquina de escribir que vamos a hacer un procedimiento", dice que le ordenó su jefe, Rodolfo Domínguez, el día del hecho. Y esa es su principal estrategia: no podía negarse al mandato de un superior. Según dijo, su única participación fue buscar el teléfono de la familia del juez para avisar lo que ocurría; custodiar a Ema Gómez en una camioneta; y escribir el acta del procedimiento. Todas esas, afirma, fueron órdenes recibidas.
La declaración de sus compañeros de comisaría lo perjudicaron. Casi nadie lo vio llegar esa noche a la dependencia, y tampoco lo vieron retirarse con Domínguez y Andrés Fabersani. En el libro de guardia no consta que hubiera estado en la comisaría ese día.
Ema Gómez lo señaló como un "pobre chango al que ni siquiera conozco". Ayer, el oficial de bajo perfil optó por no hablar con LA GACETA.
Albornoz realizaba tareas administrativas en la Banda en 2004. El día del crimen, se había dado una vuelta por la comisaría para ver si necesitaban algo, según su declaración. Al día siguiente, debía recibir una medalla en la Jefatura de Policía por su dedicación al trabajo. "Agarrá una máquina de escribir que vamos a hacer un procedimiento", dice que le ordenó su jefe, Rodolfo Domínguez, el día del hecho. Y esa es su principal estrategia: no podía negarse al mandato de un superior. Según dijo, su única participación fue buscar el teléfono de la familia del juez para avisar lo que ocurría; custodiar a Ema Gómez en una camioneta; y escribir el acta del procedimiento. Todas esas, afirma, fueron órdenes recibidas.
La declaración de sus compañeros de comisaría lo perjudicaron. Casi nadie lo vio llegar esa noche a la dependencia, y tampoco lo vieron retirarse con Domínguez y Andrés Fabersani. En el libro de guardia no consta que hubiera estado en la comisaría ese día.
Ema Gómez lo señaló como un "pobre chango al que ni siquiera conozco". Ayer, el oficial de bajo perfil optó por no hablar con LA GACETA.
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Héctor Agustín Aráoz