23 Mayo 2012
OBRAS EN EXHIBICIÓN. A la izquierda, "Eva IV", y a la derecha, "Taller". LA GACETA / FOTO DE ENRIQUE GALINDEZ
"La línea lo puede todo", escribía a principios del siglo pasado Kandinsky. Dibujar significa, en sentido propio, designar, y se sabe que quien designa, llama. Es como ponerle el nombre a las cosas, las que desde entonces tienen vida, existen. Hasta el 9 de junio se podrá ver la exposición de Ricardo Abella "Absoluto negro" en el Centro Cultural Rougés (Laprida 31).
El conjunto de trabajos reúne dibujos y litografías impresas, tratadas con una llamativa sencillez. El artista, residente en Suiza, en uno de sus frecuentes regresos a la provincia representa un mundo oscuro, por momentos tenebroso, en series que arrancan en 2009 hasta la actualidad.
El poder está en todas las obras, omnipresente y dominante, tan cerca y tan lejos, y generalmente arriba, como se lo puede observar en "Luz negra", una construcción arquitectónica en la que en el alto del edificio se erige un monumento que parece tenerlo todo a sus pies. O ante nuestros propios ojos, como en "Parque temático II", donde militares y civiles ponen en escena extraños juegos y peleas ante la mirada atenta de espectadores niños; en "Parque temático I", un hombre mueve las marionetas.
En todas estas series Abella exhibe un escenario donde las piezas, los actores, se desplazan y tienen vida a través de otros: los que los manejan, los que los dirigen.
En otros dibujos, "Ópera Buffa I", "Plenilunio I" y "Plenilunio II", el artista acentúa el tenebrismo español, aquella corriente barroca que se caracteriza por el violento contraste de luces y sombras mediante una forzada iluminación. La carga dramática se profundiza, sobre todo porque las figuras observan al espectador, nos miran, como si estuvieran reclamando nuestra participación en sus situaciones.
Abella construye todo este mundo a través del lápiz y el pastel de color, sobre papel negro. Con escasas líneas define figuras, escorzos, sus movimientos y expresiones, haciendo gala de un virtuosismo poco frecuente. Pero además, con el lápiz no solo oscurece sino también ilumina determinadas áreas de estos escenarios ficcionales, como él los llama. El poder, no obstante, permanece allí.
En otra serie, de litografías impresas, es el turno de los retratos, de maestros de la pintura a los que el artista pareciera homenajear: a Courbet, padre del realismo, y a Bacon, de la Nueva Figuración. Eva Perón no está ausente: pero se trata de una Eva que toma distancia del mito y se representa como otra mujer, aún cuando aparezca a la hora del discurso.
El conjunto de trabajos reúne dibujos y litografías impresas, tratadas con una llamativa sencillez. El artista, residente en Suiza, en uno de sus frecuentes regresos a la provincia representa un mundo oscuro, por momentos tenebroso, en series que arrancan en 2009 hasta la actualidad.
El poder está en todas las obras, omnipresente y dominante, tan cerca y tan lejos, y generalmente arriba, como se lo puede observar en "Luz negra", una construcción arquitectónica en la que en el alto del edificio se erige un monumento que parece tenerlo todo a sus pies. O ante nuestros propios ojos, como en "Parque temático II", donde militares y civiles ponen en escena extraños juegos y peleas ante la mirada atenta de espectadores niños; en "Parque temático I", un hombre mueve las marionetas.
En todas estas series Abella exhibe un escenario donde las piezas, los actores, se desplazan y tienen vida a través de otros: los que los manejan, los que los dirigen.
En otros dibujos, "Ópera Buffa I", "Plenilunio I" y "Plenilunio II", el artista acentúa el tenebrismo español, aquella corriente barroca que se caracteriza por el violento contraste de luces y sombras mediante una forzada iluminación. La carga dramática se profundiza, sobre todo porque las figuras observan al espectador, nos miran, como si estuvieran reclamando nuestra participación en sus situaciones.
Abella construye todo este mundo a través del lápiz y el pastel de color, sobre papel negro. Con escasas líneas define figuras, escorzos, sus movimientos y expresiones, haciendo gala de un virtuosismo poco frecuente. Pero además, con el lápiz no solo oscurece sino también ilumina determinadas áreas de estos escenarios ficcionales, como él los llama. El poder, no obstante, permanece allí.
En otra serie, de litografías impresas, es el turno de los retratos, de maestros de la pintura a los que el artista pareciera homenajear: a Courbet, padre del realismo, y a Bacon, de la Nueva Figuración. Eva Perón no está ausente: pero se trata de una Eva que toma distancia del mito y se representa como otra mujer, aún cuando aparezca a la hora del discurso.
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