Pegó en el palo el Negrito

Por Miguel Ramón Leguizamón

11 Febrero 2012
Cuando me desperté miraba el techo sin saber dónde estaba. Por un largo momento buscaba algo familiar que me ubicara en el mundo. No podía encontrarlo. Al fin sentí un raro olor que nunca había percibido. Era agradable. Cuando miré al costado vi otra cuna donde dormía tranquilo su ocupante con una larga manguera fina que le salía del brazo. Entonces me di cuenta de que yo también tenía una y el brazo no me dolía. Iba a comenzar a llorar cuando sentí la mano de mamá en la cabeza y su voz suave y bajita me canturreaba algo que no lograba entender. Pero estaba allí. El dolor de panza se hizo sentir de repente y me dejó sin aliento, cuando pude grité con todas mis fuerzas y llegó alguien que traía en sus manos una cosa extraña. De pronto me dio vuelta y sentí un agudo y enorme dolor en la nalga, algo estaba entrando en mi cuerpo como si fuera una espina de acero. Pronto terminó y el dolor seguía ahora en la panza y en la pierna. Mamá me miraba con ojos de agua y una gruesa lágrima colgaba de su mejilla. Fue entonces que se acercó una figura alta, blanca y con ojos de vidrio, que me miró fijamente, y luego de tocarme la panza dijo algo que no entendí. Pero pronto todo el mundo se puso a correr y en una camilla de cuatro ruedas me deslicé por lugares increíbles. Llegamos a una habitación con mucha gente que tenía la cara tapada y sólo mostraba los ojos. Sin que me diera cuenta ya había perdido a mi madre y estaba solo con extraños. Una figura blanca me puso una máscara y no me acuerdo más. Cuando de nuevo desperté el aire entraba a mis pulmones por un aparato que hacía el mismo ruido que mi pato inflable cuando lo apretaba. Sentía apenas las manos y las piernas pero se había ido el dolor. Alguien dijo: "se despertó". Otro preguntó: ¿"le bajamos la morfina?" Pero yo no les prestaba mucha atención porque alguien cantaba bajo y bonito y suave una hermosa melodía que me recordaba tiempos vividos en la panza de mamá. Y de pronto otra vez la mano de mamá en mi frente y su voz ahora dulce y fuerte: "hola corazón, cómo estás. Dice el doctor que pronto nos vamos a ir a casa". Quise preguntarle del Toby, que seguro se estaría metiendo en líos con el gato del vecino, porque él no dejaba ningún gato sin correr, pero esos tubos en la garganta no me dejaban hablar. Quise preguntarle de José y de Mabel, que salían temprano con el carro y traían comida, cartones, juguetes y otras cosa muy lindas. Por supuesto quería saber del Negro, que aunque era un caballo flaco tenía una fuerza enorme y subía las calles mas empinadas del centro por la noche cuando salíamos. De todos modos iba saberlo después porque el doctor dijo: "a este mañana le sacamos el respirador y lo mandamos a la sala". Y una doctora contestó: "pegó en el palo el Negrito".

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